El escritor del diablo[]
Esta novela no requiere una introducción o reseña para que comprendas su esencia. Si has llegado hasta aquí, es porque buscas algo que te falta. Tal vez el protagonista de esta historia pueda guiarte en tu propio camino, permitiéndote experimentar y entender que, detrás de este mundo material, se libra una lucha constante con fuerzas espirituales que emergen del abismo, atravesando dimensiones para manifestarse en nuestro plano. Estas fuerzas buscan arrastrar el mayor número de almas hacia el seno del fuego, hacia la oscuridad eterna...y todo por un puñado de billetes miserables.
Introducción
Cortesía: Edith Slanfont
Traducción: Mercury Sbyt
Capítulo 1: El acuerdo
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“Era su tercer libro y ya no quería continuar escuchando el siguiente relato. Todo se había salido de control y la realidad se había convertido en un puñado de relatos miserables. Huyó de la ciudad buscando la forma de acabar con su vida, pero la muerte se había alejado de él. No había excusa ni vuelta atrás; el contrato que firmó decía claramente: siete libros relatados por sus propios protagonistas, y como garantía su firma aparecía en él.”
Yo escribía cuentos y novelas de fenómenos paranormales y ciencia ficción, con un trasfondo de terror psicológico, narrativas emocionantes, controversiales y difíciles de digerir para el común de las personas. Los publicaba de forma libre en Amazon Kindle, en la sección destinada a escritores independientes, aquellos a quienes nadie conoce y que probablemente nunca conocerán.
—A decir verdad, nunca vi un centavo de esas publicaciones —confesé—. No había concretado ni una sola venta. Los lectores de aquella afamada plataforma consideraban mis títulos una porquería. Por esa razón, nadie se animó a pagar 2,99 dólares por un ebook de mi extensa biblioteca de terror. A veces, para no desanimarme, me inventaba excusas, echándole la culpa al algoritmo de la fama y la fortuna, o a la falta de publicidad en el mundo literario.
—Publicidad por valor de veinte mil dólares —continué, con ironía—. ¡Eso decía el Premio Literario Amazon Storyteller! Obviamente, mis obras eran oscuras, lúgubres y causaban cierta incomodidad a los nuevos movimientos tendenciosos que conspiran contra la vida, a los políticos corruptos, a los ricos y famosos, y a los incompetentes jurados del certamen literario, que evitaban mis obras por ninguna razón misteriosa.
—La industria de los sueños necesita nuevos rostros, pequeños muppets para sus extensos shows, y yo era el malo de la película; no tenía oportunidades. Todo el apoyo exclusivo a los novatos estaba destinado a sus estúpidas novelas de terror mezcladas con el romance moderno, donde él es ella, ella es él, y ellos son todo lo que deseen ser. A la crítica le encanta el escándalo y el cambio de roles, porque mientras estén conectados a todas esas cuestiones comerciales y liderando el mercado mundial en todos los ámbitos, esto continuará evolucionando hasta que el ser humano se transforme en una cosa, un pedazo de bulto energético que será lentamente desplazado por la inteligencia artificial.
—Señores, yo crecí en el seno de una familia cristiana con grandes valores humanos y religiosos; mis conocimientos y experiencias provienen de la vieja escuela: la familia, los hijos, el respeto a la vida y a la naturaleza que la rodea.
—En mi hogar, Dios, Jesús y el Espíritu Santo mantenían encendido el fuego de nuestra existencia. Esto podría parecer anacrónico en nuestra época, y sé que desde tu perspectiva estarás pensando: “Qué absurdo, ¿cómo pueden haber caido tan bajo?”. Cuando se menciona a Jesús, las personas comienzan a cuestionar: “¿Qué tanto sabe este ser sobre la coerción?”.
Las religiones, estimados amigos, han sido la herramienta perfecta de los gobiernos que operan desde las sombras, trabajando durante milenios para el imperio de la muerte. Han conducido a la humanidad a una esclavitud moral, viviendo bajo el miedo constante a sus propias acciones. Estas vetustas doctrinas fueron, en esencia, el opio de los pueblos, condicionantes de espíritus, carceleras de almas y, en gran medida, responsables de nuestra involución.
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A veces, el ser humano necesita actuar conforme a su naturaleza. No pretendo hacer una apología de nuestra psicología, pero hay que considerar que así es como el ser humano purga sus malas acciones y exorciza sus demonios internos. Sin embargo, ¿quién en este planeta difuso y gélido puede definir “malas acciones”? Vivimos como animales y actuamos como tales, pero a diferencia de ellos, hemos sido bendecidos con un atisbo de raciocinio que nos mantiene reflexivos, discrepantes entre el bien y el mal, discerniendo y separando lo bueno de lo malo. Actuamos como pequeños autómatas, ejecutando constantemente el plan B de salvación; está en nuestra naturaleza, desde el nacimiento hasta la muerte.
Sin embargo, las nuevas civilizaciones, estas generaciones experimentales donde el sistema y el imperio del mal han puesto sus garras, están desnaturalizando el concepto de familia. Ya a nadie le importa una mierda de dónde provengas, cómo te percibas ante la vida, de qué manera te la ganes y mucho menos cuáles son tus creencias. Estos experimentos sociales del futuro, están alineados con una agenda a la que solo tendrás acceso si conoces al capitán del barco. No puedes llegar como un simple marinero raso y aspirar al conocimiento de la navegación en mares profundos sin antes haber experimentado “la nada”. ¿Y qué es “la nada” para ti? Bien, déjame decirte que es análoga a la empatía, pero a la empatía por la propia vida, tal y como lo plantea el maligno, desde la música hasta la literatura. Realizando un breve o extenso recorrido por la ciencia, busca el dinero, el reconocimiento, la posición que te lleve tan lejos que una vez allí, en ese lugar desértico y frío como el corazón de un político, desees no volver jamás a ser quien eras. Porque ser un ser humano común y corriente, uno más del rebaño, representa un peligro, y nadie de esta generación quiere terminar siendo la perra de alguien más.
Como hijo de un trabajador de la pesca y de una ama de casa conservadora, se me hizo difícil aceptar las nuevas reglas del juego, pero las acepté porque comprendí que muchas cosas estaban mal y muchas otras necesitaban ser liberadas. Sin embargo, comprender, entender y aceptar tampoco me ayudaron mucho; el mundo siguió girando de la misma manera y nosotros, debajo del domo, corríamos como cucarachas.
Durante diez largos años envié mis obras a diferentes editoriales. Primero cambié mi nombre por un seudónimo latino, luego a uno americano para que no sonara tan judío, pero no resultó. Títulos con grandes historias, horas y horas de literatura que evolucionó al igual que la sociedad —no podían acusarme de antiguo; yo sabía perfectamente cuáles eran las tendencias del momento en el mundo literario—, pero, aun así, en todas las oportunidades fui rechazado. Ni siquiera las pequeñas tiendas del centro de la ciudad, donde se exhibían los libros de la escritora Danielle Steel, con un público extenso de amas de casa que aprovechaban las compras de comestibles y se llevaban un libro para leer por las noches mientras sus gordos maridos se quedaban dormidos mirando a los empacadores de Green Bay perder nuevamente 20 a 10 contra los leones de Detroit.
