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La torre de los encantos

La torre de los encantos 2

En pleno corazón de París, una colección de cuentos de terror psicológicos y urbanos, escrita y olvidada en 2015, ha resurgido en 2024. Estos relatos, encontrados entre un puñado de papeles destinados al cesto de basura durante una limpieza general, revivieron gracias a la memoria del autor. Aquel manojo de escritos, impregnado del desagradable olor que emana del río Sena, evoca recuerdos de la vieja Europa, a la que el autor jamás regresará.

El autor te transportará a París, Francia, no solo para mostrarte cómo se vive en el país del amor, sino también cómo se muere en sus rincones más oscuros.

Hoy, querido lector, después de ser presentada en diversos países junto a otras obras, te traemos esta colección a través de la editorial Vibras. Esta obra se comercializa desde las trincheras urbanas y los conglomerados menos pudientes, garantizando que el verdadero valor de nuestra literatura llegue a lectores de todas las clases sociales, sin distinción alguna.

Reconocemos que detrás de esas multitudes se están gestando nuevas generaciones de escritores. Estos talentosos narradores están llamados a romper la brecha entre el antiguo sistema literario, dirigida por una orquesta de viejos meados con su inconfundible aroma a muerte vieja , y la sociedad contemporánea que solo navega en un mar digital sin precedentes. Nuestro propósito es acercar al ser humano al conocimiento de la verdad, directamente en el corazón del lector.

Pequeño fragmento

Cuento numero 7 Un cuento para mis alumnos

Subido y traducido para la comunidad por el usuario Claudio valentin Novaez

Página 110

—Te diré lo que voy a hacer... voy a bajar mi cremallera, no para mostrarte la verga, más bien, para entregarte el cuchillo que traigo escondido en mis calzones.

—Ese mismo cuchillo fue el que acabó con la vida de tu puto padre. ¿Lo entiendes? —el maldito infeliz gritó y lloró como un animal, y Alá no estaba allí para protegerlo.

—Mira... acércate, observa. Aún conserva su sangre en la hoja de metal. Imagina al marrano gritando como un maldito árabe de Hezbolá, rogando como un palestino en la Franja de Gaza luego de ver a sus hijos morir como ratas por el implacable golpe de un misil.

—¿Pero eso de nada sirve, verdad? Estás allí intentando robarme hasta los calzones, con esa maldita arma que tomaste sin advertencia mientras estaba defecando. ¡Oye, no quiero decepcionarte! Pero creo que ese asombroso rifle de asalto Tavor te ha decepcionado.

—Mírame a los ojos, maldito niño palestino. Quiero que apuntes con esa arma a mi pecho y presiones el maldito gatillo de ese rifle. ¡Ahora mismo!

El infeliz no lo pensó dos veces, apuntó a mi pecho y presionó el gatillo... entonces nada salió de esa herramienta de la muerte, solo un histérico clic que anunciaba, quizá, el final de su hazaña (acabar con un soldado israelí en la Franja de Gaza).

De repente, su rostro moreno se tornó pálido, tragó saliva y quiso huir, realizando un movimiento brusco, arrojándome aquella arma sin siquiera mirarme. Pero no llegó muy lejos, porque atravesé mi pie derecho en su camino antes de su huida y el bastardo trastabilló y cayó como un pedazo de estiércol del trasero de una cabra en la arena del desierto.

—Ohhh, creo que la suerte se alejó de mi joven amigo palestino —dije, riendo eufóricamente.

—Oye, sin levantar tu maldito trasero del suelo quiero que des vuelta y me mires a los ojos. No podría matarte sin que observes detenidamente el rostro de tu perpetrador.

El joven palestino se orinó de miedo, lo sé. Su rostro lleno de terror se cubrió de sudor; el miedo lo estaba matando antes de recibir la muerte. Entonces comenzó a llorar y movía sus manos llamando a Alá.

—Lo siento —eso me causó risa.

Sabía que era solo un muchacho, pero también sabía que ese maldito niño tuvo la oportunidad de decidir sobre mi vida y su veredicto, sin pensarlo dos veces, fue la muerte. Entonces, de la ciudad de donde provengo, hay un viejo proverbio muy conocido y respetado por todos nuestros antepasados a lo largo de la historia, que dice lo siguiente: ojo por ojo, diente por diente, y eso es todo.

Me arrojé hacia él, lo tomé por el cuello y lo forcé a que mirara mi rostro. El maldito niño cerró sus ojos, intentaba alejarme con sus débiles brazos y piernas, de manera que saqué mi cuchillo y rápidamente incrusté ese metal afilado en su estómago, unas dos veces, creo.

Sollozos y gritos de dolor se mezclaron con los estruendos de los morteros.

—Ruega por tu vida, maldita basura. ¿Así que pensabas acabar conmigo como si fuera un pedazo de mierda? Maldito animal con olor a estiércol, abre los putos ojos y mírame de una maldita vez.

