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El domo sobre la planicie[]

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Traducción: British English and Spanish

Capitulo: 1 El ultimo horizonte

Paginas: 211 Posteriores


Prologo

En un rincón olvidado del mundo, donde la luz del sol apenas filtraba su calor a través de las gruesas capas de ciencia y desesperación, un continente entero se aferraba a la vida, atrapado en un domo indestructible. Era como si el cielo mismo se hubiera inclinado hacia la Tierra en un gesto de tristeza interminable, envolviendo a sus habitantes en un silencio que reverberaba por calles vacías y edificios desmoronados. Este no era un futuro distante, ni un sueño lejano; era la realidad de aquellos que habían visto cómo el caos devoraba el mundo exterior.

La historia comenzó un día cualquiera, un día marcado por la ciencia desbordante que creía tener el control. En laboratorios inteligentes alineados con la ciencia, un grupo de científicos, en su fervorosa búsqueda por la inmortalidad, había creado algo que fue rápidamente ígneo y voraz: un virus diseñado para ser la salvación, un mecanismo que se volvió en contra de su creador. Era una entidad insidiosa, un remanente de ambición que se propagó rápidamente y causó estragos. Cuando la palabra “pandemia” resonó en los noticieros, el pánico se apoderó del continente. Ciudadanos de todas las edades comenzaron a cerrar sus ventanas, a vivir encerrados, alejados uno del otro, el miedo se había apoderado de todos. Los científicos, en un último intento por preservar la humanidad, activaron el domo, sellando a millones en una prisión electromagnética que prometía una seguridad incierta.

Pero dentro de esas paredes invisibles, la vida no se detuvo. Las sombras de la desesperación y la lucha por la supervivencia se apoderaron de las mentes de los atrapados. Las calles de lo que una vez había sido una vibrante metrópoli se transformaron en laberintos de eco y alucinación, donde el aire se tornaba pesado y las risas de los niños se ahogaban en el silencio de los adultos. No se trataba solo de sobrevivir; se trataba de encontrar un propósito en medio del temor constante. Cada habitación, cada rincón del domo, se convirtió en un recordatorio del mundo exterior que habían perdido, envolviendo a la gente en un manto de nostalgia y venenosos sueños de libertad.



Capítulo 7: Recuerdos de un Mundo Perdido

Ya no sé cuánto tiempo llevo aquí, atrapado en esta cárcel que alimenta mis peores pesadillas. Las paredes del domo parecen más frías que ayer, y el silencio que lo acompaña no es nada comparado con el vacío que quedó afuera, cuando el mundo se derrumbó. La gente que una vez caminaba por las calles, riendo, gritando, viviendo… ya no está. O quizás solo la oigo en mi cabeza, como un recuerdo que se aferra a cada rincón de mi mente.

Recorrí el lugar un millón de veces, buscando algo, cualquier cosa que me diga que esto no es solo un castigo, que aún hay algo de vida más allá de estas paredes. Pero no. Solo polvo, escombros y el silencio, que ahoga todo con su peso. El aire aquí se ha vuelto más denso con cada día, hasta que ahora parece pegajoso, como si alguien hubiera puesto una capa de grasa entre mi piel y el mundo exterior, atrapando toda la humedad y la esperanza.

Afuera, el caos era una bestia hambrienta. La tierra parecía sangrar, envuelta en un olor que no puedo describir, mezcla de metal quemado, tierra mojada y algo peor, algo que todavía prefiero no nombrar. La calle principal, esa que solía llenarse de personas y coches, ahora es solo una grieta gigante en la tierra, con edificios destruidos en un montón de cenizas, pero no hay nada de vida allí. Solo ruidos que no existen - y si existen, prefiero no escucharlos.