Estas pequeñas tiendas y librerías nunca se tomaron la molestia de leer una sola maldita obra. Yo esperaba como mínimo una reseña miserable acusándome de hereje; "eso me hubiera hecho feliz", porque sabría que al menos la leyeron.
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Las redes sociales no eran lo mío. Giraban donde el sistema y el algoritmo las llevaban. ¡Y siempre estaban en el mismo lugar! Olfateando a novela de terror de los años 80, estos cazadores de talentos querían material de personajes famosos de la talla de Stephen King. ¿Quién podía competir contra eso? Yo era un don nadie que escribía sus cuentos y novelas en un dispositivo celular de gama baja, porque ni siquiera podía darme el lujo de escribirlas en una laptop; apenas podía cubrir mis gastos mensuales con un puesto de vigilante nocturno en el cementerio Woodlawn. No podía darme el lujo de pagar por publicidad; era un joven padre de familia que rentaba un pequeño apartamento en los suburbios de Wisconsin. Mi deber era ser proveedor, velar por el bienestar de mis hijos y mi esposa, procurando ofrecer lo básico. “Y, señores”, sería un mentiroso si les dijera que toda esta problemática no pudo acabar con mi ilusión y mi amor por la escritura.
—¡Mentira! Muchas veces tuve ganas de mandar a todos a la mierda y ser uno más del montón de tipos desilusionados y enojados con la vida por no haber podido concretar su sueño.
—Así es, señores. La vida de un escritor sin popularidad no es diferente a la del resto de los seres desdichados que buscan abrirse camino en esta vida de infortunio. Hay algunos que cuentan con contactos, personas que de alguna forma les dan una mano para pasar a otro nivel. Sin embargo, a mí me tocó la parte más cruda de esta novela. Yo pertenecía a la multitud de los olvidados, de los señores sin popularidad, y no era una maldición, era una realidad.
—¿Cómo definiría la palabra “meritocracia” un personaje como yo, después de todo lo que acabo de describir? “Tanta gente con contactos sin talento, tanta gente con talento sin contactos”. ¿Les agrada esta descripción o les disgusta? Bueno… poco me importa, porque a mí me gusta, y la recuerdo siempre desde mi soledad, encerrado en algún lugar que desconozco.
—Y esto que voy a narrar es verdadero, y la vida se encargará de mí si miento en este relato.
Un día, como el guion de una película de terror, recibí de forma espontánea un extraño correo electrónico de una editorial desconocida que se autodenominaba “EUPHORIA”. Al principio, creí que se trataba de una broma, de publicidad o de algún tipo de maniobra engañosa de un miserable hacker intentando secuestrar mi cuenta.
—Pero al leer el correo detenidamente y buscar referencias en internet, entendí que se trataba de una propuesta seria: ellos querían publicar uno de mis libros y ofrecían pagar una suma más que generosa por los derechos de autor. “Sí, debí haber sospechado algo”, pero estaba tan emocionado con la posibilidad de finalmente vender una de mis obras que acepté sin pensarlo demasiado.
Fue entonces cuando me enviaron el contrato que debía firmar para cederles los derechos de autor de mi primera novela, un thriller psicológico llamado El psicoanalista, una serie de libros de terror que, según la propuesta, no sería cualquier serie, sino una serie única y especial. En ese momento, preferí mantener este acontecimiento emocionante en secreto; podría ser una equivocación, como dije anteriormente, nunca había vendido un ejemplar, No era una tendencia; nadie hablaba de mis obras en las redes sociales, porque nunca estuve presente en ninguna. Entonces, ¿de dónde demonios obtuvieron mi número de teléfono?
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— Todo sonaba demasiado raro. Podía ser una cámara escondida; no descartaba ninguna posibilidad. Sucedió, sucede y seguirá sucediendo que la fábrica del entretenimiento acude a este evento cuando se terminan las ideas y lo convierte en un show. Entonces, el personaje tiene sus veinte minutos de fama y, tras ser ridiculizado en todas las plataformas donde se concentran las almas inquietas en busca de diversión, regresa al callejón de donde salió, con una mano adelante y la otra por detrás.
— Mi familia y mis pocos amigos no se enteraron hasta ese momento. No iba a llevar esta noticia a mi esposa para desilusionarla; debía estar seguro antes de abrir la boca y subirme a la nube de las emociones. Lo había hecho tantas veces que no podría soportar nuevamente otra lágrima en su rostro. Juro por Dios que no podría.
— Un empleado de la editorial, de nombre Robert, se puso en contacto conmigo para ultimar detalles de nuestro encuentro. Lo primero que preguntó fue si disponía de un abogado. Le dije que no lo necesitaba y fui sincero en mi respuesta: nunca me gustó esa gente; para mí eran aves de rapiña, y solía utilizarlos en mis cuentos para despedazarlos por completo.
— Afortunadamente, y por alguna extraña razón, el tipo se encontraba en el centro de la ciudad de Wisconsin, cerca de donde yo residía. Eso facilitó que no tuviera que desplazarme a otra ciudad, generando un gasto de dinero que no tenía.
— Me reuní con él en un restaurante famoso de la alta sociedad, en el corazón de la ciudad, y, en cuanto llegué, sentí algo extraño en el ambiente. Una sensación desconocida. No era ansiedad, impaciencia, incertidumbre o emoción; era más bien como una sensación asfixiante que me impedía respirar con facilidad.
— Desarrollé esta percepción en mi adolescencia, cuando comencé con mis libros de literatura de terror, y tenía mucho que ver con la naturaleza de los cuentos. El constante sentimiento de horror que me invadía al escribir de madrugada hizo que experimentara el miedo desde las entrañas, desde el corazón. Muchas anécdotas reales surgieron en la creación de mis obras, sobre todo en Talento para el horror, donde fui sorprendido en más de una ocasión por una extraña presencia que apoyaba su mano en mi hombro y susurraba a mis oídos: “Escribe… continúa escribiendo”. Debo decir que, a pesar de ser un adolescente de trece años, tenía mucho valor para enfrentarlos. Entonces, me ponía de pie y les gritaba: “¡Tengo talento, no necesito de tu inspiración!”.
— Estos eventos podrían hacer orinar en sus pantalones a cualquier escritor de la nueva generación. Y aunque un famoso autor de la vieja escuela me haya asegurado de que estas cosas suceden cuando alguien se sumerge de lleno en la historia que está relatando, es imposible no sentirse parte de sus obras. ¡Por supuesto que sí! La esencia del horror se manifiesta y la vorágine de las emociones te sorprende, porque siempre algo de ti queda atrapado dentro de las páginas. Es importante que los lectores sepan que cada vez que compran un libro, aceptan subliminalmente las condiciones que el escritor plasmó en sus páginas. Están llevando a sus hogares pequeños fragmentos del autor; que no se ven, pero están ahí, en cada letra, en cada palabra, en cada relato: emociones variadas que nacieron y murieron en su corazón el mismo instante en que dio vida a ese manojo de hojas llamado “libro”.