Página 111

Pero el niño palestino no abría sus ojos. Entonces eso me enfureció y volví con mi cuchillo a intimidarlo, llevándolo esta vez directo a su cuello, pero el niño resistió el dolor como un guerrero, aun cuando el filo de ese cuchillo rasgó su piel tres veces.

Intentó morder mi brazo, pero rápidamente lo arrojé a un lado. El bastardo estaba herido, pude observar una gran cantidad de sangre penetrando su camiseta sucia, y esa herida en su estómago impidió que saliera corriendo.

—¿Ohhh, estás herido? Maldito bastardo hijo de perra, vas a abrir los ojos y observar cómo mueres de dolor y, en un instante, te unirás con la basura de Alá en el reino de la muerte y la pobreza”

¡Abre los ojos, mal nacido… ábrelos ahora! Arrojé una patada en su cabeza y, cuando quedó medio moribundo por aquel golpe, levanté enérgicamente el cuchillo apretado en mi mano, con la intención de atravesar su pequeño corazón filisteo. Entonces, una maldita bala se incrustó en mi espalda, luego otra y otra; caí en la arena, con mi vista observando el rostro de aquel muchacho. A medida que sentía el beso implacable del plomo en mi cuerpo, mis ojos se cerraban lentamente, abandonando este mundo, mientras los ojos de aquel niño se abrían de a poco, regresando a la vida.

Después de haber relatado aquel cuento bélico y sanguinario a los estudiantes de tercer año en la clase de filosofía, esperé una pregunta, un cuestionamiento, algo... Pero ninguno de esos adolescentes se atrevió a indagar de dónde había sacado dicha anécdota. Quizá dedujeron que este profesor no era solo un eslabón más en su futuro académico, sino que probablemente era un exsoldado francés que sabía más de lo que aparentaba.

Todos tenían muy claro las atrocidades que se suscitaban en la Franja de Gaza, y muchos de ellos habían buscado en YouTube videos de imágenes que rompieran con los estándares básicos de un niño. Esos videos mostraban, sin rodeos, la decadencia del ser humano en manos de la muerte, sin hacer apología al terrorismo ni a la gran masacre. Continué con mi reflexión filosófica, intentando que los alumnos participaran de forma pasiva de esta anécdota.

"Así es la vida por aquellos lugares, no vale absolutamente nada", dije en voz alta.

Entonces, rompiendo el silencio con una pequeña tos, Joan, un alumno tímido y poco lúcido, contestó:

—¿Entonces usted se declara antisemita luego de describir al soldado israelita como un asesino de niños?

—¡Claro que no, mi confundido Joan, ese no fue el mensaje!

—¿Entonces cuál fue? —replicó el pequeño estudiante.

Recordando el apellido de Joan y realizando una rápida incursión al diccionario de los apellidos judíos en la base de datos de mi cabeza, comprendí rápidamente que quizá era de linaje israelita. Y de continuar con esta conversación sin una respuesta certera y precisa, mañana no volvería a entrar por aquella puerta para debatir temas y cuestiones altamente calificadas para el razonamiento humano desde diferentes perspectivas.

—Fue sencillamente el mensaje de la vida ante la muerte —dije, casi seguro de que el joven asimilaría esa respuesta como un todo, desviando así la discusión y continuando con la clase, pasando rápidamente a otro tema.

Página 112

Dentro de un centenar de ejemplos filosóficos que estudiamos a lo largo de tres años, ellos han sido partícipes de discusiones y puntos de vista reflexivos que aprendieron en su primera escuela (sus hogares). Para separar pensamientos muy personales, propios de la naturaleza de cada uno o transmitidos erróneamente por sus vínculos familiares, hacemos una charla entre todos para lograr establecer un acuerdo, siempre aceptando que la última palabra la tendrá el profesor. Por cuestiones de lógica, es quien está, de una manera u otra, adoctrinando a estos futuros ciudadanos a evaluar diferentes razonamientos del ser humano y, de esa evaluación, encontrar la respuesta lógica y no la que más nos simpatice.

¡Pero me equivoqué! Aquel relato había tocado una cuerda sensible en la lógica de aquel estudiante, entonces volvió a preguntar:

—¿Quién es el autor de esa anécdota, profesor? ¿Puede usted proporcionar el nombre del autor? Se supone que en una clase de filosofía, usted, como representante de este establecimiento, debería contar por lo menos con la acreditación de dicho autor. Esto pondría fin a esta discusión porque, de esa manera, luego de clases podría indagar su procedencia y sus obras.

—Mi estimado Joan, este relato no pertenece a un escritor en particular; es parte del folclore de nuestra cultura. Es algo así como un cuento que se transmitió de generación a generación y que, posiblemente, haya nacido de la experiencia de alguien que decidió mantenerse en el anonimato, porque creyó que el silencio de su figura ante este evento era crucial. ¿Y sabes por qué? Porque a veces las grandes anécdotas y proverbios suelen ser opacados por algún error en la vida personal de sus protagonistas. Solo debes comprender que esta historia solo tiene como misión "resaltar el valor de la vida ante la muerte", solo eso.