¿Se fue toda esa gente, o simplemente desapareció en medio de la noche? Nadie sabe, nadie dice nada. Solo queda este silencio pesado, que parece absorber cada pensamiento, cada recuerdo dulce que intentamos aferrarnos. Me despierto cada mañana con la esperanza de escuchar algún sonido, cualquier indicio de que algo pudo sobrevivir, pero sólo el silencio. Nos olvidamos de la risa, del llanto, de la confusión. Todo quedó atrás, sepultado bajo capas de polvo y muerte.

Es extraño cómo el tiempo se vuelve irrelevante en un lugar como este. A veces, tengo la sensación de que llevo años aquí, viviendo en la misma hora sin moverme, como si el mundo exterior se hubiera detenido en un instante y nunca hubiera vuelto a caer en marcha. Solo un sueño roto. Solo restos de lo que alguna vez fue una humanidad vibrante y llena de sueños.

Mientras tanto, aquí sigo, con mi respiración entrecortada y mis pensamientos dispersos. Solo, en medio de la devastación, buscando alguna señal de que no todo se perdió. Pero la única respuesta que obtengo es la misma que me atormenta desde el primer día: silencio.

Asumo que los días se mezclan en mi memoria. No llevo reloj ni calendario, pero sé que he perdido la noción del tiempo. Aquí, todo se mide por el deterioro de las paredes, la acumulación de polvo, y esa sensación constante de que el mundo exterior se olvidó de que alguna vez existió. Creía que valía la pena contar los días, pero ahora, ¿para qué? Nadie regresará para darme la cuenta, y quizá, en el fondo, ni quiero saber cuánto tiempo ha pasado.

El viento es una presencia que a veces entra por alguna abertura, o eso creo. No siempre, solo un susurro que recoge la arena y la basura, que se cuela como un recordatorio de lo que quedó afuera. A veces, cuando la nada parece apoderarse completamente, cierro los ojos e imagino que puedo oír algo más allá del silencio. Pero no hay nada. Solo la quietud pesada que aprieta mi pecho.

Una vez, en el suelo, encontré un trozo de metal retorcido, aún caliente, y pensé en lo que pudo haber sido. No era mucho, solo un fragmento de la rutina rota, de los sueños que se desintegraron en la misma medida que el mundo a mi alrededor. Lo guardé en mi bolsillo, pero no sirve de nada. La esperanza o la desesperación, no sé cuál de las dos pesa más en estos días vacíos.

Es curioso cómo el tiempo también parece haber olvidado las horas. La luz que entra por los orificios en la parte superior del domo no es más que un recordatorio de que aún hay día, y que la noche, cuando llega, trae sus propios fantasmas. Algunos dicen que el miedo más grande no es a la oscuridad, sino a lo que te acecha en ella. Pero aquí, no hay nada que ayude a distraernos.

Mi alma se adormece en la rutina de la espera. El aire, el polvo, los viejos gritos en mi mente que se vuelven cada vez más débiles con cada día sin respuestas. Quiero recordar cómo era la tierra en sus momentos de gloria, cuando todavía había ríos, animales y árboles que nunca parecieron cansarse. Pero el recuerdo es como una película borrosa, con escenas que se desvanecen y se vuelven inalcanzables.

Me aferro a las pequeñas cosas, por insignificantes que sean. Un trozo de vidrio que refleje un poco de la luz del sol, una hoja seca que se arrastra por el suelo, o la sensación de que todavía puedo respirar con facilidad, aunque sé que la vida aquí es una lucha constante contra esa sensación de estar atrapado en un limbo sin certezas ni promesas.

En esa calma tensa, me doy cuenta de lo mucho que hemos cambiado. La tierra, el aire, cada rincón, parece guardar en silencio los gritos que en su momento amenazaron con destruirnos a todos. La historia que se escribió en las calles hace mucho que se perdió en la corteza de los recuerdos. Lo único que cierto es que seguimos aquí, al borde del abismo, con la esperanza de que en algún lugar, quizás muy lejos, todavía quede algo que valga la pena salvar.