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— Desde la recepción del restaurante, me acompañaron hasta la mesa donde se encontraba Robert. El tipo se puso de pie y estrechó mi mano. Su apariencia era la de un hombre alto, caucásico, de cabello rubio y ojos azules profundos, con una fragancia sugestiva, fresca y persistente que se mantenía activa a su alrededor. Se dice que "la primera impresión es la que cuenta," y fue acertada, porque, a juzgar por su apariencia, modales refinados y fluidez en su vocabulario, podía entender que no se trataba de un timador ni un degenerado.
— De manera suave y pausada, me explicó todo lo que implicaba el contrato: escribiría siete libros de terror psicológico, cada uno basado en la historia de un grupo selecto de personas; los protagonistas de cada historia eran reales, y tendría que hablar con ellos personalmente para obtener los detalles que necesitaba.
— Robert prometió que la editorial pagaría una gran cantidad de dinero. Según sus palabras, ¡mucho más de lo que pudiera imaginar! Sin embargo, hubo algo en su forma prolija de hablar que me hizo desconfiar, como si ocultara algo oscuro y siniestro detrás de esa sonrisa. Desde pequeño, siempre fui una persona intuitiva; fue lo único que heredé de mi padre: el don de “la premonición”. Mientras Robert hablaba, pude observar su rostro detenidamente. El movimiento de sus labios, el brillo de sus ojos tenía luz propia; no reflejaban la luz del ambiente. Eso no era normal. Sus manos, blancas y perfectas, descansaban sobre la mesa sin necesidad de moverse para que comprendiera sus palabras. Algunas de estas características poco comunes encendieron una alerta dentro de mí, pero rápidamente abandoné el análisis; todo lo que este tipo me decía lograba cautivarme por completo: el dinero, la fama, los nuevos contactos, viajar por el mundo. ¡Nadie con dos dedos de frente podría rechazar esa oferta! Yo no estaba en posición de negociar nada.
"Es que no tenía nada con qué negociar", más que mi capacidad imaginativa para crear personajes y situaciones, y darles vida dentro de un cuento o novela de terror. Y esto que voy a decirles es personal, pero sepan que cuando Robert narraba ese futuro exitoso y me incluía en él, yo me transportaba mágicamente a un mundo paralelo, un estilo de vida diferente. Me veía saliendo por el gran portón de hierro del cementerio de la ciudad para no regresar jamás. Podía imaginar a mi esposa abandonando su empleo como mucama a medio tiempo y disfrutando de los placeres de la vida en toda su magnitud. Observaba a mis hijos felices corriendo en un jardín inmenso, lleno de flores de colores, recibiendo una educación de primer nivel, evolucionando y desarrollando sus capacidades al máximo.
— Entonces, luego de producirse ese evento cinematográfico espiritual dentro de mi cabeza, y condicionado por la situación económica que atravesaba, acepté su oferta, pensando en un futuro digno para mi familia.
— Aquella misma tarde, cuando regresé a casa con un cheque en el bolsillo de mi chaqueta, abracé a mi esposa y liberé mis emociones. Me senté junto a ella y le relaté todo lo sucedido desde el principio, sin guardar detalle alguno.
— Durante los días siguientes, tuve que enfrentar a mi jefe en el cementerio de la ciudad para presentar mi renuncia. Obviamente, dije que cambiaba de empleo solo por una leve mejora salarial, nada más. No había necesidad de manifestar otra secuencia de acontecimientos, ya que lo consideraba un viejo tacaño y miserable.
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Recuerdo aquellas veces en que solicitaba que me adelantara el salario debido a que la paga era tan mala que nunca llegaba a fin de mes. Ni hablar de las innumerables respuestas negativas por parte de este personaje irascible, a quien nunca se le podía cuestionar ni corregir nada. Viejo ególatra. Al tenerlo frente a mí y saber que ya no volvería a verlo, un sentimiento muy humano hizo parada en mi cabeza y quizá también en mi corazón. Tuve ganas de propinarle una paliza, así como lo escucharon, el deseo de asestarle un golpe seco en la mandíbula para desarmarlo por completo y luego liquidarlo en el suelo como un rufián italiano. Pero solo eran pensamientos y deseos reprimidos, nada tenía lógica, o tal vez sí. Lo cierto es que me fui de aquel lugar con un cheque rebuscado que el viejo rata confeccionó después de realizar tres cuentas matemáticas que le llevaron menos de treinta segundos para decidir cuál era mi liquidación final. ¡Como sea! A la mierda con eso; ya era parte de mi pasado y ahí debía morir, junto a ese pedazo de oscuridad con olor a viejo.
— Luego de cerrar algunos capítulos del pasado, como por ejemplo responder de manera inmediata a las deudas que me acosaban día y noche —y que por cierto eran muchas más de las que imaginaba— comencé a asistir a las entrevistas que programó Robert con los diferentes protagonistas. No tuve que viajar muy lejos; sorpresivamente, todos se encontraban alojados momentáneamente en el hotel Lodge Kohler del centro de la ciudad. Esto fue maravilloso, ya que nunca me gustaron los viajes largos; me producen náuseas, literalmente, ganas de vomitar.
— Prepararon un pequeño salón del hotel para que desarrollara mis entrevistas. Todo fue muy cómodo, ordenado y limpio. Sentado solo en un sillón, aguardaba al entrevistado.
Entonces apareció él, silbando bajo; reconocí esa melodía desafinada de sus labios. Era un personaje raro, de apariencia tosca y desalineada, alto y fornido, caminaba como si los testículos le pesaran. Sus ojos eran negros, la piel de su rostro marcada por la viruela; el cabello grueso, duro y opaco denotaba falta de limpieza personal. Pero lo que más me llamó la atención fue la ausencia total del iris en sus ojos, lo que le daba un aspecto macabro a su personalidad. Pensé que usaba lentes de contacto para venderse como un tipo rudo. En fin, está de más agregar a esta presentación el olor nauseabundo que emanaba de sus prendas, o en su defecto, de su cuerpo. Me causaron arcadas un olor semejante al azufre, a huevos podridos, a zanja de alcantarillado de Nueva York. Pensé que podía ser su aliento, la falta de higiene… quién sabe. Gracias a Dios, el sillón donde este fenómeno debía sentarse estaba al menos a dos metros de distancia de mí.
— Ni siquiera se presentó. Solo se sentó frente a mí, abrió las piernas y me agredió verbalmente. Pero yo guardé silencio; no contrarresté sus ofensas. Comprendí rápidamente que ese tipo no estaba bien de la cabeza, y para mantenerlo a raya, tenía que hacérselo saber de una manera discreta antes de que continuara comportándose como un patán.
Encendí mi dispositivo celular para grabar su relato, y el tipo comenzó a narrar su historia utilizando un lenguaje soez y rebuscado.
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— ¡Válgame, Dios! —espeté asombrado. El bastardo había escupido en la pared del salón, un suculento escupitajo grumoso. Luego aspiró con fuerza, recuperando oxígeno y haciendo muecas con sus labios, como si fuera un tic de nerviosismo o incomodidad, y como si nada hubiera sucedido, dio rienda suelta a su historia. Supuestamente, era un asesino en serie, una de las peores basuras de la sociedad, que había ejecutado a sangre fría a al menos cincuenta personas y que, por alguna razón que desconocía, gozaba de libertad.
