Bienvenidos al club del sida[]
Escrita por el autor Marcos Orowitz, “Bienvenidos al Club del Sida” es una obra maestra del horror contemporáneo. Publicada por la distinguida Editorial Vibras el 14 de abril de 2024,
Compartido por Timothy C Weston
Introducción:
En la penumbra de lo cotidiano, ellos acechan, ocultos tras la fachada de la belleza mundana. Con astucia, buscan dejarte una marca indeleble, una señal que solo sus ojos pueden discernir. Anhelan que te unas a su legión, el Club, una sociedad de élite donde la evolución y el conocimiento son tan perpetuos y efímeros como el mismo miedo.
Ellos van a cautivarte, te encontrarán en cualquier rincón de esta pútrida ciudad apestosa y harán de ti un esclavo del dolor, un operario de la muerte, sin sentimientos ni empatía por la vida. Aquí, el temor a la muerte es un eco lejano, pues cada miembro ha aceptado su destino final con una sonrisa helada. Su credo es una promesa, un juramento que resuena hasta que la última pieza caiga en su macabro juego.
Hablamos de un contagio que se extiende como sombra en la noche… y tu nombre, querido lector, ya ha sido susurrado en los oscuros rincones de las redes sociales.
Capítulo 2: La Revelación Pages 69 to the 76
Recuerdo la figura de mi madre, frente a mi, con una dignidad inquebrantable, su mirada, intensa y decidida, se aferraba a mis ojos como si desnudara mi alma. Había en su presencia una mezcla de admonición y consuelo que lograba incomodarme profundamente. Cada palabra que ella pronunciaba era como un eco de una verdad ineludible, un recordatorio de las consecuencias que la desobediencia puede acarrear, tanto para el espíritu como para la razón.
Aquella tarde, sintiéndome poseído por una rebeldía casi innata, decidí manifestar, sin tapujos ni ambages, la firmeza de mi resolución. "He dejado bien claro cuál es, ha sido, y será siempre mi postura sobre este asunto". Estaba convencido de que ella comprendería mi fervor, pero, como una madre que aún ve en su hijo al niño que juega en el jardín, se mostró reacia a aceptar mi visión.
Estaba sentado en el umbral de nuestra morada, y cuando ella me miró, su voz, que podía ser tan suave como el murmullo de un arroyo, se tornó grave: “No vayas a publicar ese maldito libro; ¡te lo ruego!” Mi reacción, un intento de calmar su preocupación, fue responderle con una actitud despreocupada. “Tranquila, mamá, es solo una novela de terror”, contesté, imitando con el mayor cuidado el tono sereno que ella había empleado.
Sin embargo, el leve temblor en su voz delató su desconfianza. “¿No lo harás, verdad? Lo dices solo para no preocuparme”, sentenció ella. Su mirada contenía una mezcla de perspicacia y temor. Sabía, como bien lo afirmaba su instinto de madre, que en cuanto se marchara, yo me dispondría a recoger el teléfono y dar los primeros pasos para publicar este relato, aunque eso significara arrastrar mi obra a los escurridizos y traicioneros confines de alguna editorial mediocre.
La atracción que sentía por el manuscrito era profunda y casi mágica, un poder sobrenatural emanaba de aquellas páginas que abrigaban mis pensamientos más oscuros. Las horas pasaban velozmente mientras daba vida a esta historia que, a los ojos de algunos, podría considerar cruda y de mal gusto. No obstante, en mi fuero interno, estaba seguro de que provocaría en el lector una pequeña chispa de duda—aquella que se infiltra en el corazón y lo debilita, desmantelando, uno a uno, los mecanismos de la razón que nos predisponen a actuar como jueces, olvidando, por un instante, nuestra propia humanidad.
Estimado lector, no me detendré en las descripciones banales que emplean muchos novelistas al abrir sus relatos, hablando del cielo, del clima o de la ciudad. Soy de Edmond, Oklahoma, y mis veintipocos años transcurridos allí me han otorgado un entendimiento profundo de los secretos y movimientos invisibles que se aparean como sombras demoniacas en la penumbra de sus noches; como si cada rincón de la ciudad guardara un susurro que solo los más perceptivos podrían escuchar. Me he rodeado de figuras relevantes entre los 95,000 habitantes de este lugar, construyendo alianzas con aquellos elementos esenciales que, como piezas de ajedrez, se niegan a caer en silencio, luchando incansablemente como peones que protegen a su rey en un juego interminable.
Así, con esta breve introducción, te invito a adentrarte en una narrativa escalofriante que, más allá de su oscuridad visceral, busca alejarte de la razón para abandonarte en el desierto de la locura latentemente expectante en tu interior, un desierto que ansía ser liberado.
