The Ohio Karens

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Ohio, conocido por su peculiaridad, es uno de los lugares más insólitos de América. Reconocido no solo por sus carismáticos Hillbillys; sino también por leyes que, a menudo, parecen sacadas de un guion de película de terror, este estado desafía la lógica y la razón. De hecho, hasta el mismo Donald Trump mencionó que en este maldito condado se comen a los perros... ¿te imaginas? ¿Es eso real? Bueno, en Ohio, no descartaría absolutamente nada. Este libro de cuentos de terror explora esa locura singular que, con frecuencia, empuja a mujeres y hombres de este estado a realizar las cosas más absurdas e histéricas que uno pueda imaginar. A través de historias intrigantes y escalofriantes, nos sumergimos en el mundo de las llamadas "Karens", personajes que encarnan lo extraño y lo inquietante de la vida cotidiana en Ohio. Prepárate para conocer estas historias y sacar tus propias conclusiones sobre la extraña realidad que habita en este rincón de América.
Intro cortesia: EDTV
Relato numero 3: Locura sobre ruedas
No podía entender lo que intentaba decir Florence. Su voz sonaba en la habitación, cargada de una angustia palpable. “Estás desquiciada. Deberías descansar, porque recordar todo esto solo te llevará a convulsionar de nuevo en ese maldito juego de histeria. Vas a romperlo todo”.
“No voy a recostarme,” replicó Florence, llevando las manos temblorosas a su cabeza, como si intentara aplastar los pensamientos que la asediaban. “Estoy bien. Solo quiero que entiendas que esto no fue mi culpa.”
“Está bien, nena, lo sé. Ahora, tranquilízate,” dijo Will, sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y preocupación. “Lamento haberte culpado, pero últimamente parece que eres tú quien inicia estas discusiones que terminan en peleas con la ley. Y eso, claro, por haber dejado tus medicamentos sin prescripción médica.”
Al escuchar esas palabras, una chispa de furia encendió a Florence. Se levantó del sofá con un movimiento abrupto, estrellando el vaso de agua contra la pared. “¿Acaso no entendiste lo que acabo de decirte, maldito hijo de puta?” Su grito desgarraba el aire, resonando como una alarma, un claro signo de que el tumulto interno la estaba devorando. Su rostro, desencajado y la mirada desorbitada, presagiaban un brote psicótico que esta vez superaba a los anteriores. Will había sido testigo de esta espiral descendente, resultado evidente de los medicamentos que había decidido postergar, solo porque le habían robado sus deseos, brutalmente heridos por el miedo de una infidelidad que no podía soportar.
“¡Oye! ¿Qué te pasa?” Will la sujetó firmemente desde los brazos, intentando calmarla. “Voy a ayudarte a subir al dormitorio. Te vas a recostar en la cama hasta que Erick te vea.”
“No voy a ir a ningún lugar, maldito hijo de perra. ¿Quieres que ese doctor amigo tuyo me inyecte un sedante para que puedas salir corriendo a follarte a esa ramera que mantienes oculta en algún lugar de la ciudad? ¿Eso es lo que quieres?” Su alarido resonó, una mezcla de rabia y desespero que desbordaba su ser, cortando el aire con la frialdad del juicio.
“¡Pareces poseída! Espérame aquí, voy a buscar las pastillas,” dijo Will, apresurándose hacia las escaleras, hacia el pequeño botiquín manual donde solía encontrar las píldoras de Florence. Pero esta vez, el destino ya había hecho de las suyas: ella había arrojado ese pequeño soporte por la ventana días atrás, en un acto de desesperación.
Cuando Will descendió nuevamente, el sofá estaba vacío. La alarma lo invadió. De repente, el rugido de un motor encendiéndose rompió el silencio. Florence, en un ataque de locura, había tomado las llaves de la camioneta. Se había lanzado a las calles, dispuesta a desquitarse, a propinar golpes a cualquier transeúnte que se interpusiera en su camino.
Will, desesperado al ver que su esposa huía en ese estado, tomó el celular y mientras corría detrás de ella para impedir que saliera con el auto realizó una llamada al 911. “¡Es una emergencia! Mi esposa ha salido de casa; está conduciendo completamente descontrolada,” balbuceó, mientras daba detalles sobre su apariencia y el vehículo. Para cuando la policía emitió una alerta, con la descripción física de Florence y el peligro evidente, ella de adentraba en la ciudad, atravesando las calles a velocidades extremas, ignorando las señales de tránsito. Maldecía a los automovilistas que intentaban comprender la locura que se desarrollaba ante sus ojos: una camioneta zigzagueando en medio del caos, en busca de la muerte, sin mirar atrás.