— Entre su larga lista de víctimas, decidió comenzar por Jennifer, una chica de Arkansas que conoció en un ritual pagano, según sus propias palabras.
— Escucha bien lo que tengo para ti, cara de pene. ¿Te molesta que te llame así? —dijo el tipo, con un tono desafiante.
— Prefiero que te dirijas a mí como el escritor, ¡si no es tanta molestia! —respondí, intentando establecer un límite.
— Ok, "como sea," —continuó—. Estábamos de juerga con mis amigos, una de esas fiestas a las que no puedes faltar, porque de eso depende tu estadía en la tierra. Luego de una ceremonia grupal donde solemos sacrificar algunos animales para la presentación de nuevos fieles a la comunidad, comenzamos una orgía sexual de gran envergadura. Esa noche éramos el doble de lo habitual. La señora Brigitte, a quien le dicen la francesa, trajo al banquete tres niñas que quisieron pactar con el señor de los vientos. Por espacio de veinte años, pedían riqueza y fama, como la gran mayoría.
— Entonces, luego de las requisas pertinentes con los aspirantes a la gracia divina, la francesa se acercó a mí y me dijo en secreto que una de las jóvenes no había sido admitida. Mi trabajo por aquel entonces era separar la paja del trigo a como dé lugar. Como verás, llevé a la joven a la habitación asignada, un tanto apartada de las demás, y luego de aparearme con ella como un animal en celo, la tomé por el cuello y la ahorqué hasta romperlo. Recuerdo los gestos de su rostro, eran hilarantes... jejeje. Ella intentaba hablar, pero nada salía de su boca. Es que ya no tenía lengua, "lo entiendes", es que yo metí mi mano en su boca y la arranqué con fuerza "para que dejara de gritar". Es que la zorra comenzó a pedir auxilio y llamaba a la puta de su madre, al infeliz de Dios y a los putos ángeles de la guarda que se quedaron dormidos aspirando coca de la buena en el Vaticano. Cuando la miserable dejó de respirar y su pequeño corazón ambicioso dejó de latir, la cargué en mis brazos y la coloqué en el altar de la misa, donde todos los invitados flagelaron su cuerpo sexualmente, para luego presentarla como ofrenda al señor de los vientos.
— A ese condenado le gustan las putas, jejeje. "Lo conozco muy bien." Nunca iba a permitir que la entregáramos en las condiciones en las que se presentó. Necesitábamos llenar su vagina del néctar humano. Repito: ¡Conozco a ese maldito hijo de perra! Si vas a pedir un favor, debes retribuirlo con lo que a él le gusta.
— ¿Quieres otro, cara de culo? —preguntó, despectivo.
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— ¿Cómo dices? —inquirí, sorprendido.
— ¡Dije que, si quieres otra anécdota más, imbécil!
— Claro que sí, adelante —respondí, a pesar de la repulsión que sentía.
El maldito malnacido, con olor a perro muerto, acababa de escupir un poco de su veneno, y yo no podía, bajo ninguna circunstancia, defenderme de sus insultos. Tenía muchas ganas de mandarlo al diablo, pero era consciente de que este fenómeno horrendo podía reaccionar de manera violenta. ¿Quién sabe? Quizá la locura que lo abordaba terminaría conmigo en este preciso momento en el que estaba consiguiendo un verdadero trabajo. No iba a poner en riesgo mi futuro y el de mi familia por un degenerado que, en su ignorancia y falta de respeto, intentaba intimidarme de manera mordaz. Entonces, respiré profundo, me senté tranquilamente para que el tipo no intuyera que sus palabras ofensivas pudieron con mi temperamento y aguardé a que comenzara nuevamente con su narrativa demoníaca.
— Bien, entonces te contaré cuando fui un personaje influyente en la sociedad moderna —dijo, acomodándose en el sillón y mirando hacia el techo, como si estuviera recordando un momento glorioso—. Eso debilitará un poco la idea errónea que tienes sobre mis expresiones vulgares, que son muy humanas también.
— Corrían los años 60 y fui enviado al seno de los moradores de la ciudad de Texas para incidir en las decisiones de muchos jóvenes que salían de la preparatoria e ingresaban a la universidad. En su gran mayoría, eran pajeros, adictos, golpeadores, nerds, dementes, suicidas, desviados sexuales y gente que amaba ser golpeada. Pero en ese menú faltaba un plato, un bocado que con el tiempo sería tendencia en las redes sociales de la deep web.
— Como verás, por esos tiempos no existían los celulares ni las redes sociales. Para aparearte como conejo y darle de comer a Pinocho, tenías que salir a las calles y buscarlo. Todo era en tiempo real y cara a cara, en diferentes espacios. Podías enamorarte en una disco, en un bar, en una fiesta, y si eras bien parecido, conseguías que alguien te lo hiciera de rodillas en el parque, en el metro o en la cama de su madre mientras ella se encontraba en la iglesia. ¡Ahora! Si eras un gordo pito chico al que no le sobraban las amistades y mucho menos las historias de amor, pasabas a formar parte del escuadrón de la paja, al igual que los nerds, los bizcos, los inmigrantes, los pobres, los testigos de Jehová y los gays.
— Y adivina qué. En esa gran comunidad de perdedores fue donde desarrollé mi trabajo: un pequeño trabajo de hormiga. Horas y horas escuchando conversaciones depresivas y patéticas para elaborar la trama perfecta e insuflar la cantidad necesaria de odio en sus corazones.
— Quiero que sepas —dijo, mirando fijamente con una intensidad desgarradora— que este trabajo no fue nada fácil para mí. A pesar de que las personas en aquellas épocas eran más obsecuentes y aparentemente más primitivas, utilizaban más la imaginación. Eran creadores de contenidos sin tecnología, porque todo estaba dentro de sus cabezas. Ninguna inteligencia artificial razonaba por ellos.
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— Lidiar con esos personajes fue difícil, pero no imposible, pues de otra manera no estaría aquí junto a ti relatando esta historia, permitiendo que sientas cierta autoridad sobre mí. Seguramente, estaría en alguna mazmorras del corazón del infierno, con una sentencia de doscientos años, solo por el hecho de haber fallado en esa misión.
— ¿Comprendes ahora cuando dije que este trabajo no era nada fácil para mí?
— Se paga un precio siempre, no lo olvides jamás —dijo con un tono sombrío—. Y escucha bien lo que voy a decirte para que sepas que no soy ningún analfabeto, como lo dicta tu corazón. Cuando tuve toda el área acordonada de rencor y odio, salté a su yugular. Me trepé por su garganta y atravesé su boca hasta llegar a su corazón. Entonces, en un estado al que los médicos denominan furia y demencia, el tipo mató a su mujer y a su madre.
— El joven Charles Whitman era un estudiante de ingeniería con cierta violencia que necesitaba ser exteriorizada. Era prácticamente una bomba de tiempo, ¿lo entiendes?
— Bueno, ese primero de agosto de 1966, la tranquilidad de un día de verano en la Universidad de Texas fue interrumpida por el estruendo de un disparo. Y luego por otro, y otro, y otros tantos más que acabaron con la vida de diecisiete personas, efecto colateral: treinta heridos.
