La bruja y el Chamán versión español latino
La Bruja y el Chamán: una novela de terror remasterizada escrita por el autor Marcos Orowitz nos sumerge en una atmósfera inquietante, ambientada en los vibrantes años 80 en Carolina del Sur.
La trama se despliega cuando una bruja y un chamán, dos seres con habilidades sobrenaturales, se ven obligados a luchar por la vida de un niño. Pero este no es un niño común; las estrellas han profetizado que es un “niño de las estrellas”, dotado de poderes místicos. Su misión divina es proteger a los niños del mundo.
Los protagonistas emprenden una travesía a lo largo del país, siguiendo las señales celestiales para encontrar al pequeño. Su búsqueda los lleva hasta el seno de una familia cristiana que lo ha adoptado. Y así, comienza un juego de intrigas, giros inesperados y situaciones de índole espiritual. El guion, sutilmente elaborado con matices místicas, mantiene al espectador en un estado de tensión constante.
Si eres amante de las películas ochenteras y disfrutas de historias donde los más pequeños se convierten en héroes, esta novela es para ti. Prometo que no te aburrirás. Prepárate para adentrarte en un mundo donde la magia y el terror se enfrentan cara a cara en una batalla macabra bajo la luz de las estrellas.
Capítulo 1: La Profecía Cortesía Editorial Vibras
Primeras Paginas van desde la numero 5 a la 12
Podría narrar esta historia con un lenguaje soez y agresivo, ignorando quién está del otro lado, quizá una élite literaria esperando una narrativa intrigante, llena de giros inesperados y mucha acción. Sin embargo, hacerlo me convertiría en el hazmerreír de la esfera literaria. Y lo digo con sinceridad, porque la simple tarea de trazar una trama donde la oscuridad combate contra la luz merece una narrativa más compleja, más elaborada. Muchos relatos en mi biblioteca se adaptan a las nuevas generaciones porque no encontraron su lugar en los viejos estantes de lectores anticuados. Estos personajes prefieren novelas de autores renombrados, graduados de prestigiosas universidades, deseando impregnarse de palabras que la mayoría desconoce, para sentirse una especie de elegidos. Narrativas y palabras complejas, elaboradas sutilmente, como en un ritual, específicamente para ellos y solo para ellos.
Sinceramente, y disculpen la expresión, "me importa una mierda" lo que piensen esos ancianos del club de los meados. Si durante siglos no pudieron evolucionar desde su comportamiento huraño, envidioso, despectivo y clasista, es porque son tan humanos como el resto. Entonces, ¿por qué debería convertir mis novelas en una farsa teatral, distorsionando mi esencia urbana para complacer a las lombrices de cementerio con carne descompuesta de la moralidad, con la única misión de "entretener a estos cadáveres"?
Querido lector abre los ojos y agudiza los oídos porque tengo una historia para contarte y definitivamente es para ti.
En Carolina del Sur, durante la década de 1980, la brujería y el chamanismo se manifestaban en el aire como vestigios de un pasado olvidado. Las viejas tradiciones, a menudo desatendidas por el mundo contemporáneo, continuaban resonando en los rincones oscuros de los lugares más alejados, donde las voces de los ancianos revelaban secretos y magia primitiva. En cada pueblo, los rumores sobre el “niño de las estrellas” circulaban entre quienes aún mantenían una fuerte creencia en la conexión con lo sobrenatural. Este niño, el corazón de una profecía nostálgica, era visto no solo como un portador de luz, sino como un peligro que atraía la atención de fuerzas tenebrosas. Los ancianos, pilares de la sabiduría, advertían a los jóvenes sobre la trascendencia del niño. “Su destino marcará el rumbo de nuestra existencia,” decían en voz baja, despertando un profundo temor en quienes los escuchaban. “El poder que reside en él es un faro para aquellos que desean consumir toda esperanza.” Así, la profecía comenzaba a trenzarse en la mente de las generaciones, creando una tensa atmósfera entre quienes deseaban proteger al niño y aquellos que anhelaban su perdición.
Una noche, en una cabaña oscura y polvorienta, Ylenia, la bruja, examinaba un viejo libro de hechizos que había estado escondido en lo profundo del bosque Hitchcock Woods, la espesura y frondosidad de su naturaleza eran el escenario perfecto para dialogar con Satanás, un relicario de tropelías y conjuros olvidados. Las páginas amarillentas contenían secretos que no debían haber visto la luz del día. En medio de murmullos de demonios encarcelados, descubrió la profecía que hablaba del niño y del destino que le aguardaba. Con cada palabra que leía, la ambición de poder crecía en su interior. “Este niño no puede vivir,” pensaba para sí misma, “su luz debe ser apagada antes de que atraiga una oscuridad insuperable.”
