The North Star

“La Estrella del Norte”, una cautivadora novela de ciencia ficción. Escrita originalmente por Marcos Orowitz en el 2003 y remasterizada por la escritora Martina Olivera, esta obra nos sumerge en un futuro distópico y fascinante.
La trama se desarrolla en un mundo devastado por una guerra nuclear que redujo la población mundial en un 30%. En este contexto, un grupo de emisarios de la Confederación Galáctica llega a la Tierra con una misión crucial: rescatar a 144,000 seres humanos seleccionados entre los sobrevivientes.
Sin embargo, no será una tarea sencilla. El antiguo Yahvé, al mando de un basto ejército alienígena, manipuló a los gobiernos para desencadenar la guerra y “reiniciar” el planeta. Su objetivo: crear una nueva raza similar a los humanos para perpetuar un ciclo interminable de esclavitud y experimentos genéticos.
¿Podrán los emisarios de la luz salvar a las últimas almas? A medida que la trama se desenvuelve, descubriremos secretos ocultos en el universo y reflexionaremos sobre cuestiones profundas. Esta apasionante novela futurista te mantendrá expectante hasta la última página. ¡No te la pierdas!
Cortesía : SebastianOlivera1983
Traducción: Ingles a Español / modismo y demás bastante complejos
Capitulo: 1 La llegada de los emisarios
pagina: 3 y posteriores
Capítulo 1: La llegada de los emisarios
La noche en el desierto de Nevada es un silencio que pesa, una respiración extendida sobre millas de arena inmóvil. En el horizonte, las dunas reflejan un destello incierto, como un espejismo que apenas se percibe. El aire, denso con la amenaza de tormenta, arrastra el aroma de algo más antiguo que el tiempo. No llegamos allí por casualidad ni por simple curiosidad
—Sabíamos que lo que buscábamos había permanecido oculto en las profundidades, esperando, paciente, durante siglos.
Yo soy Klynn, de la galaxia Trionis. Mi piel brilla en la penumbra, como si tuviera una luz interna que no quiere apagarse, y mis ojos—grises y profundos—capturan cada detalle con una atención insaciable. A mi lado, Jel, la guerrera de Xalan, mueve sus dedos con una precisión que parece demasiado delicada para su fuerza. Su piel es de un tono oscuro y sus ojos verdes parecen atravesar la oscuridad misma, como si pudiera ver en los rincones más ocultos del mundo.
Sentados en círculo, observamos el arrastre lento del camión que se adentra en la tierra, apenas visible en la distancia. Los ingenieros y militares de Estados Unidos, nosotros también, pero no todos somos humanos. Nosotros, los que no nacimos en esta galaxia, hemos sido enviados para cumplir una misión que puede cambiarlo todo: enfrentarnos a los seres que ahora habitan los abismos, los que han tomado la civilización terráquea por la fuerza.
El trabajo empezó días atrás, en una excavación que parecía sencilla: un túnel en lo profundo del desierto. Pero la tierra sabía algo que ellos no, y ahora comenzaba a mostrar su verdadero rostro: capas de arena y roca que se trituraban con un movimiento oscuro y pegajoso. Los soldados apenas entienden todavía lo que enfrentan—una sombra que pulsa en las grietas, un abrazo frío que se extiende desde las entrañas del planeta.
Yo escuché historias en mi galaxia, viejas y polvorientas, sobre criaturas que no deberían existir, que viven en la oscuridad sin formar parte de las estrellas. Y ahora las veo aquí, en la Tierra, en lo más profundo, reclamando un espacio que no les pertenece.
Un grito lejano rompe la noche, y en ese instante, sé que no estamos solos. Algo ha despertado, algo que lleva siglos esperando el momento para volver a la superficie. Me aprieto el cinturón, con la piel encharcada de una sudoración que no es solo miedo, sino la ansiedad de lo desconocido.
Mientras las manos de Jel se cierran en un gesto de calma, sé que esto no ha hecho más que comenzar.