Su relato fue tan original y maquiavélico que logró despertar un interés poco común en mí. No porque creyera en sus historias, sino por la naturalidad con que se expresó. Desde pequeño, las personas que relataban cuentos e historias me aburrían, sobre todo si eran charlatanes que se ganaban la vida con el arte del storytelling, intentando impactar al oyente con una base de cuentos rebuscados, siguiendo las tendencias de moda. Por mi parte, los ignoraba y los olvidaba rápidamente.
Pero este personaje oscuro era la excepción, porque, pese a su forma ordinaria de relatar sus emociones, tenía la capacidad de atrapar a quien lo escuchara. Y creo que eso se debía a la crueldad y perversidad de su contenido, que a juzgar parece fantasioso, sobre todo al intentar suplantar su identidad con la de una entidad demoníaca. ¡No podía engañarme a mí! Yo tenía la facultad de discernir la falacia, el engaño, la mentira, el fraude y la verdad, y este tipo por poco logró engañarme.
Todos aquellos actos terroríficos que describió con lujos de detalle provenían de su memoria y de su corazón —si es que tenía uno—. Seguramente se trataba de un enfermo que escapó de un psiquiátrico y se unió al libreto de la editorial para crear un ambiente de terror macabro. Esa parte no me la iban a confesar; querían que yo utilizara mi imaginación y creara una serie de libros de terror gore que llegarían a las nuevas generaciones.
Cuando terminó de relatar su historia, llegó el momento en el que yo debía preguntar por ciertos aspectos de su vida que eran necesarios para realizar una historia macabra evitando identificarlo. Entonces, cuando me levanté del sillón para buscar unos apuntes y formular las preguntas que ya tenía debidamente en un cuestionario, el tipo desapareció como por arte de magia, ni siquiera lo escuché abrir la puerta.
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Salí rápidamente al corredor para persuadirlo de regresar nuevamente, y no había nadie allí afuera. De regreso a mi hogar y en el metro, tuve la extraña sensación de que algo no estaba bien en todo esto. ¡Entonces, cuando comencé a cavilar profundamente, recibí la llamada de Robert!
— ¿Cómo va el desarrollo de la entrevista? —me preguntó, antes de que le dijera que el asesino serial había decidido esfumarse sin dejar rastro de su presencia, él se excusó con un:
— Olvídalo, no le quitarás nada a Rosco. Nadie sabe realmente dónde nació y cómo logró evitar el corredor de la muerte para ser ajusticiado en la silla eléctrica. Solo digamos que tenemos la oportunidad de contar con su historia. El resto de su vida puedes recrearlo en tu imaginación. ¡Eres bueno para eso! "¡No hace falta que te lo recuerde! ¡Eres el puto amo!" De esa manera logró evadir mis preguntas, y caí en la trampa. Luego, al día siguiente, antes de ingresar al hotel, observé a un anciano fumando en la entrada cerca de la fuente de agua. No presté mucha atención; pensé que se trataba de alguien más, pero este se acercó hacia mí y me dijo:
— Tú debes ser el escritor, ¿verdad? Oh sí, eres como lo describió el jefe: joven, apuesto y conservador. Desde lejos se puede percibir ese talento, se huele como las abejas el néctar de las flores.
Reí, extendí mi mano en señal de saludo y el anciano estrechó la suya. Se presentó como Charly: "viejo Charly para mis amigos", y creo que tú serás uno de ellos. Puedo verlo en tus ojos. Vayamos adentro, tengo uno de los mejores relatos para ti, uno de esos que te harán flipar los huesos.
Una vez dentro, el viejo Charly se sentó y retiró de su rostro las gafas oscuras que cubrían sus ojos. Al mirarlo, noté que sus ojos eran completamente negros, la ausencia total del iris le daba un aspecto de terror que contrastaba con su personalidad carismática y divertida. Quizá por esas cualidades que evidentemente opacaban su apariencia, decidí no decir ni una sola palabra sobre el origen de esa anomalía.
— Imagino lo que habrás pensado luego de conocer a mi amigo Rosco —dijo Charly.
— El tipo es un personaje raro e inestable, lo sé, pero es un diamante en bruto en un sentido figurado. ¡Imagina! —un asesino en serie, altamente peligroso, caminando por la ciudad sin que nadie se percate de su presencia. ¡Eso no tiene precio!
— Volviendo a lo nuestro, mi excelentísimo escritor, ¿has conocido a Edgar Allan Poe?
— Claro que sí, he leído todas sus obras. Es mi referente literario —respondí.
— ¡Claro que no! Hay algunas obras que jamás fueron leídas por los hijos de los hombres. Cuando te pregunté si lo conocías, literalmente pregunté si pudiste dialogar con él cara a cara.
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— Pues claro que no. El señor Poe falleció en el año 1849. ¿Cómo podría hacerlo? Jajaja.
— Bueno, entonces déjame decirte que conozco a un viejo reclutador con un extenso currículum, que estuvo junto a él en las últimas horas de su vida y vio cuando madame la mort lo tocó con sus frías y huesudas manos…
— Debe ser una historia fantástica, entretenida, llena de suspenso y fantasía, de la que podríamos charlar en algún otro momento. Pero ahora debemos centrarnos y trabajar ambos en lo que nos concierne.
— Así es, mi querido escritor. Todo comenzó cuando yo era un joven espíritu guapo y abusador. Solía pasarme las horas de guardia en los hospitales públicos y malolientes de aquellas épocas, enamorando a las nuevas almas desesperadas que luchaban por no morir.
— Fue una tarea difícil para un joven candidato a las potestades y principados de esta ciudad. Por aquellos tiempos había mucha competencia en el mercado y uno debía caminar con cautela. Nunca se sabía cuándo recibirías un golpe traicionero por detrás…
— ¡Entonces la vi! Fue una mañana fría de invierno; la ciudad estaba cubierta de nieve y ella entró por esa puerta, con su bello caminar y su rostro pálido. Sus ojos verdes cristalinos me enamoraron en un instante, y no fui el único. Yo corrí a recibirla, pero ella no se percató de mi presencia.
— Su nombre era Laura. Comenzaba ese mismo día con sus labores de enfermera. Yo quedé anonadado, enamorado por completo. Su voz era suave y su diálogo pausado; pensaba un instante antes de hablar, y eso me gustó. No era la típica mujer básica de siempre; podía oler desde lejos su inteligencia, emanaba de ella como sahumerio hindú, como un incensario en una iglesia católica.
— ¡Oh sí! Puedo sentir ese aroma en este preciso momento, al recordarla. No podría seguir hablando de ella sin que algo dentro de mí se encienda nuevamente buscando venganza, pero no arruinemos esta charla. Continuaré relatando los sucesos posteriores para no agonizar en este detalle.
— Como dije anteriormente, debes caminar con cautela si quieres conseguir reconocimiento, porque nunca sabes si tus detractores, que son también tu competencia, intentarán que caigas de la gracia y vuelvas al principio de todo, a las mazmorras del infierno, encadenado hasta que tu castigo finalice.
— Ellos comprendieron que yo me había enamorado de una mortal, de uno de nuestros objetivos esenciales…
— ¡Espera, detente un minuto! —interrumpí—. ¿Estás intentando decirme que no eres humano?