Ahora, sentado aquí, con el silencio aplastándome desde todos lados, no puedo evitar recordar cómo fue antes, cuando la tierra aún respiraba ese aire pesado, cargado de miedo y de promesas rotas. Aquella atmósfera no era solo física, sino un peso invisible que parecía envolver a todo mundo, como un manto de incertidumbre que nadie quería levantar. La sensación de que algo se acercaba, algo que no podíamos ver ni tocar, pero que sabía que iba a cambiarlo todo.

Recuerdo las noticias, los 24 horas llenos de anuncios de guerra, de amenazas cruzadas entre grandes potencias: Rusia, Estados Unidos, China, y los países musulmanes que tenían en sus arsenales más armas de lo que nadie podía imaginar. Todo parecía estar al borde de un abismo, y sin embargo, la mayoría de la gente seguía en sus mundos virtuales, distraída con redes sociales, memes, y programas que parecían más importantes que el fin del mundo.

Los gobiernos, en su desesperada búsqueda de control, habían puesto a la humanidad en un sueño inducido, o quizás en un letargo colectivo. La mayoría permanecía en esa especie de trance, viviendo en una realidad paralela donde el caos externo no existía. La televisión, las pantallas, las noticias… todo era un espectáculo para mantenernos quietos, olvidando por completo lo que realmente se avecinaba.

No estaban interesados en la verdad, eso seguro. La gente prefería seguir comparando sus teléfonos o enviando mensajes sin sentido, sin ver que la tormenta ya azotaba las puertas. Y en medio de esa distracción, los líderes mundiales jugaban con fuego, lanzando amenazas como si fuera un juego peligroso. La tensión crecía, se acumulaba como una tormenta que no queríamos aceptar, y todavía así, la mayoría seguía dormida, ajena a la caldera que se calentaba lentamente, lista para estallar en cualquier momento.

Aquí, en esta quietud que lo envuelve todo, puedo sentir el peso de esa ansiedad en el aire, en cada rincón del mundo que una vez fue vibrante, que ahora yace en silencio. La humanidad, con la vista puesta en sus pantallas y en sus vidas superficiales, ignoró cómo, poco a poco, las amenazas se convertían en certezas. La guerra nuclear, ese monstruo que brillaba en los rumores, parecía tan lejano en la pantalla de un teléfono o en el brillo de la televisión, que casi parecía un cuento para dormir, una historia que nunca nos afectaría a nosotros, los pequeños atrapados en el domo.

Pero la realidad era otra. La tensión se acumulaba, el aire se volvía más pesado, más tenso, y la incertidumbre crecía en el fondo de cada pensamiento. Nos estaban empujando a un precipicio, y la mayoría ni siquiera se daba cuenta. Como si el mundo entero hubiera estado hipnotizado, entregado a una falsa sensación de seguridad, mientras todo a su alrededor se desmoronaba lentamente.

Y ahora, aquí, en el silencio absoluto, solo puedo escuchar la voz de esa memoria que me golpea sin parar: la incredulidad, la impotencia, y el peor de los temores… que quizás, en aquella euforia digital, nos lo merecíamos. Porque mientras la tierra temblaba y los países se amenazaban con el fin, nosotros, los que sobrevivimos a ello, aprendimos que la mayor amenaza siempre había sido la distracción..."Solicita un libro si este pequeño fragmento fue de tu agrado"

Capítulos

  1. El Último Horizonte
  2. Cielos Cerrados
  3. Atrapados en el Domo
  4. La Larga Espera
  5. Vidas en Cuarentena
  6. El Silencio que Queda
  7. Recuerdos de un Mundo Perdido
  8. El Reto de la Vida
  9. Entre Muros y Recuerdos
  10. Renacer en la Penumbra

“'El domo sobre la planicie” fue publicada por la Editorial vibras como un libro de divulgación científica el 21 de Junio del 2024 y luego en una nueva versión novela ciencia ficción, el 13 de septiembre del 2024, está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio de 306 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.