No obstante, no era la única que estaba al tanto del pequeño. Mordecai, un chamán de antiguas tradiciones y secretos profundos había estado vigilando a la criatura con atención escrutadora. Él sabía que la luz que emanaba del niño era un símbolo de esperanza y renovación, pero también un deseo de fuerza que podría desatar tormentas destructivas si caía en manos equivocadas. “No puede caer en manos tenebrosas,” suspiró para sí, sintiendo una mezcla de temor y responsabilidad. Su camino estaba entrelazado con la vida de ese niño, y la lucha por protegerlo se presentaba como un desafío que definiría su propio destino.
La cabaña de Ylenia, oculta entre los árboles y la bruma, era un refugio de penumbras. Allí, sus rituales alimentaban los lamentos de un viejo rencor. “Eres la representación de la esperanza,” pensó, imaginando la alegría en el rostro del niño que la vida había llevado a las estrellas. Sin embargo, su ambición era ciega, y no se daba cuenta de que su búsqueda de poder la llevaría a un oscuro callejón sin salida.
Visiones punzantes y perturbadoras invadían la mente de Mordecai, trayendo consigo un torrente de imágenes borrosas que afloraban de su ser. Vio al chamán, su enemigo, suplicándole a la luz del niño, tratando de protegerlo: una ilusión de firmeza en un mundo desgarrado. El odio siempre revelaba lo peor de las personas, y Mordecai, en su ceguera, se enfrentaría, al fin, a su caída. “No en mi nombre,” exclamó con determinación, convencido de que su camino estaba justificado. “No permitiré que interfiera con mi destino.”
Mordecai no podía perder el tiempo en reflexiones; sentía que se acercaba el caos, un ruido atronador de pasos que no emitían sonido. Cada vez que el árbol bajo el que se encontraba se agitaba, una voz de resentimiento reclamaba su atención. En la tranquila de su ser, vio a Ylenia, la bruja, una deformidad de lo que se podría considerar belleza, una criatura que encarnaba todos sus pesares y deseos. “No es ella quien busca,” susurró el viento en su oído, arrastrando imágenes de infiernos y lágrimas, de brazos extendidos en un réquiem de almas perdidas.
Ylenia utilizaba sus poderes con la convicción de una reina destinada a la destrucción, su ansia voraz moldeaba la realidad a su antojo. “El niño caerá,” intentaba sembrar la duda en el corazón del chamán. Las palabras sobrenaturales resonaban en su cabeza mientras una entidad malévola acariciaba su mente, soplando frases infectas que parecían emerger del fondo abisal. Las figuras del odio, ahora desatadas, rodeaban a Mordecai, ansiosas por desgarrar su espíritu, deseosas de empujar al hombre hacia la locura. Cada pensamiento que surgía en su mente brillaba como una estrella justiciera en la vasta oscuridad, mientras el chamán luchaba por contener la sed de venganza.
“No hay luz sin oscuridad, y toda luz es condena,” resonaba la voz helada de Ylenia en su mente; una declaración profunda e inquietante que destruía su esperanza. Con cada segundo que pasaba, la certeza de que caería en días venideros se asentaba. No tendría compasión por la vida del niño, no cuando la maldad estaba tan cerca de lo que le pertenecía. “Tu viaje se acabará aquí,” decía su voz también. La guerra era inminente: la luz contra la oscuridad, la lucha por un niño que era el último bastión de la esperanza.
Una profecía antiguamente envenenada se deshacía, y en su lugar brotaban del abismo saetas de destrucción. El viento comenzó a aullar, resonando con la muerte y la desesperanza. A medida que avanzaba la noche, el camino hacia la batalla que definiría su humanidad se marcaba en la ígnea oscuridad de sus corazones. Sabían que la luz no solo iluminaba; se erguía como un faro que desbordaba poder. Pero el odio, esa chispa malévola que nunca se extingue, podía desatar toda la ira del averno. Con cada latido del tiempo y cada murmullo de sus labios, la maldad obraba en silencio, urdiendo sus maquinaciones. La lucha estaba a punto de estallar, y el destino del niño pendía de un hilo, bañado en la sed de la venganza y la usurpación. La bruja había comenzado su conexión hacia el abismo, una que devoraría todo rayo de esperanza, un sonido acompasado por el resonar de gritos lejanos, presagiando que no habría perdón.
En aquel oscuro rincón, el conflicto entre el bien y el mal prometía ser un espectáculo de horror y sublime transformación. La bruja Ylenia sonrió con desprecio mientras repasaba los conjuros en el viejo libro. Pensaba en los escasos valientes dispuestos a enfrentarla, incapaces de interpretar lo que se avecinaba. “Los mortales siempre subestiman el poder de lo oculto,” se burló, imaginando sus gritos de desolación. “El niño, con su luz ridícula y su ingenua esperanza, es solo una ofrenda en mi altar de ambición.” El viento aullaba fuera de la cabaña, como si también se riera de lo que estaba por suceder.
Mordecai, al otro lado del bosque, asestó un golpe de poder en su interior. El chamán sabía que Ylenia estaba corrompiendo lo que alguna vez había sido sagrado.
En su mente, las visiones de sacrificios, sangre y rituales brutales aparecían, y con cada imagen, un fuego creciente ardía en su pecho. “Ella cree que el niño es solo un peón en su juego, pero no comprende que la vida es un tablero de ajedrez donde las piezas a menudo se mueven solas.” La ironía de esa reflexión no se escapaba de él; la ceguera de Ylenia sería su perdición. El niño, despierto en su cuna, sentía la oscura corriente en el aire. Nada sabía de la guerra que se libraba por su vida, pero su esencia brillaba con la intensidad de un faro en la tormenta. Para aquellos que buscaban poder, su inocente luz era un fenómeno perturbador. La sangre derramada por los ancianos en rituales había alimentado una maldición que ahora se erguía como un espectro, reclamando a los desprevenidos en su tormento.
“Los tiempos cambiarán,” murmuraba el viento, otra voz en la correntada de calamidad que se desataba. Las palabras caían sobre las hojas del suelo, ensuciadas por la batalla que ya comenzaba a calar en el entorno. Allí, donde la vegetación se cerraba como una boca preparada para devorar, los demás no conseguían ver lo inminente. La sed de maldad era, al fin, demasiado profunda para ignorarla. Ylenia realizó un ritual en complicidad con lo oscuro, una danza macabra alrededor de una fogata que chisporroteaba ante ella. Allí, los huesos de sus enemigos formaban un círculo que enfatizaba su deseo de poder absoluto. “Por cada sacrificio, un nuevo poder; por cada lágrima, un nuevo grito,” pronunciaba, mientras el calor de las llamas ardiendo iluminaba su rostro con una luz horrible. Con cada movimiento, las figuras de la noche se agolpaban a su alrededor, sus formas se deformaban y contorsionaban, como bestias esperando el momento perfecto para atacar.
Mordecai sintió cómo la presión de la pesadilla se intensificaba. “Si cada acción tiene una reacción, entonces esta será la última vez que la bruja tendrá la ventaja.” La impotencia lo invadía, pero estaba decidido a utilizar cualquier recurso a su disposición. La inminente lucha se aproximaba, y cada detalle lo llenaba de rencor. “No permitiré que su locura arruine el futuro.” Con un movimiento de sus manos, invocó al espíritu guardián de los ancianos, un aliado que lo había guiado en momentos de oscuridad y que ahora despertaba con un rugido.
En el corazón de la noche, el niño sintió la agitación del espíritu. Sin embargo, aun rodeado de tensión, su inocencia permanecía intacta. Los ancianos habían hecho su trabajo y, mientras la profecía se cumplía, él soñaba con cielos despejados, un mundo alejado del desasosiego de la bruja. En su sueño, veía luces brillantes girando alrededor de él, pero con cada giro, la siniestra presencia de Ylenia se hacía más palpable. Las visiones de sangre inundaban el alma de Mordecai mientras se apresuraba hacia el fuego sagrado que custodiaba, un símbolo de esperanza. “La guerra no se librará sin un baño de sangre,” reflexionó irónicamente, pensando que el destino pesaba más sobre los culpables que sobre los inocentes. La magia que anhelaba Ylenia no sería entregada sin que le fuese cobrada una factura terrible.
“Sí, ven a mí, Ylenia,” pronunció Mordecai en un grito bajo, “ven a probar lo que has creado. Este será el día de la retribución.” El eco de su voz resonó, conjurando la tormenta que cernía el clamor de lo inevitable. En ese instante, comprendió que su lucha no solo era por el niño, sino también por el equilibrio mismo del mundo. La batalla que se avecinaba no solo marcaría el destino de Carolina del Sur. El viento se intensificó, llevando consigo la fragancia del peligro y el último susurro de las almas que habían caído. “Esta noche, la historia se reescribirá,” prometió, mientras las llamas de su espíritu ardían con más fuerza que nunca y la oscuridad comenzaba a ceder ante su resistencia. Ylenia, con sus poderes desatados, contemplaba cómo la noche se llenaba de promesas deformadas; un grito de guerra estaba a punto de salir de los labios de los condenados. Se erguía entre las ruinas de quienes habían intentado detenerla, pero sabía que sus acciones tendrían un precio. La sangre de los inocentes a su alrededor era solo un precursor del festín que estaba por comenzar. Con la risa como compañera, Ylenia se lanzó hacia el bosque, lista para reclamar lo que creía que era suyo por derecho, mientras el recuerdo de sus propios crímenes reverberaba, desahogando en un grito ahogado la ironía del destino que ella misma había forjado.
Mordecai sintió que cada latido insistente en su pecho era un llamado a la acción. Aquella noche no sería solo una itera más en la lucha eterna entre la luz y la oscuridad, sino un momento decisivo que repercutiría a través de los círculos del tiempo. “La valentía no será suficiente,” pensó con aguda lucidez, “es la justicia la que debe prevalecer.” Mientras su mente se afanaba en recordar los antiguos rituales y conocimientos impartidos por los ancianos, el chamán se aferró al poder que le era otorgado por el linaje de sus antepasados. El aire estaba cargado de una energía palpable, y mientras se adentraba en el bosque, el crujir de las hojas parecía entonar un canto de guerra. “Su magia no es más que humo,” susurró a sí mismo, aferrándose a la esperanza de que, al final, el amor y la lealtad podrían igualar la balanza.
A su alrededor, los árboles parecían adquirir vida, sus ramas extendiéndose como los brazos de un ejército esperando la llegada de su líder. Con cada paso, Mordecai sintió que el recordar el sacrificio de sus ancestros le otorgaba una fuerza inesperada. El niño, cuya luz había sido el objeto de tanto deseo y envidia, era su razón de ser. Durante siglos, los ancianos habían protegido a aquellos que eran inocentes, enfrentándose a la oscuridad que amenazaba con consumir el resto del mundo.
Ylenia, sin embargo, era una adversaria formidable. Su risa grotesca resonaba a lo lejos, un recordatorio constante de que la batalla estaba por desatarse. “El tiempo favorece a los audaces,” reflexionó, consciente de que la bruja no podría permitir que el niño viviese. Si el futuro dependía de su luz, entonces debía hacerse con ella a cualquier costo. Cuando finalmente se agrupó con su espíritu guardián, un destello de luz surcó el aire, como si la misma naturaleza respondiera a su llamado. Una línea de energía se formó entre ellos, un vínculo inquebrantable que prometía proteger a los indefensos y luchar contra la tiranía de Ylenia. “Estamos juntos en esto,” se afirmó a sí mismo, sintiendo el poder ancestral fluyendo a través de sus venas. “No permitiré que el miedo dictamine el destino de aquellos que no pueden defenderse.”
Mientras tanto, la bruja, en medio de su ritual oscuro, sintió un escalofrío recorrer su espalda. La conexión que Mordecai había establecido la inquietaba de maneras que nunca había previsto. “He encontrado fuerza donde no debería haber nada,” murmuró, más para sí misma que para sus seguidores espectrales. Sus ojos destellaban con la avaricia de una depredadora en su caza. “No te temo, chamán. Tu obstinación te llevará a la caída.”
La noche continuaba deslizándose, y con cada instante que pasaba, la tensión aumentaba. Mordecai sabía que el momento de la verdad se acercaba. “Recuérdame con esta llama,” se dijo en voz alta, su determinación férrea, mientras la luz vibrante del fuego avanzaba hacia él, como si el universo mismo se preparara para desatar su poder. Una vez más, el viento se alzó en su favor, llevándose los gritos apagados de las víctimas pasadas, un recordatorio del precio del sacrificio. La batalla estaba a punto de comenzar, y Mordecai sintió que, aunque el odio y la desesperación pudieran hacer temblar al mundo, la luz del niño sería su mayor defensa.
“Por el niño, por el futuro, por la paz,” proclamó, resonando entre la espesura del bosque, su voz firme y llena de propósito. Y así, mientras las sombras del enfrentamiento se acercaban, el destino de todos estaba por escribirse nuevamente, enmarcado en el delicado equilibrio entre el bien y el mal, con la luz y la oscuridad luchando por prevalecer. La batalla suprema no era solo por el niño, sino por el alma misma de un mundo al borde de la desesperación.
Ylenia había entablado con Satanás una amistad tan fuerte que esta entidad malévola enviaba todos los 31 de octubre desde el mismísimo infierno un tropel de demonios para relevar a los antiguos espíritus que moraban en la espesura del bosque. Criaturas de la noche, entre ellas espectros arrastrándose, alimañas de ojos brillantes y sombras con garras afiladas, se congregaban en torno a la bruja. Estos seres esperaban la orden de Ylenia, listos para desatar el caos.
Esa noche no fue diferente. Desde las profundidades del inframundo, los demonios emergieron, trayendo consigo un aire de desdicha y tormento. Ylenia, rodeada de su oscuro séquito, lanzó un grito de guerra que resonó en el bosque, haciendo temblar a las criaturas diurnas y convocando a todos los seres del mal. “Hoy reclamaremos lo que es nuestro,” rugió, mientras la tierra misma parecía responder a su llamado.
Mordecai, sintiendo el acercamiento del ejército infernal, apretó su bastón con fuerza. “No permitiré que sus planes se lleven a cabo,” murmuró, su voz cargada de una mezcla de desafío y esperanza. Invocó a los antiguos espíritus guardianes que habitaban el bosque, quienes comenzaron a despertar de su letargo, listos para proteger la inocente luz del niño. Entre ellos, figuras etéreas de antiguos druidas y guerreros se alzaron, sus formas brillantes contrastando con la oscuridad circundante.
La batalla que se desató fue feroz. Los demonios de Satanás, con su ferocidad salvaje, chocaron con los espíritus guardianes en un enfrentamiento que hacía vibrar el aire mismo. Mordecai, en el centro del caos, utilizaba cada gota de poder ancestral que poseía para mantener a raya a las criaturas malignas. El niño, cuyo destino colgaba de un hilo, emitía una luz cegadora que repelía a sus enemigos.
A medida que la batalla alcanzaba su clímax, Ylenia invocó a una criatura monstruosa, un basilisco con ojos de fuego y colmillos venenosos. La criatura avanzó hacia Mordecai, pero el chamán, con una determinación inquebrantable, convocó a un espíritu ancestral de una majestuosa águila, que se abalanzó sobre el basilisco en una lucha aérea que iluminó el cielo nocturno.
Finalmente, en un último y desesperado intento, Ylenia trató de atacar al niño directamente. Sin embargo, la luz pura del infante se volvió una barrera impenetrable. El poder combinado de Mordecai y los espíritus guardianes fue demasiado para la bruja, quien, con un grito de furia, fue arrojada hacia las sombras, derrotada por la misma luz que intentaba extinguir.
La paz regresó lentamente al bosque. Los demonios fueron desterrados de vuelta al infierno, y las criaturas de la noche se dispersaron en la oscuridad. Mordecai, exhausto pero victorioso, se arrodilló junto al niño, asegurándose de que su luz siguiera brillando. “Esta noche, la historia se reescribió,” murmuró, viendo cómo el primer rayo de sol despuntaba en el horizonte. “La luz y la oscuridad siempre lucharán, pero mientras haya esperanza, siempre habrá un mañana.”
La oscuridad, sin embargo, cubrió todo a su alrededor, tragándose los campos, los árboles y toda la naturaleza circundante. De la nada, un halo de luz radiante se desprendió del cielo, sacudiendo a las sombras de la muerte y enviándolas nuevamente a los abismos. Pero esto era solo el comienzo. Las huestes en las regiones celestes conocían a Dios y también a su ejército, sabían que el ser humano tenía debilidad por el pecado, y como tal, salieron a la ciudad en busca de carne fresca, de nuevos aliados, para que llegaran hasta el niño.
El niño, elevado a una dimensión espiritual, fue devuelto al seno de su familia en la tierra, evitando ser rastreado por los sabuesos del infierno. Sin embargo, las fuerzas oscuras no se detendrían. Mordecai, consciente de la nueva amenaza, sabía que la protección del niño apenas comenzaba. La batalla por la luz y la oscuridad se extendería más allá de los límites del bosque, abarcando la ciudad y más allá. Nuevos aliados se unirían a la lucha, y cada día traería consigo nuevos desafíos.
La historia estaba lejos de terminar, y el futuro del niño, de Mordecai y de todo aquel que se levantara en contra de la oscuridad, seguiría escribiéndose en un constante juego de equilibrio entre el bien y el mal..."Si la introducción fue de tu agrado no dudes en solicita un ejemplar"
La Bruja y el Chamán capítulos
- La Profecía 👈
- La Bruja
- El Chamán
- La Llamada
- En la Búsqueda
- La Familia Cristiana
- La Confrontación
- La Revelación
- La Batalla Final
- El Renacer
“La bruja y el chaman” fue publicada el 21 de Junio del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel de 271 paginas;: La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.”