— Estoy intentando que conozcas mi historia y que tu imaginación narrativa y tu talento para el horror conviertan esta historia de amor y venganza en una novela de terror. Luego puedes sacar tus propias conclusiones; lo importante es que conozcas mi historia. ¡Déjame terminar, por favor! Ya habrá tiempo para asimilar y digerir esta información.
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— Me prepararon una trampa, un señuelo. Trajeron a los espíritus del Norte, del Sur, del Este y del Oeste, y conspiraron contra mí. Me encontraron culpable y me llevaron frente a la corte de fuego, que me sentenció a pasar cinco décadas prisionero en la oscuridad.
— Entonces, cuando fui liberado, busqué desesperadamente a Laura, pero ella ya había abandonado este mundo.
— Enardecido, busqué vengarme de aquellos que me tendieron la trampa. En una batalla sin precedentes, los despedacé por completo. Gracias a esa demostración de frialdad y valor de mi parte, fui condenado a vagar por las noches, sediento de sexo, ingresando en las habitaciones oscuras para abusar de todas las mujeres seleccionadas por la corte.
— ¿Y eso es todo? Cuéntame más. ¿Debe haber más? Describe qué forma tenían esas entidades a las que despedazaste con tus manos. Cuéntame cómo es tu jefe, cómo es su apariencia y cuáles son sus debilidades. ¿Dime quién fue tu creador y cuánto tiempo llevas en este mundo?
— Oh, mi querido escritor —respondió Charly—, solo se trata de un relato. Lo verdaderamente importante proviene de tu talento humano para armonizar y conectar con los hijos de los hombres. Esa esencia es solo de tu naturaleza hecha carne y huesos, un puñado de tierra diseñado a imagen y semejanza del titiritero, ¡del gran simulador! al que le gusta jugar a las escondidas.
— Pero eso a ti no debería preocuparte. Puedes recurrir a la imaginación, atravesando los límites de la realidad humana y convertir este relato de un anciano demente y senil en una obra de arte de terror.
— Ok, digamos entonces que necesitaré más información de tu parte a medida que desarrolle el primer libro.
— No hay problema —dijo Charly—. Puedes encontrarme a medianoche en el sendero del río Fox. Siempre camino por ese lugar antes de comenzar con mi trabajo nocturno: estoy allí todos los días del año, excepto el último día de octubre y el primer y segundo día de noviembre.
Me quedé pensando si había sido testigo de la narración de un anciano demente o si era el relato de un demonio arrepentido. Este viejo decrépito, semejante a un personaje de novela de los 80 de Stephen King, creyó que caería en la trampa. ¿Cómo carajos se le ocurrió pensar que podía engañar a un personaje como yo? No gozo de popularidad como para decir que mis obras son una obra maestra del terror, pero tampoco soy un estúpido para no darme cuenta de que Robert tenía algo que ver en esta obra de teatro. Quizá pensó que, trayendo a algunos dementes del psiquiátrico, podría darles a las obras un toque de perversidad verdadera y eso hiciera efecto en mí, para luego reflejar ese sentimiento en las páginas del libro.
— Si es así, se equivocó, porque yo no necesitaba esa dosis de terror enmascarado para activar mis capacidades. Cuento con gran imaginación como para desarrollar un ambiente lúgubre y perverso y cambiar drásticamente el sentimiento que producen estas atrocidades por uno de bienestar, amor y felicidad.
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Cuanto más investigaba y hablaba con los protagonistas, más me adentraba en un mundo peligroso y amenazante desde el punto de vista psicológico.
En el metro, de camino a casa, conecté el auricular al teléfono y escuché detenidamente el relato del viejo Charly. ¡Oh, sí! La historia se comprendía mejor escuchándola nuevamente, fuera de aquel salón frío, masticando incertidumbre: un tipo que asegura haber asesinado a una docena de personas y luego describe la escena con lujo de
detalles; otro personaje que, de manera enigmática y misteriosa, asegura ser un demonio que, alguna vez se enamoró de una mujer y, tras ser descubierto, fue sentenciado a pasar décadas en una mazmorras de fuego, para terminar, siendo un visitante nocturno, un abusador de mujeres.
Esto parecía un buen libreto para una película de Hollywood, ¿pero para un libro?
Todas aquellas situaciones dementes de estos fenómenos de circo debían transformar la experiencia de un demonio en el protagonista de la historia "El psicoanalista". Pero el viejo tenía razón cuando me dijo que yo podía recurrir a la imaginación; tenía que dar vida a sus palabras, buscar la forma de hacer que su historia resonara en la mente del lector, que temiera y a la vez anhelara saber más; Así que comencé a imaginar, Atravesando los límites de la realidad humana, convertí el relato de un anciano demente y senil en una obra de arte de terror. Y no me equivoqué, porque eso era exactamente lo que tenía en mente.
La tercera entrevistada era una mujer afrodescendiente de mediana edad, notablemente hermosa. No hace falta que les diga que sus ojos eran semejantes a los de los otros dos individuos, ¿verdad? Solo que el maquillaje y el atuendo gótico que llevaba disimulaban bastante bien esa intensidad. A diferencia de los otros, su mirada era penetrante; ella no necesitaba lubricar sus ojos con un parpadeo, mantenía su mirada fija y desafiaba la luz.
Cuando ingresé al salón y le estreché la mano en un saludo, su temperatura me sorprendió: sus manos estaban frías. Ella se encontraba allí sentada, inmutable, con la mirada perdida en algún punto de la pared.
—Mucho gusto, soy la persona designada para dar vida a tu relato a través de una novela. ¿Tu nombre es? —le pregunté.
—Me llamo Elizabeth —dijo, despojándose de lo superfluo—. Puedes llamarme de la misma forma. No me gustan los hipocorísticos, me parecen estúpidos, ostentan confianza anticipada y forman parte del reino de la psicología humana. Prefiero una relación de trabajo basada en el hecho de que yo cuente mi historia y tú hagas de ella lo que te plazca.
—Ok, me parece perfecto —respondí, un poco sorprendido por su franqueza—. Solo déjame encender este dispositivo para grabar tu relato y comienza cuando desees con toda libertad. Haz de cuenta que no estoy aquí.
La oportuna aclaración de aquella mujer me hizo reflexionar sobre el surrealismo de la situación. "Esa maldita bruja" acababa de señalar que no necesitaba nada más que una relación laboral para desarrollar su historia. ¡Maldito fenómeno de circo! Ningún ser humano en la tierra, excepto algunos políticos y abogados, tendría en mente algo tan
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confuso como “llegar a segunda base contigo, nena”. Aunque, en mi mente, tenía la intención de invitarla a un café para romper el hielo que traía consigo, su presunción hizo que olvidara rápidamente mis modales y me sumergiera de nuevo en mis tareas de forma autómata.
—Disculpen este pequeño percance emocional, pero esa patética aclaración por parte de Elizabeth hizo que mi pequeño ego de escritor sintiera un extraño rechazo. “¿Qué demonios sabe ella sobre lo que estoy sintiendo en este momento?”
¡Como sea! Luego de esa especie de declaración, encendí el dispositivo, lo coloqué sobre la pequeña mesa y, mirando hacia otro lado, dejé que ella comenzara.
