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El negocio de la muerte

El negocio de la muerte ingles

Esta novela aborda, sin filtros, siete historias crueles y aberrantes que confluyen en un punto de inflexión, culminando en una maraña de mentiras, control y muerte.

Escuchamos tantas teorías que casi hemos perdido la memoria sobre este evento, recordándolo solo si esta pandemia se llevó a alguno de nuestros seres queridos. Sin embargo, como verás, todo volvió a la normalidad. Nadie se hizo cargo; no hubo una investigación profunda, y el sistema siguió inyectando pequeñas dosis de entretenimiento a los ciudadanos de esta tierra, para que no perdieran la costumbre y continuaran en su letargo.

Así, con una indiferencia apabullante, los ciudadanos del mundo aceptaron seguir adelante como si nada hubiera sucedido. Sabían bien que las redes sociales e Internet tenían el poder de censurar y silenciar cualquier comentario sobre este evento.

Y es entonces cuando entro en escena: un pueblerino de Wisconsin, criado en un país hermoso, pero sometido a una casta faraónica de políticos ladrones y miserables. Por el asco que me provocaron, decidí encerrarme dos meses en mi pequeño departamento, soportando el calor asfixiante de un verano interminable, para evitar enfrentar a los zombis en las calles y sus manifestaciones incomprensibles, donde muchos solo buscan vivir del estado sin hacer el más mínimo esfuerzo.

Entre ellos, grupos sindicales, movimientos proaborto, experimentos sociales sobre nuevos géneros, e inmigrantes indocumentados exigiendo casa y alimento, a menudo huyendo de sus países con antecedentes aberrantes, escapando de la justicia como ratas por alcantarillas ajenas.

Ante este vendaval de emociones violentas que hay que soportar en este país tercermundista, elegí sumergirme en la oscuridad de mi habitación para dar rienda suelta a mi imaginación y contarte una historia que mezcla realidad y ficción. Una historia en siete capítulos que refleja el dolor, la impotencia y el sufrimiento de quienes presenciaron la muerte de sus seres queridos y nunca recibieron una respuesta honesta de los responsables de la pérdida de 14,9 millones de vidas humanas.

Y lo digo con total sinceridad: esos hijos de puta que gobiernan naciones grandes y pequeñas son los mismos que responden a un oscuro llamado. Tal vez no sea un demonio, tal vez no sea un extraterrestre, ni una entidad o estructura del sistema humanitario. Quizás no sea una simulación como la Matrix, ni un club de ricos mega influentes, ni una agenda global precisa. Tal vez solo sea un juego... uno muy perverso del cual solo se puede salir victorioso si tienes el valor suficiente para enfrentarlo y desafiar aquello que provoca tanto miedo, como las teorías que emergen de miles de personas que han despertado, aunque aún no son suficientes para reunirlos en una batalla sin precedentes

Algunas teorías:

  1. Creación en laboratorio: Una de las teorías más difundidas sugiere que el virus SARS-CoV-2 fue creado en un laboratorio, ya sea intencionadamente o como un accidente. Algunos afirman que este laboratorio está vinculado a la CIA u otros gobiernos, argumentando que se trató de un experimento para desarrollar armas biológicas.
  2. Control poblacional: Otra teoría sostiene que la pandemia fue utilizada como una herramienta por parte de gobiernos o élites globales para reducir la población mundial, enfocándose especialmente en las personas mayores, quienes son más vulnerables al virus.
  3. 5G y el virus: Algunas conspiraciones han relacionado al virus con la tecnología 5G, sugiriendo que la implementación de estas redes ha debilitado el sistema inmunológico de las personas, permitiendo que el virus se propague más fácilmente.
  4. Vacunas como control: Hay quienes creen que la creación de las vacunas es parte de un plan más amplio para controlar a la población. Esta teoría sugiere que las vacunas podrían contener microchips o sustancias para manipular a las personas.
  5. Intereses económicos: Se ha argumentado que grandes corporaciones y gobiernos han exagerado la pandemia para beneficiarse económicamente, creando crisis que les permitan obtener mayores ganancias a través de ayudas gubernamentales o venta de productos sanitarios.
  6. Manipulación política: Algunos creen que la pandemia fue utilizada por ciertos líderes políticos como una excusa para imponer medidas autoritarias y restringir libertades civiles bajo el pretexto de la salud pública, con la OMS a la cabeza.