Al despertar, me encontré en un estado de confusión que me era del todo ajeno. La iluminación matutina, que se filtraba a través de las cortinas, parecía más una tortura que un alivio; cada destello amplificaba la angustia que me embargaba. Aún podía sentir el eco vibrante de la noche anterior resonando en mi cabeza, un lamento insistente que hacía retumbar mis pensamientos y me sumía en la desesperación. La realidad se impuso con una facilidad inquietante, y mientras intentaba recordar los detalles de aquel encuentro, una certeza comenzó a establecerse: había contraído el VIH.
El descubrimiento me arrojó a un abismo de dudas y temores que no podía comprender del todo. Mi mente se fragmentaba, cada memoria del rostro de Aurora, cada risa compartida bajo la luz azulada de las luces de la discoteca, ahora se convertía en un recordatorio de que había sido atrapado en una red de la que ya no podría escapar. Me dejé caer sobre la cama, abatido por la pesadez de la nueva realidad que ya no podía eludir.
Cuando la mente finalmente se aquietó lo suficiente para discernir el sonido de un golpe en la puerta, mi corazón se detuvo un momento. La voz melodiosa que me había seducido la noche anterior era la misma que ahora me llamaba a enfrentar mi presente, y al abrir la puerta, allí estaba Aurora, radiante como un amanecer, con su porte imperturbable y esa sonrisa inquietante que había empezado a conocer.
—Vincent, —comenzó, su tono tan suave como los matices del cielo en su máxima expresión—. He venido a hacerte una visita, pues he tenido noticias sobre ti. Quiero que sepas que no estás solo.
Su presencia era a la vez un bálsamo y un veneno. La compasión que parecía querer ofrecerme chocaba con el remolino de confusión en el que estaba atrapado.
—¿Qué quieres decir con que no estoy solo? —pregunté, mi voz temblando en el umbral de la incredulidad. Me costaba aceptar que la joven que había despertado deseos tan profundos en mí era también la dueña de esta angustiosa carga.
—Existen otros, solo como tú, que compartirán esta carga que ahora llevas—respondió Aurora, con una mirada firme que no podía evitar dejarme perplejo. Se acercó un paso más, y el suave perfume que la rodeaba me hizo recordar la calidez del abrazo que había compartido con ella. Sin embargo, el temor se agazapaba en mi interior y se tornaba en una sombra oscura.
—¿Qué clase de otros?,—murmuré, consciente de que hacía unos instantes había deseado no saber la verdad.
Aurora, llevándose una de sus manos a la frente, me miró con una mezcla de piedad y desafío. —El Club, Vincent. Aceptamos la realidad de nuestra condición y encontramos en ella un propósito, una especie de poder. Aquí, cada miembro forma una familia. No se trata solo de la enfermedad, sino de lo que eso significa a cada uno de nosotros. Te invito a descubrirlo.
El título de aquella comunidad me envió escalofríos por la columna vertebral. En mi mente, se formaba una imagen de individuos melancólicos que se unían en su sufrimiento, cada uno atado a un destino que se había convertido en su única conexión. —No comprendo—dije, mi lógica rebelándose con indignación—. ¿Por qué querría unirme a un grupo que da la bienvenida a la muerte?
—Porque la muerte no es el final, Vincent, sino solo otro comienzo. Te ofrezco una forma de vivir plenamente en esta breve existencia—me explicó Aurora, sus ojos brillando con un fervor que desbordaba emoción. —Habitamos un mundo donde lo efímero se eleva por encima de lo mundano. La belleza de lo que somos reside en nuestra vulnerabilidad. Formar parte de este Club te liberará de las cadenas del miedo, permitiéndote experimentar la vida en su forma más auténtica.
Sus palabras, a pesar de sus connotaciones inquietantes, resonaban de manera extraña en mi corazón. La idea de pertenecer a algo—de hallar mi lugar en un mundo que se había vuelto a la vez aterrador y solitario—me intrigaba con un poder casi hipnótico. Mis pensamientos corrían hacia la imagen de aquellos que habían compartido la misma condena, pero también uniendo sus historias, sus temores, sus luchas.
—¿Dónde se reúnen? —pregunté, la curiosidad superando al temor en un torbellino de emoción y desesperación.
—Esta noche—respondió Aurora, su voz adquiriendo un tono casi sutilmente emocionado. —En la casa de un antiguo membro, Julián. Está muerto, pero su legado vive entre nosotros. El espacio sagrado en el que se lleva a cabo el ritual de aceptación te permitirá encontrar tu lugar entre nosotros.
El nombre de Julián me hizo estremecer. Había escuchado rumores sobre él, la leyenda que circulaba acerca de su vida y su prematura muerte, el líder carismático que había dado vida a esta comunidad sombría. Cuanto más pensaba en ello, más me sentía atrapado. El destino ya se había alineado de tal manera que no podía deshacerme de su abrazo oscuro.