Entonces, mi respuesta no lo dejó conforme y, de manera efusiva y discordante, se levantó de su silla y salió del aula, con su mirada perdida en algún pensamiento ofuscado que necesitaba mucho más que un poco de aire. El sonido de la puerta golpeando el marco despabiló a aquellos estudiantes que meditaban, oscilando entre el sueño y la realidad, y, sin ser exagerado, se escuchó hasta el café donde nos reunimos los profesores luego de clases, exactamente a dos calles de este recinto.

Aquel día en clase, la discusión sobre la anécdota que estaba compartiendo con mis alumnos se tornó tensa. Joan, un estudiante que siempre había sido callado, se levantó y, desafiándome, exigió que le diera el nombre del autor. Mis palabras sobre el relato, que esperaban llevar un mensaje sobre la vida y la muerte, parecieron encender una chispa en él. Lo que no sabía era que esa chispa se transformaría en una tormenta devastadora

Después de que la clase terminó, me quedé en el aula organizando mis apuntes, ajeno a la figura de Joan acechando en el pasillo. Salí del edificio, perdido en mis pensamientos. Fue entonces cuando lo vi. El bate de béisbol apareció de la nada. No vi el primer golpe; el impacto me dejó aturdido. El segundo me hizo tambalear, y cuando quise reaccionar, un torrente de golpes me venció. No recuerdo mucho de lo que sucedió después; solo flashes de dolor y la risa burlesca de un joven que sentía que había encontrado su venganza.

Desperté en el hospital, con el cuerpo golpeado y lleno de moretones, rodeado de médicos que hablaban en voz baja. La policía vino a a tomar declaracion, pero al mirar esos rostros serios, supe que nada cambiaría. No había testigos, no había evidencias, solo un puñado de sospechas en el aire. El caso se cerró rápidamente, dejando la impotencia como una herida aún más profunda.

Al regresar a mi hogar, la normalidad se fue desvaneciendo. La incertidumbre se convirtió en mi nueva compañera. Noté cosas extrañas en mi edificio: las bolsas de basura aparecían rotas, desparramando su contenido por el hall de entrada. Al principio, pensé que era simple vandalismo, pero a medida que los días pasaban, la sensación de ser observado intensificaba mi inquietud.

Una mañana, al salir al mercado, encontré algo que me heló la sangre. En la puerta de mi apartamento yacía la cabeza de un gato ensangrentada. La imagen se quedó grabada en mi mente, como un oscuro presagio. Mi corazón latía con fuerza mientras la realidad se volvía cada vez más inquietante. ¿Acaso Joan había vuelto para terminar lo que había empezado?

Desesperado, decidí acudir a la policía. Al llegar a la comisaría, relaté lo sucedido, pero la incredulidad se reflejó en el rostro del oficial. —Es solo un gato, señor —dijo con desdén, como si mi angustia fuera un capricho—. Esto podría ser una broma de mal gusto.

—¡No es eso! —protesté—. Alguien me está acosando, y creo que es Joan. Necesito que tomen esto en serio.

Página 113

El oficial escaneó mi apariencia cansada y, con un suspiro de resignación, tomó nota. Pero su actitud dejaba claro que tenían demasiados casos sin resolver como para dedicarle tiempo a un hombre que se sentía un poco asustado.

Regresé a mi hogar con una nube oscura de ansiedad encima de mí. Cada crujido de las paredes me hacía saltar. Cada timbre del teléfono era un nuevo golpe de pánico. Nadie parecía estar tomando en serio lo que estaba sucediendo, y la oscuridad estaba comenzando a reclamarse un trozo más de mi mente.

Decidí que tenía que investigar por mi cuenta. Joan había mostrado un rencor palpable, y ahora, con mis heridas aún frescas, podía sentir su amenaza en cada rincón de mi vida. Sin embargo, no sabía cómo había llegado a esa espiral de locura. Con cada día que pasaba, las noches se volvían más largas, y la sensación de que algo siniestro acechaba en la oscuridad era innegable.

En mi mente, Joan se había convertido en más que un simple estudiante resentido; era un antagonista en un juego del que no sabía cómo escapar. Mi vida se había transformado en un laberinto de pesadillas, y lo que había comenzado como un choque de ideas se había tornado en una lucha por mi supervivencia.…."consigue el maldito libro ahora"

Cuentos de la obra

  1. La excusa de ser un romántico
  2. Una taza de café y una rata en la mesa
  3. Casamiento frente al rio Sena
  4. El espíritu de la torre
  5. Adiós papá
  6. de iglesias, santos y una puta felicidad
  7. Un cuento para mis alumnos
  8. consigue ese boleto
  9. Primero de mayo francés
  10. El ataúd del abuelo
  11. Te faltan pelotas para ser un Black Bloc
  12. Nunca me dijo su nombre


"La torre de los encantos" fue publicada el 1 de noviembre del 2024 bajo el sello de la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel. de 252 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.

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