El silencio se vuelve más pesado, como si la tierra misma estuviera conteniendo la respiración, esperando. Afuera, los motores silenciosos de los equipos profesionales se apagan lentamente, dejando solo el sonido perforado del viento en la arena y el crujido lejano de la maquinaria. La noche nos envuelve con su manto de incertidumbre, y en mi interior siento cómo un escalofrío recorre cada músculo, esa mezcla de anticipación y terror que acostumbro a llamar conciencia.
Jel se levanta lentamente, como si la gravedad de la tierra fuera una mano fuerte que quiere retenerla. Sus ojos verdes brillan en la penumbra, analizando cada sombra. “¿Escuchaste eso?”, pregunta en voz baja, con esa voz suave, con un matiz de alarma velada. Yo asiento, aunque sé que no hay respuesta concreta en sus palabras. Solo un movimiento de cabeza, nervioso, como si también supiera que algo se aproxima, algo que no podemos ver todavía pero que intuimos muy cerca.
Desde la otra esquina, Korr, el primero de los cinco, desarrolla una calma inquietante. De tez pálida, ojos negros como pozos sin fondo, observaba aquel mismo punto en la tierra, con una mezcla de tristeza y determinación en su rostro. Tiene siglos en su estirpe, y esa longevidad lleva la melancolía de quien ha visto mundos desaparecer. “No hay marcha atrás ahora”, dice despacio; su voz, grave y profunda, se funde con el viento.
A mi lado, de pie, está Talia, una de las dos mujeres de nuestro pequeño grupo. Su piel, en capas de tatuajes y patrones que parecen brillar en la oscuridad, refleja una historia ancestral que ni siquiera ella recuerda toda entera. La miré unos segundos, y en sus ojos vi la misma inquietud que en los otros. Nos une un destino que aún no comprendemos completamente, un camino que nos lleva hacía el interior de una tierra que ha cambiado mucho más de lo que cualquiera de nosotros podría imaginar.
Nunca pensé que acabaría en estas profundidades, en un solo momento de mi vida, con cinco seres de galaxias diferentes, enfrentando una oscuridad que parecía eterna. Pero aquí estamos, caminando sin mapas, sin garantías, hacia un enemigo que no tiene forma humana, solo una presencia que se vuelve más tangible con cada minuto que pasa.
Y en ese momento, en esa pausa infinita, algo se mueve en las sombras. No es un sonido; más bien, una vibración, una resonancia que atraviesa el suelo, que hace que cada uno de nosotros se quede inmóvil, con el corazón bombeando en sincronía con esa pulsación oculta. La tierra nos está hablando, en un idioma que solo unos pocos pueden entender, y nosotros estamos aprendiendo a escuchar.
Un silencio pesado se apodera de nosotros, más ensordecedor que cualquier grito. La sensación de estar a punto de tocar algo imposible de comprender se ensancha en mi pecho como un peso. La ansiedad se filtra lentamente por cada fibra de mi ser, una corriente fría que me recorre desde la nuca hasta las ganas de huir, aunque la razón me dice que no hay lugar a donde escapar. La tierra, esta enorme e implacable madre, parece estar respirando con nosotros, compartiendo ese mismo temor, esa misma expectación.
Mi piel se eriza, y no solo por el frío. Es como si la noche misma hubiese dejado su calma, y ahora se le hubiese escapado un secreto. La duda, esa vieja compañera, invade mi mente. ¿Qué nos espera en esas profundidades? ¿Es la oscuridad misma? ¿O hay algo allá abajo que nos está observando desde hace siglos?
Jel, la guerrera, permanece paralizada por unos segundos, tensionando los músculos como si en cualquier momento fuera a lanzarse hacia adelante, hacia lo desconocido. Pero en sus ojos todavía brilla una chispa, esa que solo una verdadera combatiente muestra, por mucho miedo que tenga en su interior. La seguridad que transmite no es más que una máscara, una estrategia para mantener en pie una fortaleza que a veces también se tambalea.