—¿Qué se espera de mí en este Club? —me atreví a preguntar, sintiendo la adrenalina corriendo por mis venas. Mientras me parloteaba la mente, una vorágine de emociones me empujaba hacia adelante.
Aurora, por un instante, pareció vacilar. —No hay expectativas, realmente. Solo se te pide que compartas tu verdad, como lo han hecho todos antes que tú. La unión en el dolor se convierte en nuestra fortaleza. Pero te advierto, la revelación puede traer consigo un peso adicional. Estarás confrontando no solo la enfermedad, sino también los demonios internos que has ignorado.
Mientras su discurso se enredaba en un vórtice de seducción y terror, me encontraba aturdido por la idea de abrirme a los demás, de permitir que mis temores y dudas se expusieran en un entorno que me prometía tanto confort como peligro. Pero el deseo de pertenecer era ahora intimidad, un hilo que me llevaba inexorablemente hacia lo insondable.
—Voy a ir—afirmé con decisión. No estaba seguro de si me preocupaba más lo que encontraría allí o el abismo que dejaba atrás al hacer esta elección. —Te lo prometo.
Aurora se iluminó de inmediato, como si la declaración de mi futuro la llenara de una satisfacción extraña. Lentamente, se volvió hacia la puerta y me dedicó una última mirada significativa antes de dar el paso para marcharse.
—Entonces, Vincent, bienvenido a este nuevo mundo. Estaré esperándote esta noche. Recuerda que aquí, todos somos muertos que viven. Y juntos, transformaremos nuestro sufrimiento en algo más grande.
La puerta se cerró tras ella, dejándome envuelto en una mezcla de esperanzas y temores crecientes. Con la decisión tomada, me sentí del todo incapaz de retroceder. Lo que parecía ser una simple noche de diversión se estaba volviendo en una travesía hacia lo desconocido.
Era hora de enfrentar nuestro destino. Y a medida que la tarde se acercaba y el cielo se oscurecía, me preparé para unirme a esta compañía cuya inquietante llamada ya comenzaba a resonar en mi alma.
La noche que se avecinaba traía consigo una mezcla de excitación y terror que no había experimentado antes. El día, con su carga densa de inquietud, se desvaneció lentamente en la penumbra, y mientras me preparaba para mi encuentro con el Club, cada pequeño ruido en mi apartamento resonaba como un recordatorio de la realidad que dejaba atrás. Miré mi reflejo en el espejo, la imagen de un joven ansioso, atrapado entre el deseo de pertenencia y el temor a lo desconocido.
Vestido con un conjunto que elegí con esmero—un pantalón oscuro y una camisa que le daba un aire de seriedad—salí de mi apartamento. La calle ya estaba adornada con la tenue luz de la luna, y las luces parpadeantes de las casas vecinas parecían proporcionar un cálido abrazo en medio de la fría brisa nocturna. Cada paso me acercaba a la casa donde se llevaría a cabo la reunión, una elegante mansión de la que había oído hablar pero que nunca había tenido el placer de visitar.
Al llegar, me detuve un momento frente a la puerta de entrada. El sabor de la incertidumbre y una extraña anticipación mezclada me llenaban, haciéndome vacilar apenas un instante. Sin embargo, el eco de las palabras de Aurora resonaba en mi cabeza: "No estás solo". Era un mantra que me empujaba hacia adelante, atravesando el umbral hacia lo desconocido.
Al abrir la puerta, el ambiente cambió drásticamente. Un subido murmullo de voces me recibió, acompañado de un cálido resplandor que provenía de candelabros elegantemente dispuestos en el vestíbulo. La atmósfera cargada de emoción y expectativas me envolvió de inmediato, y antes de que pudiera darme cuenta, me encontré rodeado de personas: algunas orientadas hacia mí con miradas llenas de curiosidad, otras inmiscuidas en conversaciones animadas.
Al buscar a Aurora en el bullicio, me percaté de que la mansión estaba decorada con una estética cuidada, la cual, aunque ostentosa, poseía una elegancia sombría que se alineaba con la naturaleza del evento. Cada rincón parecía contar una historia, coleccionando fragmentos de vidas y experiencias que resonaban en aquellos que se congregaban allí. Era un refugio, en cierto modo, donde las almas heridos buscaban consuelo en el dolor ajeno, una atmósfera que prometía tanto unión como desasosiego.
Finalmente, la encontré de pie en una esquina, conversando animadamente con un hombre de aspecto distinguido y una voz profunda que resonaba con autoridad. La imagen de ambos, rodeados de un halo casi reverencial, sugería una conexión que comprendía mucho más que el mero hecho de compartir una enfermedad. Me sentí atraído hacia ellos, una línea invisible que parecía tejerse con cada paso.