La camioneta rugía mientras atravesaba las avenidas, Florence al volante, impulsada por una mezcla de furia y miedo que resonaba en su mente. Las luces brillantes de la ciudad se transformaban en manchas borrosas ante su mirada desenfrenada, las calles eran un laberinto de sombras y luces titilantes que parecían burlarse de su desesperación. “No dejaré que me atrapen,” murmuró para sí misma, como si el simple acto de hablar la mantuviera anclada a la realidad.
En su locura, cada semáforo en rojo se convertía en un insulto, un desafío que desataba un nuevo torrente de adrenalina. “¡Malditos se creen dueños de esta ciudad!” gritó mientras se deslizaba entre los autos, el volante temblando bajo sus dedos. A cada giro, a cada frenada brusca, el caos se apoderaba de ella, atrapándola en un ciclo de pánico y furia.
Will, en su desesperación, no podía quedarse quieto. “¡Florence, espérame!” gritó, aunque sabía que su voz no llegaría. Necesitaba urgentemente encontrarla, pero su mente se debatía entre la culpa y la rabia. “¿Qué demonios hice para que llegáramos a esto?” se reprochaba, cada paso hacia el coche era una batalla entre el deseo de ayudar y la angustia de perderla.
Mientras Florence disfrutaba de su locura en la ciudad, una figura familiar se cruzó en su camino: un joven con el uniforme de McDonald's, que caminaba despacio por la acera. “Él puede ayudarme,” pensó, reconociendo en su mente turbia la cara de un antiguo amante. Este chico había sido una mezcla de juventud e inocencia, al que una vez le regaló cosas lujosas en un intento de comprar su entrega en su relación clandestina. Con un giro brusco, se detuvo junto a él, el motor de la camioneta retumbaba como un corazón desesperado.
“¡Sube!” ordenó, incapaz de ocultar su locura. El joven, sorprendido y temeroso, dudó. “¿Qué pasa contigo? No estás bien, Florence.”
“¡No hay tiempo para eso! Solo sube, o me veré obligada a arrastrarte conmigo,” vociferó, con la rabia acumulándose en su pecho. El miedo en los ojos del chico se tornó en determinación. Sabía que negarse podría significar el final, así que se lanzó al asiento del pasajero, sin saber que se había convertido en un cómplice involuntario de su caída al abismo.
Mientras avanzaban, las imágenes del caos se sucedían: hombres gritando, mujeres aterrorizadas retrocediendo ante la locura que se desataba en la camioneta. Florence se reía, una risa que temblaba como un cristal rompiente, un reflejo distorsionado de su estado mental. “¡Mira cómo huyes, cobarde! ¡Como todos los demás!” exclamó mientras el joven, aterrorizado, intentaba calmarla.
“Florence, esto está mal. Tienes que detenerte,” no podía creer lo rápido que las cosas habían escalado. Ella se volvió hacia él, sus ojos incendiados por una locura palpable.
“¿Y qué me dejarás entonces? ¿Qué me inyecten otra droga? ¡Nunca más!” La furia de su grito llenó el interior del vehículo, y el joven sintió un escalofrío recorrer su espalda. En ese preciso instante, el caos exterior parecía menguar, como si el mundo hubiera decidido unirse a su tormento.
Pero su locura no se detendría ahí. Al ver un grupo de personas congregadas para un evento inesperado, una chispa iluminó su pensamiento. “¡Vamos a darles un espectáculo!” rugió, pisando el acelerador.
La camioneta se lanzó hacia la multitud, el tiempo pareció detenerse. Los gritos ahogados se entremezclaron con el sonido del metal crujiente, una sinfonía de horror planificada que resplandecía como una obra de arte macabro. En ese instante, todo lo que había deseado —la venganza, la libertad— pareció acercarse un poco más.
Mientras los cuerpos caían y la escena se tornaba horrenda, la mente de Florence se fragmentaba aún más. Se reía a carcajadas, pero en el fondo, otra voz, pequeña y apremiante, intentaba alcanzar la luz. “¿Qué has hecho?” Pero la locura había tomado la delantera, y estaba disfrutando del viaje al mismísimo infierno…Si la presentación fue de tu agrado no dudes en solicitar un ejemplar.
Cuentos de la obra
- Huele mis pantaletas ¡maldito bastardo!
- En el centro comercial soy una diosa
- Locura sobre ruedas
- No voy a mostrar mi valija
- Eres un maldito policía negro
- Borracha en la ciudad
- No vayas a mirarme porque puedo matarte
- Entre gritos arroje un ladrillo a la ventana
- Hay un extraterrestre dentro del avión
- Alguien me está siguiendo
- La llamada al 911
- Super-potenciada
“Las Karens de Ohio” fue publicada junto a la obra Se que fuiste tu el 1 de febrero del 2025 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio de 189 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.”