Korr, en su silencio, respira lentamente, casi como si quisiera calmar esa vorágine de emociones que confluyen en todos nosotros. Cuanto más observa, más parece admitir la carga de mil años en su alma. En sus ojos, hay un cansancio profundo, tendencia a aceptar lo que no se puede entender y, aun así, seguir adelante. Sus manos blancas, que parecen hechas de piedra, tiemblan solo un poco, y en ese pequeño movimiento, siento toda la veteranía del universo en el que ha vivido.
Y Talia, la otra mujer, en un acto quizás instintivo, cierra los ojos por un instante. Como si quisiera conectar con algo más grande, algo que trascienda la tensión, el miedo y la incertidumbre. Cuando los abre, no hay duda alguna en su mirada: somos vulnerables, frágiles, como insectos atrapados en un campo de minas ocultas. La magia de su presencia, esa mezcla de fuerza y sensibilidad no alcanza para disolver la angustia, pero sí para recordarnos que aún hay un atisbo de esperanza en medio de la oscuridad.
Yo también siento cómo las emociones brotan desde lo más profundo. Un nudo en el estómago que no desaparece, un peso en la garganta que me impide gritar. Es el miedo, sí, ese instinto primario que todos llevamos impreso en los huesos, ese que más que parálisis, nos hace humanos, nos conecta con nuestro pasado y con la supervivencia que aún late en nosotros.
Porque en estos momentos, no hay héroes ni villanos. Solo cinco seres que se enfrentan a un abismo que quizá nunca debieron despertar, sintiendo que la tierra misma grita su eterno secreto, invitándolos a dar un paso más, a desafiar la oscuridad que los acecha.
¿Y qué más queda? Solo la esperanza de que, en medio del temor, algo más grande aguarda, aguardando que nos atrevamos a entenderlo.
Mi mente se aferra a esos destellos de esperanza, aunque sé que cada segundo que pasa es un riesgo, una pausa peligrosa en el filo de un destino incierto. La tensión en el aire se vuelve casi tangible, como una cuerda que tensamos al máximo y que podría romperse en cualquier momento. La sensación de vulnerabilidad se abre paso en mí, una herida abierta que no puedo cerrar, un recordatorio brutal de que en este momento, somos pequeños.
A mi alrededor, los otros parecen estar en un mismo estado: cada uno luchando con su propia tormenta interna. La quietud no es paz, sino la calma antes de la tormenta. La mano de Jel se cierne sobre la empuñadura de su arma, pero no la levanta todavía. Es como si, en esos instantes, el universo mismo nos obligara a detenernos a sentir, a aceptar que no podemos ver toda la oscuridad, solo esa sombra que se desplaza lentamente en las profundidades.
El peso de la historia de la humanidad, de esas tragedias que ni siquiera entendemos completamente, se nos agranda en el pecho. La tierra, con sus secretos enterrados, nos mira con ojos que nunca vimos, y en su silencio nos habla de cosas que preferiríamos no escuchar, cosas que nos dejan sin aliento y sin respuestas. Pero seguimos allí, tan frágiles, tan humanos, con la piel pegajosa de sudor frío y corazones latiendo en un ritmo acelerado, casi como un único pulso colectivo.
Korr, en su quietud, parece escuchar. Su rostro refleja esa larga experiencia, esa sabiduría que no siempre trae respuestas, solo el peso del tiempo acumulado. La duda en su mirada se mezcla con un cansancio profundo, como si ya hubiera visto demasiado y en ese momento solo esperara que el fin que se avecina sea también un comienzo.
Talia respira profundo, su rostro casi una máscara de serenidad que no logra disimular del todo. Sus manos tiemblan ligeramente, y en ese gesto hay toda una carga de emociones—miedo, esperanza, la terrible certeza de que esto puede ser el fin, o el principio de algo nuevo. Ella sabe que, en la profundidad, algo vivo respira y espera, algo que no puede comprender del todo, pero que ya ha marcado sus destinos.
Y yo, aquí, con el corazón agitado, me siento atrapado entre la realidad y lo desconocido. La tierra misma parece latir con esa misma ansiedad, como si estuviera enviándonos un mensaje que solo algunos elegidos podrían empezar a entender. La incertidumbre nos envuelve, una neblina espesa que no nos deja ver con claridad, pero que a la vez nos obliga a seguir adelante, a luchar, a no rendirnos.
Porque sé, en lo más profundo, que, en algún rincón de esa masiva oscuridad, algo nos observa — y no es solo la tierra, ni las criaturas que viven en sus profundidades. Somos nosotros los que estamos a punto de descubrir qué hay más allá del miedo, qué hay en esa sombra que ahora se vuelve más grande, más presente y mortal.
Y en ese momento, solo una cosa está clara: no podemos volver atrás ahora. Ahora, solo nos queda dar un paso más, aunque la tierra deje de respirar y el silencio se vuelva definitivo.
Un minuto parece una eternidad. Todo ha quedado en silencio, como si el mundo mismo contuviera la respiración. Solo el sonido del viento carga en sus pliegues la voz de una tierra que no habla, solo murmura en sus rugidos: un canto de advertencia, un lamento ancestral que nadie entiende por completo.
Yo siento en mi interior que algo se acerca, aunque no puedo verlo todavía. Esa sensación de que la oscuridad busca encontrar alguna rendija por donde colarse, de que en las entrañas del planeta hay algo vivo, y que en ese vivo también hay algo que nos observa con una paciencia de siglos. La ansiedad me aprieta aún más el pecho, como un nudo invisible que deseo romper, pero que sólo saltará si alcanzo a entender lo que mi corazón me dice: esto no es solo una excavación rutinaria, ni un simple hallazgo en el desierto.
Mi respiración se vuelve un poco más pesada, y en mi cabeza se mezclan recuerdos de otros mundos y de otros peligros. Cada escenario que imaginaba en mis sueños más locos ahora parece pequeño, insignificante. Aquí, en las profundidades de la tierra, hay algo mucho más grande que nosotros, algo que me hace sentir diminuto y, sin embargo, vital. Es en esta vulnerabilidad donde descubrimos lo más profundo de nuestro valor: la voluntad de enfrentar lo desconocido, sin garantías, sin la promesa de que saldremos con vida.
Jel se acerca a mí, sus ojos verdes tienen una intensidad que casi da miedo, y me susurra en voz baja, cargada de una urgencia que no necesita palabras: “No estamos solos. Lo siento, lo sabía desde el principio, pero ahora es seguro decirlo.” La forma en que dice esas palabras, como si las hubiese hablado en mil planetas distintos, solo refuerza la certeza que, en realidad, todo esto va mucho más allá de nuestro control: estamos siendo observados, estudiados.
En ese instante, un extraño temblor sacude la tierra bajo nuestros pies. Quizá un movimiento en las profundidades o, tal vez, algo más siniestro. La tierra se queja, o quizás nos advierte. Mi piel se eriza aún más, y en esa sensación encontramos una especie de calma trémula, como si lo que acontecía fuera solo el primer grito de una gran tormenta aún por desatarse.
Korr observa con esos ojos negros que parecen atravesar todo, incluyendo nuestras dudas más profundas. No habla, solo vibra con una quietud que parece más poderosa que cualquier grito. Talia, que ha cerrado los ojos unos segundos más, ahora se ha convertido en una presencia aún más concentrada, como si en su interior hubiera una chispa que pudiera iluminar la oscuridad más densa.
Y yo, que soy solo un testigo de este fragmento de eternidad, no puedo evitar sentir que cada paso que damos nos lleva más adentro, en un laberinto sin fin, que parece formarse con nuestros propios miedos y esperanzas. La tierra nos envuelve en su abrazo de silencio, y en esa misma quietud, detectamos la primera vibración diferente: un leve temblor que recorre el suelo, una promesa casi inaudible de que algo grande, algo antiguo, se ha movido en las profundidades por fin.
¿Qué hay allá abajo? La pregunta me atormenta, pero al mismo tiempo, sé que esa incógnita será la clave para entender todo. La clave para salvar lo que queda, o para perderlo, por completo.
No hay más palabras. Solo escuchamos. Solo sentimos. Solo estamos aquí, al borde de un abismo, con la voluntad de seguir avanzando, aunque cada latido de nuestro corazón diga lo contrario.
El silencio vuelve a envolvernos, como una burbuja que se vuelve más gruesa, más densa. Pero esta vez, la tensión no solo la sentimos en el aire, sino también en las palabras no dichas, en las miradas intercambiadas que parecen gritar más fuerte que cualquier sonido.
Jel se acerca unos pasos a mí, su respiración contenida, y con una suavidad casi inquietante, rompe el silencio: "¿Escuchaste eso?", pregunta, su voz casi un secreto. La miro, tratando de entender si ella también siente esa misma angustia, esa presencia que nos vigila desde las sombras.
—Sí —dijo en vos baja, y aunque mis palabras son todavía un hilo quebradizo, el solo hecho de decir algo en voz baja me alivia un poco. —Creo que no estamos solos. Yo también lo siento.
Jel asiente lentamente, como si hubiera esperado esa respuesta, y su expresión se endurece, dejando entrever la mezcla de miedo y determinación que lleva en su interior. La solidaridad en su mirada me da una pequeña chispa de fuerza, aunque sé que, en el fondo, todos estamos temblando por dentro.
Más allá, Korr mantiene esa mirada de calma que parece un escudo. Su voz baja, casi como si no quisiera romper esa atmósfera de tensión, rompe el silencio otra vez:
—No importa qué veamos o sintamos ahora. Solo debemos mantenernos firmes. Lo que sea que esté allá abajo, solo entenderá la fuerza. La nuestra.
Talia se acerca, dejando que su presencia sea más que un simple gesto. Sus ojos oscuros, llenos de esa mezcla de magia y sabiduría, nos miran con una intensidad que calienta, que nos recuerda lo que estamos defendiendo, aunque el pánico todavía golpee en nuestras mentes.
—No es solo una fuerza física —dice con voz suave, como la corriente de un río—. Es también un peso en el alma. Algo que no podremos entender completamente hasta enfrentarlo. Pero estamos aquí, juntos... y eso debe ser suficiente por ahora.
Sus palabras caen en un silencio que se vuelve casi reverente. Cada uno de nosotros se vuelve más consciente de la presencia que nos rodea, pero también de la fuerza que podemos representar si permanecemos unidos. La tierra ruge de nuevo, quizás de enfado, quizás de tristeza. Solo sé que la sensación de vulnerabilidad no desaparece. Sigue siendo un frío que cala en lo más profundo, una certeza de que aún no hemos llegado al principio ni al final de lo que está por acontecer.
Me acerco unos pasos más a Jel, sintiendo cómo la incertidumbre crea una especie de vínculo entre nosotros. Por un momento, nuestras miradas se cruzan, y sin palabras, compartimos una especie de compromiso silencioso: no rendirnos. No en este momento. No ante lo desconocido.
El suelo tiembla otra vez, y en esa vibración, en ese latido furioso pero responsable, descubro en sus ojos una chispa nueva—la chispa del coraje, la misma que, aunque pequeña, puede iluminar los caminos aún oscuros.
Y en ese instante, todos empezamos a entender que quizás, solo quizás, la verdadera fuerza no está en nuestras armas o en nuestro armamento, sino en la fe que tenemos en lo que aún podemos ser y en lo que nos queda por salvar...Aunque ya no puedes solicitarlo aun puedes conseguirlo en intercambio con otros usuarios
Capítulos
- La llegada de los emisarios
- Bajo cielos incendiados
- La estrategia del Yahvé
- Resistencias en las sombras
- El secreto de la estrella del Norte
- La alianza de los desafortunados
- Las huellas del pasado
- La batalla por la esperanza
- Los cautivos
- Un nuevo destino
“La estrella del Norte” fue publicada el 26 de junio del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel de 382 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del autor Marcos Orowitz. y Martina Olivera.