—Hace un buen tiempo, un tiempo en el que todo era oscuro y diferente, y los hombres esclavizaban a otros hombres por el color de su piel y comercializaban con ellos como si fueran animales. Yo fui traída a América en una embarcación y vendida a un poderoso hacendado llamado William en la ciudad de Florida. Tenía campos de algodón, y nosotros, los esclavos, estábamos confinados a las labores, a menudo por un mero plato de comida. A veces me preguntaba si morir no era la forma más rápida de obtener la libertad, y esperaba ansiosa el viernes, cuando, después de un arduo trabajo, teníamos permitido un receso, un tiempo de descanso sin grillos en los pies y cadenas en nuestras manos, para realizar nuestras costumbres al son del tambor, del fuego y la música.
—A William le encantaba emborracharse, y cuando lo hacía, se convertía en la peor escoria de la tierra. Primero, salía durante el día con su caballo a visitar a las esclavas y preguntar por sus hijas, cuando ya tenía en mente cuál sería su próxima víctima. Mandaba a sus empleados a buscarlas.
Mientras ella relataba ese cuento, mi mente se llenó de horribles imágenes, pero no quise detenerla. Se encontraba en un éxtasis demencial, la vorágine de emociones en su rostro era tal que parecía que todos los hechos narrados se desarrollaban dentro de sus ojos negros. ¡Yo los vi! Imágenes saturadas de horror, angustia, odio, venganza y muerte. Hasta podría asegurar que uno de esos sentimientos, que parecía causarle placer, se reflejó en su rostro cuando mordió suavemente sus labios.
“¡Loca de mierda!” pensé, “otra adicta a las sensaciones y el placer oscuro.” A pesar de todo lo que detectaba en su relato, sabía que debía dar crédito al trabajo que se tomaron para recordar cada uno de esos cuentos. La verdad es que cuando uno cree que lo sabe todo es precisamente cuando comprende que no sabe nada.
Porque estos fenómenos estaban narrando cuentos de terror psicológicos, macabros en su naturaleza espiritual, con una carga de material gore latente en sus palabras. No tenían un guion en sus manos, no erguían títulos ni marca alguna como los de McDonald's o Apple, para que sus historias llevaran el sello de confianza de su país pirata.
Los lectores vivían embelesados con estas cuestiones literarias, personajes que absorbían tendencias, pues de esa forma aprendieron. El sistema comercial los atrapaba como zombis, atados a algoritmos de entretenimiento vacuo, y esos imbéciles se dejaban
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llevar por un placer incesante, sin cuestionar el contenido que podían estar consumiendo.
Pero no importaba. Si eres uno de esos lectores, será mejor que, a partir de ahora, empieces a tragarte la saliva, porque escucharás muchas descripciones como esa. No lo hago porque sienta placer al describir a esos monos literarios como esponjas del circo tendencioso. Lo hago porque quiero que despierten de ese sueño que los mantiene
adormecidos, aletargados, y con la boca abierta las veinticuatro horas del día, listas para engullir cualquier porquería.
Dicho esto, noté que Elizabeth se dio cuenta de que mi mente divagaba, ausente de su devastador relato. Quizás el hecho de que su historia fuera del mismo tenor que el resto me había fatigado. Pensé en ponerme los auriculares y escuchar todo aquello durante el viaje a casa, pero ella no estaba dispuesta a contar su historia a una pared. Así que, tras un instante de silencio, se acercó lentamente, como si intentara descubrir donde demonios estaba mi mente, y preguntó:
—¿Te estás aburriendo?
¡Yo me excusé! Pero era evidente que me estaba aburriendo por completo. Entonces me dijo:
—¿Conoces la terraza de este hotel?
Le respondí que no, que nunca había subido ni recorrido el hotel.
—¡Pues bien! —exclamó—. Ven conmigo, quiero mostrarte algo. De paso, aprovecha para tomar un poco de aire y despertar.
Me puse de pie, tomé mi celular y, al salir de la sala, la seguí a lo largo de un inmenso corredor hasta las escaleras. Ella me explicó que, si subíamos por el ascensor, no podríamos ingresar a la terraza, así que decidimos tomar las escaleras. Cuando llegamos al descanso del último piso, abrió una puerta que desembocaba directamente en la terraza. La seguí, y debo confesar que esa escena me resultaba familiar; parecía un pequeño fragmento de una película porno de los años 90.
Elizabeth se acercó al borde del techo y se sentó en un pequeño tapial acordonado de unos cincuenta centímetros de alto.
—Acércate, siéntate a mi lado —me dijo—. Tengo algo que mostrarte, luego podrás ponerte de pie y arrojarte al vacío si quieres.
La brisa fresca de la azotea envolvía nuestro encuentro, y la ciudad, iluminada por las luces titilantes del atardecer, se extendía como un manto ante nosotros, como un extraño lienzo de colores sin vida. Su voz, suave y envolvente, contrastaba con la violencia de su relato anterior, era como si estuviera a punto de revelarme un secreto que solo ella conocía, un secreto que podría cambiar la perspectiva de todo lo que había escuchado.
Tenía la sensación de que estaba a punto de descubrir una parte muy oscura de su historia, una que no se limitaba solo a su vida como un espíritu dentro del cuerpo de una
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esclava, sino que podría acercarnos aún más a esa horrorosa realidad que parecía querer desenmascarar.
— ¿Qué es lo que quieres mostrarme? —pregunté, intentando controlar la creciente inquietud que se apoderaba de mí.
— La libertad —respondió, sonriendo con una seriedad inquietante—. La libertad que nunca tuvimos. Lo que ves ahí abajo es un mundo que nos ha hecho prisioneros. Pero al mismo tiempo, es solo un juego de la maldita vida.
Sus ojos negros, intensos y profundos, reflejaban la luz de las estrellas de una manera casi hipnótica. Era como si estuviera conduciéndome a un abismo de pensamientos oscuros que apenas comenzaba a entender.
— ¿ un juego de la maldita vida? —repetí, tratando de mantenerme anclado en la conversación—. ¿Qué quieres decir?
— Esa es la esencia de toda nuestra existencia. Miramos hacia el futuro, pero todo está predeterminado. Lo que crees que es real, a menudo no lo es. Ven, siéntate aquí. Deja que te muestre algo.
Ella me observó suavemente de lado, como “insinuándose” y aunque la voz en mi mente me decía que me mantuviera alejado, la curiosidad se imponía; Me acerqué, sentándome al borde del tapial, con las piernas colgando. El viento a esa altura era más fuerte, y sentí un cosquilleo en el estómago, una mezcla de miedo y adrenalina.
— Ahora mira —dijo Elizabeth—. ¿Ves esas luces? Cada una de ellas es un sueño, un deseo, parte de una vida que aún no se ha vivido. Algunos ven la ciudad como un mosaico de oportunidades; otros, como un campo de batalla donde sus almas tienen que luchar.
— La verdad es que estamos atrapados en un ciclo. Los hombres esclavizan a otros hombres por sus propias ambiciones, ya sea en el pasado, como yo, o en el presente, como tú. Es un ciclo sin fin de dolor y sufrimiento, y el verdadero terror no está en lo que narramos, sino en lo que no sabemos.