El 31 de octubre de 2020, cuando la pandemia del COVID-19 estaba en pleno auge y sus garras se extendían por la faz de la tierra, yo me encontraba en la estación del metro, a pocas calles de mi hogar. Hace unos minutos, había recibido una llamada de mi jefe, exigiendo mi presencia en el geriátrico donde trabajaba, un lugar de primer nivel con amplias habitaciones y un extenso parque. No me dio más detalles sobre la urgencia, pero sabía que yo era el más cercano y que debía cumplir con esa odiosa obligación, pese al miedo que me generaba usar el transporte público en aquellos días oscuros. Tenía planeado pasar la tarde con mi familia en la casa de mi suegro, disfrutando de un buen asado y charlando de fútbol, política y todas esas tonterías que hacen que la vida valga un poco más, pero ese día parecía que mis planes se desmoronaban.

Sentía que estaba renunciando a esos momentos que percibimos como regalos de la vida, los que nos dan fuerzas para seguir adelante en una situación que ahoga nuestras existencias. No me quejaba ante Dios, a quien agradezco por escuchar mis oraciones nocturnas, aunque admito que me he quedado dormido muchas veces, dejando mis súplicas a medio terminar, mis sollozos y debilidades, como ofrendas sin culminar.

Todo esto era producto de lo que había estado sucediendo en el mundo: una pandemia que nos obligaba a vivir de una forma que nunca hubiéramos imaginado. Antes, andábamos por las calles con libertad; incluso si elegíamos quedarnos en casa, era una decisión que emanaba de nuestra propia voluntad. Pero, de repente, ese sentido de libertad se desvaneció. No sabía si el virus era un producto de un laboratorio o un capricho de la naturaleza para sacudir nuestras conciencias, ni si estábamos, sin querer, creando una civilización tóxica que deshumaniza. Lo único que sabía era que muchas personas estaban muriendo, especialmente los ancianos, la columna vertebral de nuestras familias, aquellos cuyos relatos enriquecían nuestras vidas. Esos seres humanos, que pocas horas antes compartían nuestras mesas, caían uno tras otro, como si la misma muerte estuviera de paso, ávida, extrayendo la vida de sus cuerpos frágiles con frialdad.

Entonces, el miedo y el terror se apoderaron de todos nosotros. La única respuesta parecía ser aislarse, para evitar propagar esta enfermedad.

El tren llegó con quince minutos de retraso. Sus vagones estaban casi vacíos; los pocos pasajeros mantenían una distancia significativa entre ellos, con barbijos cubriendo sus rostros y algunos con guantes, aumentándole un poco más el miedo a la situación. El olor antiséptico de los hospitales se hacía cada vez más presente en todos los espacios públicos. La ausencia de los vendedores ambulantes en el tren era notable. Mi teléfono sonaba cada cinco minutos, era mi jefe insistente, y no quería atenderlo. Estaba realmente enojado. Sabía que las horas extras del fin de semana se pagaban como si fueran horas normales, y eso solo aumentaba mi frustración. Intentaba calmarme; al firmar el contrato con la compañía, me habían explicado que estas cosas podían ocurrir en los momentos menos indicados. Ese mes era de guardia pasiva, y así eran las reglas del juego. Me recordaba a mí mismo cómo había estado desempleado, sin siquiera dinero para un boleto de tren, y esas excusas ya no rondaban por mi cabeza.

Al llegar al geriátrico, mi jefe me recibió en la puerta, apremiante y serio. Debíamos desinfectar una habitación, porque esta mañana habían llevado a dos ancianos en ambulancia y había seis más en lista de espera del hospital. Me dirigí a un pequeño cuarto que teníamos para nosotros, donde también almorzamos. Tomé todos los elementos de protocolo y me acerqué a la habitación que estaba cercada. El olor era espantoso, inaguantable. "Ninguno de los dos sobrevivió, pero antes de irse nos dejaron un regalito explosivo", comentó una compañera, riendo a carcajadas, como si el dolor fuera una broma. Un charco de heces líquidas se extendía por el suelo, sobre todo en la mesa. Me llevé las manos a la cabeza, tratando de asimilar cómo había llegado eso hasta allí. Destapé el bidón de hipoclorito de sodio y, con guantes, empecé a limpiar el desastre. Pasé al menos una hora en esa tarea, asegurándome de que todo quedara perfectamente desinfectado. Al día siguiente, con el visto bueno del director y las autoridades sanitarias, recibiríamos a esos seis ancianos, dos de los cuales serían destinados a esa habitación.

Terminé mis labores de desinfección, incluyendo administración y el comedor, y al fin estaba listo para regresar a casa, preparándome para volver en el turno nocturno. Durante todo el día, los noticieros llenaban la pantalla con reportes sobre las muertes causadas por la pandemia. Y, por supuesto, los ricos y famosos no eran la excepción; algunos de ellos, con su dudosa inmunidad, también cayeron. En los sectores más vulnerables de la sociedad, proliferaban las teorías de conspiración, intentando convertir el miedo en tendencias. Las grandes redes sociales se encargaban de silenciarlas, bloqueando contenido que osara cuestionar la narración oficial. Nadie podía hablar abiertamente sobre lo que pensaba, especialmente si eras un creador de contenido, un youtuber o un influencer que intentaba transmitir un mensaje sobre la posible creación del COVID-19 en laboratorios. Si lo hacías, tu canal se cerraba de inmediato, y todo el contenido que habías compartido, relacionado o no, desaparecía como si nunca hubiera existido. Era una era de censura silenciosa, donde la verdad se ocultaba bajo un manto de miedo y dogmatismo.

Aquella noche, mientras caminaba hacia mi casa, el peso de todo lo vivido me oprimía el pecho. Recorría las calles vacías, cuya vida parecía aplastada por el temor. Las luces de los edificios parpadeaban, pero todo se sentía apagado. Recordé las risas de mi familia, el sabor del asado, la calidez de cada beso y abrazo. Todo parecía tan lejano, tan distante.

Al abrir la puerta de mi hogar, el aroma familiar me recibió como un bálsamo. Mis hijos correteaban por el pasillo, sus risas resonando en un mundo que apenas recordaba lo que era sentir alegría. Mi pareja me miró, con una mezcla de preocupación e incertidumbre en los ojos. “¿Cómo te fue?”, preguntó.

“Lo de siempre”, respondí, tratando de restarle importancia. “Hoy limpió el desastre que dejaron los ancianos, pero... ya sabes. Todo sigue igual.” Ella se acercó y me abrazó, uniendo nuestras almas en un remanso de paz.

Me senté a la mesa mientras los niños se acercaban, enganchando mi atención con historias sobre su día. Sus palabras vibraban con inocencia y esperanza, una luz tenue en medio de la oscuridad que nos rodeaba. Mientras los escuchaba, sentí que, a pesar de la pandemia, a pesar de las teorías y las conspiraciones, la vida continuaba. ¿Era posible que hubiera un sentido detrás de todo esto? ¿Que nuestra humanidad, a pesar de las circunstancias, aún podía encontrarse en la conexión entre nosotros?

Mientras cenábamos, la conversación se tornó más profunda y reflexiva. Había una necesidad colectiva de entender lo que estaba ocurriendo, de encontrar sentido en el caos. “Papá, ¿crees que este virus fue creado por personas malas?”, preguntó uno de mis hijos, con una inquietud en su voz.

“Es difícil decirlo”, respondí, tratando de encontrar las palabras adecuadas. “A veces, las cosas pueden parecer que suceden por una razón, pero siempre hay muchos factores en juego. Lo importante es que estamos juntos y nos cuidamos mutuamente.”

Finalmente, después de la cena, me encontré solo en el salón, revisando las noticias. Una vez más, el ciclo se repetía: cifras de muertes, testimonios desgarradores, la incertidumbre de lo que vendría. Las opiniones se enfrentaban en un furor descontrolado, pero había algo que parecía unificar a la gente: el deseo de volver a vivir, de recuperar la normalidad que todos añorábamos.

Mientras contemplaba por la ventana, la noche se hacía más densa. Una voz en mi interior me decía que, aunque el futuro era incierto, había una chispa de esperanza. ¿Seríamos capaces de aprender algo valioso de esta experiencia? ¿Podría la humanidad salir de esta prueba más fuerte, más unida?

Intercambiando pensamientos oscuros y posibilidades esperanzadoras, me abracé a la idea de que cada día era una nueva oportunidad de construir un futuro mejor, incluso en medio de la tormenta. Y así, mientras el mundo luchaba contra la adversidad, yo decidí encontrar la luz donde pudiera, valorando cada momento con mis seres queridos, cada rayo de conexión humana que aún resistía. Después de todo, era en esos fragmentos de vida donde realmente se manifestaba nuestra esencia como humanos.

Mañana volvería al geriátrico, pero esta vez con una determinación renovada: no solo limpiar habitaciones y desinfectar, sino también ser un apoyo para aquellos a quienes el miedo había dejado atrapados. Porque en tiempos de oscuridad, la empatía y la bondad son las verdaderas armas contra el caos. Y así, con el corazón lleno de dudas y esperanzas, me sumergí en la incertidumbre del mañana, dispuesto a enfrentar lo que vendría con la cabeza en alto y el alma abierta.

Las cosas en el geriátrico empezaron a ponerse oscuras. Era como si una intensidad inquietante hubiera caído sobre el lugar, envolviendo cada rincón con una sensación de opresión. Recordaba unos días atrás, mientras limpiaba el pasillo principal, cuando una anciana llamada Miriam comenzó una charla que parecía no tener fin. Mi jefe me había advertido sobre su conducta tóxica; era imposible terminar una conversación con ella sin sentir que había sido absorbido por su torrente de palabras.

Ese día, mientras limpiaba, comenzó a contarme cosas que me hicieron sentir incómodo.

“Cuando cae la noche, el doctor Alfredo me viene a visitar,” dijo, mirándome con esos ojos vidriosos que parecían atravesar mi alma. “Nunca estoy sola; siempre hay otro hombre, uno que no puedo reconocer. Ellos me inyectan algo en el brazo…”

Las palabras de Miriam resonaron en mi mente. Esa anciana había dicho que las inyecciones eran de un líquido espeso que la hacía ver estrellas. Miriam continuó, su voz temblorosa.

“Después de eso, siento un calor extremo que me recorre. Y luego… no sé qué pasa. Ellos me sujetan fuerte, como si tuvieran miedo de que me escapara. Y después, todo se vuelve negro. Cuando despierto, encuentro la habitación hecha un desastre, con el suelo manchado de orina y excremento.” Sus ojos se abrieron con un terror oculto, y su mirada se desvió hacia el pasillo, como si temiera que algo o alguien estuviera allí.

No sabía qué pensar. Intenté restarle importancia a su relato, pero sus palabras seguían atormentándome. La oscuridad comenzó a crecer en mi pecho, siendo apenas un síntoma del desasosiego que se acumulaba. Cada vez que pasaba junto a su habitación, sentía un escalofrío recorrer mi espalda.

Una noche, después de un largo turno, me detuve frente a su puerta. Todo estaba en silencio, pero algo no estaba bien; había un aire denso, como si la misma atmósfera se hubiera cargado de pesadez. Sin poder evitarlo, decidí mirar a través de la pequeña ventana de la puerta. Lo que vi me heló la sangre.

Miriam estaba sentada en su cama, con una expresión de terror indescriptible, mirando hacia la esquina de la habitación como si estuviera viendo algo que yo no podía. No había señales de que alguien más estuviera allí, pero su cuerpo estaba rígido y su piel pálida como la cera. En un instante, levantó un brazo tembloroso y lo señaló, sus labios moviéndose sin emitir sonido, como si estuviera suplicando ayuda.

A medida que me alejaba, el aire pareció volverse más frío. Esa misma noche, tras cerrar las puertas del geriátrico, escuché voces que parecían provenir de la habitación de Miriam. Eran murmullos suaves, pero claramente desgarradores, como si ella estuviera en medio de una conversación con aquellos hombres de los que habló; la imagen de su rostro atormentado me perseguía.

Los días se convirtieron en una espiral de terror. Al caer la noche, los ruidos extraños se intensificaron: crujidos en los pasillos, ruidos extraños, como si algo se burlara de nuestras mentes.

Una noche, decidí quedarme un poco más. Me armé de valor y volví a acercarme a la puerta de Miriam. La luz de mi linterna iluminó la habitación. Al entrar, el aire se volvió pesado, y un denso olor a descomposición llenó mis sentidos. Fue entonces cuando noté que la habitación estaba hecha un caos, las sábanas rasgadas y los muebles desordenados.

Y en el centro de la cama, Miriam yacía inmóvil, pero no sola. Junto a ella había dos figuras en la penumbra, sus rostros ocultos en la oscuridad. Eran los hombres a los que se refería, y mientras la mirada de Miriam se perdía en el abismo, comprendí con horror que había caído en sus garras de nuevo.

Sin poder contener el grito, di un paso atrás, y los extraños se volvieron hacia mí. En un instante, supe que el terror verdadero había comenzado. La opresión que había pensado que era solo el ambiente del geriátrico ahora se materializaba en algo mucho más aterrador, una invitación a aquellos que habían sido llevados a los límites de la locura. No tenía idea de lo que realmente sucedía cada noche en esa habitación, pero sí sabía que no podía seguir siendo parte de ello.

Desperté mi sobresalto y salí corriendo, dejando atrás las figuras de aquellas personas que no reconocí debido a la oscuridad de la habitación, entonces de manera sobrenatural y sin ningún sentido, una camilla que se situaba justo a la entrada de los dormitorios se interpuso en mi camino, estoy diciendo que se movió sola para impedir que siguiera corriendo….Si la intro fue de tu agrado solicita un ejemplar o continua durmiendo con un dedo en donde ya sabes.

Capitulos

  1. El anunció
  2. El miedo y la muerte
  3. Las trompetas
  4. Los animales salieron a la ciudad
  5. La naturaleza volvió a respirar
  6. Intereses ocultos
  7. La agenda Global
  8. Estas en nuestras manos

Collaborator: NatashaH1996

Traducción: Español Latino Glob

Fecha: 2/18(2025


El negocio de la muerte” fue publicada el 21 de Junio del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel. La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor argentino Marcos Orowitz.

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