Aurora me vio antes de que pudiera pronunciar una palabra, su rostro iluminándose con una mezcla de satisfacción y alegría. En un instante, el hombre a su lado giró hacia mí, y tras una breve introducción, descubrí que se trataba de Julián, cuyo nombre había resonado en el aire como un murmullo reverente. El mismo hombre sobre el que muchos habían hablado con respeto y admiración tras su muerte.
—Vincent, —comenzó Julián, su voz inconfundible llena de una serenidad poderosa—. Bienvenido. Te hemos estado esperando. Creo que entiendes que cada uno de nosotros ha seguido un camino y, al hacerlo, hemos descubierto algo invaluable: la conexión entre nuestras experiencias. Aquí, compartimos más que una carga; compartimos nuestra humanidad.
Sus palabras fueron como una brisa fría que, en su lugar, parecían despertar en mí una cálida sensación de aceptación. A medida que continuábamos conversando, sentí cómo las barreras que había erigido a lo largo de mi vida comenzaban a desmoronarse. Cada miembro del grupo tenía una historia, una revelación que compartir, y a medida que el diálogo se expandía, mi miedo se convertía en algo diferente: una curiosidad palpable por conocer a estos personajes que se mantenían unidos en su fragilidad.
Los relatos variaban en tono y emoción. Una joven de cabello rizado hablaba de su amor perdido y cómo el diagnóstico había transformado su visión de la vida en una búsqueda de belleza en los lugares más sombríos. Un hombre mayor, con una apreciación profunda por las artes, expresaba cómo había dejado de lado su anterior vida profesional y había comprobado que vivir plenamente significaba abrazar cada día como un regalo. Las historias se entrelazaban en un tejido humano complejo, donde el sufrimiento se convertía en una forma de arte compartido.
Aurora, al notar mi asombro, se acercó a mí y tomó mi mano con suavidad. —Este es solo el principio, Vincent. Aquí, pertenecemos a algo mucho más grande que nosotros mismos. Esto es un viaje, y juntos nos ayudamos a navegar por las corrientes de la vida. Nos aceptamos sin prejuicios, sin el miedo que solíamos llevar.
A medida que nos reunió, sentí mi corazón latir con un ritmo renovado. Esa experiencia singular que estaba viviendo parecía decantar las inquietudes que había arrastrado. En medio del dolor, había una revelación esperanzadora. Aunque la enfermedad era algo que rendía a muchos, aquí estaba la promesa de redención. La idea de ser aceptado tal como era, de poder intercambiar mis temores en un ámbito donde las máscaras caían, ofrecía una resonancia que hacía tiempo que no conocía.
Al concluir la primera ronda de relatos, Julián propuso un brindis. Con copas en mano, cada uno levantó su vaso y se lanzó a compartir su propia reflexión. Algo en mí se removió, y me di cuenta de que este ritual de apertura cultivaba la proximidad entre los miembros. Me sentía parte de algo extraordinario y, por primera vez desde que llegué a este punto de inflexión en mi vida, comprendí que había una posibilidad de encontrarme a mí mismo a través de esta experiencia.
—Por la vida, —dijo Julián, su mirada intensa reflejando tanto dolor como esperanza—. Que sigamos encontrando luz en la oscuridad.
—Por la vida—repetimos, y por un instante, el eco de esas palabras rompió la fría noche, llenando nuestras almas de un cálido sentido de pertenencia.
Lo que había empezado como un viaje de revelación personal se transformó en un acompañamiento hacia el autodescubrimiento. Mientras me integraba en el círculo, una inquietante emoción comenzó a recorrer mi interior. Me di cuenta de que, aunque la enfermedad había tocado nuestras vidas de maneras devastadoras, también se había convertido en un vínculo insospechado que nos acercaba a la esencia misma de la humanidad…y de la muerte; Así, me adentré más en este nuevo mundo, en el Club, donde las historias son las únicas que renacen y el dolor se convierte en liberación. Mi viaje apenas comenzaba, y aunque las sombras de la incertidumbre seguían acechando, había en mí una determinación renovada. Por primera vez, la posibilidad de hallar significado en el sufrimiento era más que solo una frase vacía. Era un camino que estaba decidido a recorrer…Si esta pequeña introducción fue de tu agrado solicita el libro.
Chapters
- 1: La Tentación en la Oscuridad
- 2: La Revelación ⬅️
- 3: Unirse a la Legión
- 4: Ritual de Perversiones
- 5: La Influencia de Julián
- 6: Deconstrucción del Miedo
- 7: Revelación de la Verdad
- 8: Desenmascarando la Ilusión
- 9: La Huída
- 10: La Última Marca
“Bienvenidos al club del sida” fue publicada el 14 de abril del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel de 303 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.”