La intensidad en su voz me atrapaba. Pero justo cuando estaba preparado para cuestionar más, su tono cambió, volviéndose casi optimista.
— “Pero no todo está perdido” algunas almas, como la tuya —me miró de manera penetrante—, tienen la capacidad de transformar ese sufrimiento en algo estupendo, en literatura que desvele la verdad. ¿Entiendes lo que digo?
Asentí lentamente, incapaz de desviar la mirada de sus ojos.
— Entonces, Elizabeth… cuéntame más sobre tu historia. No puedo dejar que esto se convierta solo en una conversación filosófica sobre la vida y la muerte.
— Muy bien —dijo, sonriendo de esa manera inquietante—. Volvamos a lo que te estaba contando antes de que patearas el tablero.
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Regresó al relato, pero esta vez había un aire diferente en su voz, un tono que parecía fluir fácilmente entre la narración y la evocación emocional. Continuó:
— La hacienda de William era un lugar de atrocidades y secretos. La esclavitud era solo una fachada para el verdadero horror. Cuando él decía “Esta pequeña puta vivirá" era solo una forma de justificar su monstruosidad. Andaba entre los hombres y animales como si fueran un pedazo de carne, y cuando creía que ya no eran útiles acababa con ellos de maneras indescriptibles.
Cabezas de personas, regadas a lo largo de ese maizal, mujeres y niños desmembrados desde sus vientres, eso significaba la muerte en aquellas épocas ¿lo comprendes?
Mientras hablaba, podía ver en su mente las escenas que describía. El palpable sufrimiento, la desesperanza y el horror que experimentaron aquellos que vivieron en la penumbra de la opresión.
— Aquella niña que ellos arrastraron —dijo mientras una sombra de tristeza atravesaba su rostro—, era mi hermana. Yo fui testigo de su último aliento. Me transformé en uno de sus gritos buscando venganza. En el fondo, todo lo que sé sobre odio, resentimiento y locura se origina de ese momento. Esa pequeña imploró por su vida, pero su grito jamás llegó a mis oídos en el momento adecuado. Desde ese día, el fuego de la venganza se encendió en mí, y la oscuridad creció. Te contaré cómo nunca volví a ser la misma después de ello.
Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y dolor, llevando su relato a un nivel de intensidad que amenazaba con envolverme por completo.
— Cuando la novia de William llegó, trajo consigo todo lo que él nunca podría poseer: poder y miedo. Ella se las ingeniaba para castigar a quienes él no podía tocar, y con cada acción, su forma de crueldad se extendía por la hacienda como un veneno. Al principio, yo solo era la sombra que lo consumía todo —una testigo muda de la brutalidad y la injusticia—, pero su llegada encendió una chispa. La rabia y el deseo de venganza se apoderaron de mí, llevándome a pensar en la forma en que podría liberarme de esta opresión.
Miré a mi alrededor mientras ella hablaba. La ciudad abajo seguía iluminada, pero lo que antes parecía ser un hermoso paisaje ahora se transformaba en un campo de batalla, teñido de sangre y dolor de un pasado oscuro que aún resonaban en el presente.
— Así fue como decidí que ya no podría quedarme de brazos cruzados. Si las palabras de mis contemporáneos no eran suficientes para lidiar con lo que había vivido, entonces la historia se convertiría en mi arma. A medida que la tortura se volvía más intensa, urdí un plan. Sabía que tenía que descubrir el escondite de aquellas almas afligidas, los ecos de aquellos que habían sufrido antes que yo.
Elizabeth giró hacia atrás, observando el cielo estrellado como si buscara respuestas entre las constelaciones que brillaban en la oscuridad que mientras dialogábamos se comió de un bocado al sol, para alimentar a los espíritus nocturnos que merodeaban en las regiones celestes.
— He aprendido que los demonios no solo habitan en un lugar como este, sino que también están en nuestros corazones. Lo que veo dentro de ti es una lucha similar,
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escritor. La manera en que te debatías por mantenerte a flote entre ese mar de tristezas es un reflejo de tu deseo de contar la verdad. Puedes ser el arquitecto de una nueva realidad. Pero recuerda, lo que el lector quiere no siempre es la verdad; a menudo, prefieren el juicio de la moral y el miedo, con un toque de redención, en pocas palabras necesitan hechos reales disfrazados de una gran dosis de ficción para no sentirse indefensos ante la vida, eso les ocasiona vértigo en el corazón.
El tono de su voz reverberaba en mi mente, y cada palabra resonaba con un verdadero anhelo por contar su historia. A pesar de la oscuridad en sus recuerdos, entendía que había un misero rayo de luz en el propósito de compartirla.
— En el fondo, siempre habrá algo atrapado en esos cuentos sangrientos —continuó—. No puedo cambiar el pasado, pero puedo convertirlo en algo que despierte emociones dormidas en otras personas, estoy diciendo que deberíamos encargarnos de todos aquellos que intentan ocultar el dolor que causaron en las generaciones pasadas, para mantener el control en esta especie del futuro, El horror del que hablo no es solo un recuerdo de los gritos silenciados; es una invitación a despertar no solo la conciencia para evolucionar sino también la muerte para silenciar a los disidentes.
La intensidad de su relato me arrastraba, y mientras la brisa soplaba con más fuerza, sentí un escalofrío recorrerme. No era solo miedo, sino una revelación. Reconocía en Elizabeth
la crueldad y la belleza mezcladas, los miedos y las esperanzas de aquellos que fueron silenciados.
— Y así, aquí estamos, en esta gran terraza del hotel, observando la vida que nunca podremos tener, mientras esos mismos sueños habitan en los portales que creamos. Y tú, caballero, tienes la oportunidad de abrirlos o cerrarlos definitivamente.
De repente, sentí la presión de sus palabras. Esta no era solo una historia de horror; era un llamado a tomar la pluma y dibujar la realidad de miles que aún no habían sido escuchados.
— Elizabeth —dije en un tono más firme—, quiero que me cuentes más sobre cómo lograste convertir tu sufrimiento en poder. Estoy aquí para escuchar y dar vida a tu relato.
Ella sonrió, su mirada destilaba una mezcla de complicidad y desafío.
— Bien, el viaje apenas comienza, escritor. Vamos a profundizar en la oscuridad, y yo te guiaré a través de ella. Prepárate, porque lo que viene será aterrador, pero también liberador. Esa es la magia del terror: nos obliga a enfrentar nuestros propios demonios.
Mientras caminaba junto a mí, su mirada se detuvo en la mía y sin decir una maldita palabra, escuché claramente dentro de mi cabeza estas palabras ¿Quieres arrojarte al vacío ahora?...Si esta introducción fue de tu agrado y estás considerando adquirirla ponte en contacto con la editorial.
Capítulos
- El acuerdo
- Siete historias
- La presentación
- El escritor poseído
- La narrativa de Robert fue magistral
- Azufre y traición
- Un cuento de los hermanos Grimm
- El tercer círculo: Narradores de fuego
- La huida
- La última firma
“El escritor del diablo (Una novela para Dios) fue publicada en una nueva versión sin filtros el 29 de Mayo del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel de 332 páginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz .”