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Juan Valdez The story never told

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Es una novela de terror macabro que se adentra en la oscura leyenda de uno de los personajes más icónicos de la cultura colombiana. A través de una narrativa intrigante y perturbadora, esta obra busca desafiar y desmantelar la estúpida y fantasiosa historia que tus antepasados te transmitieron sobre Juan Valdez, el eterno embajador del café colombiano. Pero, más allá de la imagen romántica de un campesino que cultiva café en paisajes exuberantes, se revela una realidad inquietante llena de secretos y terrores. Prepárate para explorar una versión del mito que nunca imaginaste, donde las sombras de una tradición dan vida a una historia macabra que cambiará radicalmente tu perspectiva sobre este símbolo

El autor sostiene que esta obra no busca faltar el respeto ni a la figura de Juan Valdez ni a Colombia; por el contrario, se presenta como un homenaje significativo dentro de la literatura de terror. Desde una perspectiva de ficción, los verdaderos responsables de menospreciar al país son los políticos corruptos, quienes, mediante sus mensajes engañosos, han alimentado el odio colectivo y la muerte en la sociedad. Con sus discursos falsos, han opacado el arduo trabajo de los ciudadanos honestos, erosionando la evolución de la conciencia, la verdad, el amor y hasta la inocencia de los niños, que representa la única pureza que aún sostiene a este país. ¡Señores! "Estos cadáveres con licencias para robar son los que evitan que ustedes se liberen de sus cadenas." ¿Realmente hace falta explicar por qué deben unirse para acabar con todos ellos? La unión es fundamental para poner fin a este ciclo de esclavitud moral. Solicitando esta obra EDTV te regala otro libro con 13 cuentos de terror muy locos.

13 Thirteen

A lo largo de nuestras vidas, hemos escuchado anécdotas de familiares y conocidos que vilmente intentaban asustarnos con este maldito número. Y déjame decirte que, en muchos casos, lo han logrado. Estos miserables narradores de cuentos de mala suerte han sembrado el temor en tanta gente a lo largo de la historia humana que, si tuviéramos que calcular la cantidad exacta, seguramente esa suma terminaría en trece; Pero no te asustes! Solo es un número que ha ganado fama gracias a los supersticiosos de Hollywood, los apostadores, las sectas religiosas que predominan en la oscuridad, los políticos corruptos y, sobre todo, a aquellos que han proliferado esta vieja creencia, asegurando que el número trece es símbolo de mala suerte.

En esta presentación, voy a narrarte 13 cuentos de terror que harán que este número te persiga en tus sueños por el resto de tu vida.

Intro gentileza: EDTV

Novela: Juan Valdez la historia jamás narrada

Capítulo 1: Los orígenes oscuros

 Página: desde la 6 en adelante

En el corazón de Colombia se despliega una majestuosa y vibrante escena de la naturaleza, cada rincón del paisaje parece revelar secretos antiguos que solo sus antepasados pudieron comprender. Esta tierra bendecida por el sol transforma los atardeceres en lienzos de colores cálidos, atravesando lagos cristalinos y ríos caudalosos que fluyen como venas de vida a través de sus tierras. En la costa del Caribe, las olas del océano abrazan suavemente las playas doradas, mientras en el Pacífico, la selva tropical se encuentra con el mar en una armonía interminable de biodiversidad.

Las montañas, emblemáticas como gigantes imponentes, se elevan hacia el cielo, sus picos cubiertos de nieves eternas son testigos silenciosos de la grandeza de este edén. A medida que las nubes se enredan con la densa vegetación, es como si la tierra se vistiera de un manto esmeralda, protegiendo un tesoro de flora y fauna que no tiene igual en ningún otro lugar del mundo. Cada paso sobre este suelo vibrante revela la riqueza de los ecosistemas, desde los frondosos bosques de la Amazonía hasta los páramos misteriosos de los Andes, donde el aire es puro y la conexión con la tierra se siente profunda y revitalizante.

Sutilmente, el canto de los pájaros y el sonido suave del viento crean una sinfonía natural que complementa el espectáculo visual. Las nubes, en su abundancia, cubren el cielo y envían pequeñas raciones de lluvia, asegurando que el eterno sol no afecte las siembras. Así, ante mis ojos, comprendo que cada amanecer trae consigo una promesa de descubrimiento y admiración; en esta pequeña poesía querido lector, busco capturar la inmensa hermosura que redefine este país: un hogar donde la esencia de la naturaleza se combina con la herencia cultural, y donde el amor por la tierra se siente en cada corazón que pisa su suelo.

En el año 1730, las primeras plántulas de Coffea arabica fueron plantadas en la fértil tierra de Popayán, y pronto comenzaron a brotar. Las raíces se hundieron profundamente en el suelo generoso, pero la tierra no olvidaba el precio de sus ofrendas. En las noches, la oscuridad arrastraba antiguos rituales; pues el aire estaba impregnado de promesas y maldiciones que siempre se repetían. Aquellos que labraban la tierra con devoción recibían recompensas, mientras que quienes se atrevían a codiciar el poder se encontraban devorados por la avaricia que ellos mismos desataban.

El café llegó cargado de un destino sombrío, no fue un evento fortuito; fue una invasión meticulosamente planeada, traída por los misioneros jesuitas, cuyos rostros curtidos por el sol ocultaban una ambición insaciable.

Así, la llegada del café no solo transformó el paisaje, sino que también desató una lucha entre la gratitud y la codicia, creando una historia marcada por la dualidad de un regalo que traía consigo tanto oportunidades como consecuencias sombrías.

Poco a poco, querido amigo, las fincas de café se multiplicaron como un virus, arrasando con todo a su paso y transformando el paisaje en un campo de batalla por el dominio del gran comercio. En medio de esta contienda de poder, surgió la figura ambivalente de Juan Valdez, un hombre carismático con una sonrisa cautivadora. Su figura se convirtió en símbolo de éxito y fortaleza, pero su ascenso estuvo marcado por la tragedia. Cada grano de café que vendía representaba el dolor de otra familia desplazada, otros sueños derrumbados en su camino hacia la cima.

¿Cuántos sacrificios fueron necesarios antes de que la verdad saliera a la luz? En su interminable búsqueda de poder, ¿se convirtió Juan Valdez en un dios de la agricultura o en un monstruo insaciable? Las historias de aquellas almas perdidas se mezclan con los aromas del café, un elixir que promete alegría, pero que oculta un horror indescriptible en cada taza.

En esta historia jamás narrada, el café, símbolo de hospitalidad y cultura, se transforma en una semilla de terror, locura y muerte, germinada con la sangre de aquellos que perdieron sus vidas luchando por sus ideales.

Popayán era definitivamente en sus comienzos una ciudad de contrastes, si es que así me permiten describirla; Sus calles empedradas de adoquines, casi polvorientas, se deslizaban a través de plazas adornadas con iglesias coloniales, cuyas torres apuntaban hacia el cielo como dedos acusadores. Los rostros de los habitantes reflejaban una mezcla de orgullo y desdicha; cada mirada ocultaba una historia y cada conversación un secreto. El aire de la ciudad llevaba consigo el aroma pesado del café recién tostado, pero tras esa fragancia había un trasfondo amargo, un recordatorio de que no todo era lo que parecía.

Era un día nublado, horrible, húmedo; el tipo de día que hacía que la gente se sintiera inquieta. La niebla se arrastraba entre las casonas de adobe, envolviendo la ciudad en un manto de misterio. Las tabernas estaban llenas de lugareños que hablaban en voz baja, compartiendo rumores sobre la última cosecha y su respectivo “embajador”, Juan Valdez.

Juan Valdez provenía de una familia pobre y disfuncional. Su padre, fue un borracho empedernido, que golpeaba a menudo a su madre y los echaba de la casa cada vez que regresaba ebrio con una puta que encontraba en los pueblos lindantes y tabernas de mala muerte. La familia Valdez había llegado a Popayán buscando un nuevo comienzo, pero las sombras del pasado los seguían de cerca como espíritus aferrados a una maldición generacional.

Juan, a pesar de su origen humilde, se había convertido en un símbolo de esperanza para los caficultores de la región, y en un principio fue por su gran dedicación al trabajo y el respeto a las de más colonias que cultivaban la misma semilla, eso significaba que  aunque su vida personal estuviera marcada por el dolor y la lucha, llevaba dentro de sí, esa fortaleza que caracteriza a los seres humanos que forjaron nuestra humanidad; luego el tiempo y las malas decisiones hicieron que todas aquellas cualidades por la que había sido exaltado ante la sociedad, fueran solo una página pasada cargada de miedo y mentiras.

Ana provenía de una familia de caficultores que había emigrado desde las montañas del Cauca. Sus antepasados habían sido campesinos durante generaciones, trabajando la tierra con dedicación y esmero. Su abuelo, Don Emilio Urquijo, fue un hombre de carácter fuerte y manos curtidas por el trabajo, había sido uno de los primeros en establecerse en Popayán, buscando mejores oportunidades para su familia. Bendición que llego con el fruto de su trabajo, pues con mucho esfuerzo habían logrado adquirir una pequeña parcela de tierra donde cultivaban café de alta calidad. El padre de Ana había continuado con la tradición familiar, enseñándole a su hija el valor del trabajo duro y la perseverancia. Ana, a pesar de las dificultades que trae consigo la siembra, se sentía orgullosa de sus raíces y estaba decidida a mantener el legado de su familia y de sus trabajadores a cualquier precio.

Aquella tarde, ella se encontraba en la esquina de la plaza, esperando la aparición de ese personaje que, durante la semana, había sido promocionado por los borrachos de la taberna, incluidos hacendados y terratenientes; ellos admiraban a este personaje tanto, que le provocaba asco. No podía comprender cómo la gente del pueblo no lograba ver más allá de la apariencia con la que este individuo se ocultaba para cautivarlos.

Sin embargo, a decir verdad, ella no lo conocía; solo había escuchado las leyendas sobre Juan a lo largo de su infancia, retratándolo como un campesino noble que cultivaba café con amor y esmero. Pero, a medida que el tiempo pasó, sus ideales comenzaron a desvanecerse, especialmente cuando oyó las oscuras historias que los ancianos del pueblo solían contar durante sus borracheras, narraciones en las que la figura de este personaje era lapidada sin piedad.

—No entiendo cómo la gente aún lo ve como un héroe —murmuró Ana a su amiga Clara, que la acompañaba—. Dicen que se deshizo de su rival, Eustaquio Rendón del Río, para quedarse con la mejor tierra. ¿Qué tipo de persona hace eso?

Clara, una mujer de mirada astuta, inclinó la cabeza hacia Ana y sonrió irónicamente.

—La ambición no conoce límites. Si hay algo que he aprendido en esta tierra, es que los héroes son solo criminales bien disfrazados.

Justo entonces, apareció Juan Valdez en la plaza, acompañado de su fiel mula, que parecía tan cansada como los hombres que la rodeaban. La sonrisa de Juan era amplia, pero en sus ojos brillaba una frialdad inquietante. Los murmullos cesaron, atrapados por su presencia carismática e imponente.

—¡Amigos! —exclamó Juan, levantando un saco de café, su voz resonaba mientras se dirigía a la multitud—. ¡Hoy celebramos el fruto de nuestro trabajo y esfuerzo! ¡Hoy celebramos el café que nos une!

Mientras la gente se acercaba, Ana apretó los dientes, sintiendo que la admiración hacia él rozaba la idolatría.

—¿Qué tiene de especial este café? —preguntó Ana en voz baja, aunque Clara la escuchó.

—Quizás no sea el café, sino el miedo que infunde. Nadie se atreve a cuestionarlo en voz alta —respondió Clara, observando a los demás que aplaudían como si estuvieran bajo un hechizo.

Juan se detuvo y su mirada atravesó la multitud, como si estuviera buscando a alguien en particular.

—¡El café! —continuó, ahora más intenso—. Requiere sacrificio, dedicación… y a veces, decisiones difíciles. No podemos permitir que el miedo nos detenga. ¡La tierra nos pertenece y la madre naturaleza está de nuestro lado! “¿saben lo que eso significa amigos míos?” —continuó— Significa que todos fuimos escogidos para sembrar esta semilla en la tierra más fértil de Colombia y recibir la cosecha más abundante jamás recibida por hombre en tierras colonizadas.

Ana sintió una punzada de inquietud. Las palabras de Juan resonaban en el aire ganando no solo terreno en el espíritu servil y obsecuente de los lugareños sino también; respeto, y su intención era más que clara, era definitivamente todo o nada.

Mientras la multitud aclamaba, los viejos rumores sobre sus oscuros pactos comenzaron a persuadirla, los recuerdos de historias sobre la desaparición de aquellos que se interpusieron en su camino.

—Mira cómo lo adoran —murmuró Clara, sus ojos entrecerrados como si tratara de ver más allá de la fachada que el imponente orador había dejado en los corazones de los habitantes de aquella ciudad.

—¿Qué de Eustaquio? —preguntó Ana, ansiosa, pero su voz fue ahogada por la multitud.

—“El viejo no volvió a aparecer desde que intentó desafiarlo. La tierra no olvida… pero la gente de esta ciudad parece olvidar rápidamente los acontecimientos que aún no fueron esclarecidos, ellos se muestran cautivados por la figura de este personaje, que los obliga a embriagarse con el sabor de sus palabras.”

La atmósfera se tornó densa cuando Juan giró rápidamente su torso, observando a Ana como si pudiera leer sus pensamientos. Ella se sintió expuesta bajo su mirada penetrante, algo toco su rostro y no fue precisamente la brisa del viento, qué para ese entonces no estaba presente en el clima húmedo de la ciudad.

—¡Ana! —llamó Juan, acercándose—. ¿Te gustaría unirte a nosotros en la cosecha? El trabajo es duro, pero el café vale la pena, la paga será correspondida por el fruto de tu esfuerzo...” oye eso puedo afirmarlo”.

Ana tragó saliva, su corazón acelerándose. Sabía que aceptar significaba entrar en un mundo del que no estaba segura, un juego macabro donde la lealtad podía tener un costo mortal.

—Lo pensaré —respondió, manteniendo un tono firme mientras sus entrañas se retorcían.

Juan sonrió, pero no era una sonrisa cálida; era una mueca que advertía de algo oscuro escondido detrás de esa fachada amable.

—No te arrepentirás —dijo, y al final se dio la vuelta, dejando un rastro de incertidumbre en su estela.

Ana sintió que el aire se volvía más pesado. Aquel día, en la ciudad de Popayán, no se celebraba solo la gran cosecha de café. Se celebraba algo más profundo, más tenebroso, algo que pronto podría transformarse en una pesadilla.

Ana observó cómo la multitud se dispersaba después de la interacción con Juan. Algunos se reían y comentaban, mientras otros murmuraban, con la levedad de sus palabras ocultando un trasfondo de temor. La atmósfera comenzaba a volverse opresiva, y Ana sintió que una sombra se cernía sobre la plaza, aunque el sol aún brillaba.

—¿Te parece normal todo esto? —preguntó Clara, con desdén, mientras movía su mano despreocupadamente en dirección a Juan, que se alejaba.

—Lo que es normal ya no importa —respondió Ana, dejando escapar un suspiro—. La gente necesita algo en qué creer. Y Juan les ha ofrecido eso.

Clara frunció el ceño, contemplando la figura de Juan.

—Pero a un alto costo —dijo—. Siempre hay un precio. Antonio, el anciano, me habló de los ojos que lo observan cuando trabaja en la oscuridad. Dijo que los espíritus de aquellos a quienes ha despojado de sus tierras regresan en la noche, buscando justicia.

Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda. No podía ignorar la sensación de que algo no estaba bien, pero también sabía que cuestionar a Juan Valdez era arriesgado.

—No podemos dejar que el miedo nos paralice —afirmó Ana, buscando algo de coraje en sus palabras. Pero, por dentro, el miedo empezaba a arraigarse.

Esa misma noche, la luna llena iluminaba el camino de regreso a su casa. Ana caminaba con Clara por un sendero que bordeaba los cafetales, donde las sombras de las plantas se movían bajo la luz. A medida que se acercaban a casa, el silencio que las rodeaba se intensificaba, y el canto de los grillos parecía un sonido distante, lejano.

—¿Has notado algo extraño en el aire? —preguntó Ana.

Clara asintió, sus ojos escaneando la oscuridad. —Me recuerda a las historias que contaba mi abuela sobre el antiguo guardián del café. Desapareció hace décadas, pero se decía que prometió regresar para reclamar lo que era suyo.

Ana rió nerviosamente. —Son solo cuentos, Clara. Aunque a veces…

De repente, un grito desgarrador rompió el silencio. Un sonido que provenía de los cafetales. Ambas se detuvieron, mirándose con incertidumbre.

—¿Qué fue eso? —susurró Ana, con el corazón en la garganta.

—No lo sé, pero suena como… ¿una mujer? —respondió Clara, arrugando el entrecejo.

Instintivamente, avanzaron hacia el origen del ruido, sus pasos lentos y cautelosos. La luz de la luna revelaba la silueta del cafetal, cada planta parecía cobrar vida, como guardianes de secretos oscuros.

Cuando llegaron más cerca, se toparon con un grupo de hombres. Al principio, no reconocieron los rostros, pero en el centro, un hombre caído goteaba sangre y tenía una herida en la cabeza. El aire se cargó de un hedor metálico.

—¡¿Qué ha pasado aquí?! —gritó Ana.

Los hombres la miraron, con miradas de horror y confusión. Uno de ellos, Ricardo, un conocido cultivador de café, balbuceó.

—Es… Vicente. Lo atacaron… No sabemos quién. Estaba aquí con Juan… Pero algo salió mal.

Ana sintió que el mundo se le caía a pedazos. Había escuchado rumores sobre Eustaquio y las tensiones crecientes entre el grupo de Juan y otros caficultores, pero ¿había llegado a esto?

—¿Dónde está Juan? —preguntó Ana, sintiéndose más mareada por la situación.

En ese momento, una risa aguda resonó por el cafetal. Era indiscriminada, como una serpiente que se desliza entre las voces de los hombres, y todos presentaron miedo.

—¡Juan se fue! —exclamó uno de los hombres, mirando hacia la oscuridad—. Dijo que había cosas más importantes que atender.

Una sensación de desasosiego se instaló en el grupo. Clara apretó la mano de Ana, sus ojos reflejaban miedo.

—¿Qué significa eso? ¿Por qué dejaría a Vicente así? —siseó. La incredulidad salía de su boca, pero algo en el aire hacía que, a pesar de su escepticismo, comenzara a temer lo peor.

No hubo respuesta. Solo el susurro débil de un herido que se quejaba, mientras la luna seguía brillando y las estrellas parecían observar desde lo alto.

Ana giró y empezó a retroceder, incapaz de soportar la escena.

—Esto no es normal, Clara. No puede serlo.

—Tienes razón —dijo Clara, su voz temblorosa pero decidida—. Necesitamos averiguar qué está ocurriendo aquí.

Al darse la vuelta y alejarse del grupo, Ana sintió que una pesadez la acompañaba, como si todo en la ciudad de Popayán conspirara contra ellas. Aquella noche, mientras los hombres cargaban a Vicente, la idea de que Juan Valdez estaba más cerca de la oscuridad de lo que todos imaginaban se instaló en su mente. Y no podían ignorarlo.

Ana y Clara se alejaron rápidamente del grupo de hombres, el sonido áspero de la risa de Juan resonando en sus oídos, mezclándose con los últimos gemidos del joven herido. La noche se volvió aún más oscura en comparación con la incertidumbre que se cernía sobre ellas.

Mientras cruzaban el sendero hacia el pueblo, el sonido del viento se hacía cada vez más penetrante, como si la misma tierra intentara advertirles de su inminente peligro. La tensión se palpaba en el aire, cada paso era un recordatorio de que algo muy mal había surgido en su hogar.

—No podemos quedarnos de brazos cruzados —dijo Clara, con un tono de determinación—. Si Juan está detrás de esto, no debemos dejarlo solo.

Ana se detuvo. —¿Cómo podríamos enfrentarlo? Es un hombre al que muchos ven como un salvador. Convenció a todos para que lo sigan.

Pero dentro de ella, la imagen de Juan Valdez había comenzado a desvanecerse. Se dio cuenta de que había estado ciega a los signos, esos momentos extraños, las miradas furtivas que se cruzaban entre los Trabajadores.

—Si él tiene algo que ver con la desaparición de Eustaquio, entonces no solo tenemos que averiguarlo. Tenemos que protegernos.

—¿Protegernos de qué? —preguntó Clara, intrigada por el cambio de Ana—. ¿De la oscuridad que lo rodea?

Ana cerró los ojos por un momento, intentando reunir sus pensamientos tumultuosos. La imagen de Juan, sonriendo ante el mundo mientras, tras bambalinas, manipulaba a la gente con sus frases de aliento y esperanza, la inquietaba profundamente.

—Podemos hablar con Antonio. Él sabe más sobre las leyendas que rodean a Juan. Si hay un atisbo de verdad en las historias de la venganza de los espíritus… —dijo Ana, casi para convencerse a sí misma.

Mientras se acercaban a la casa del anciano Antonio, el aire se tornaba más pesado, como si una neblina invisible se hubiera deslizado por entre los muros de la ciudad. Al llegar a la puerta de madera desgastada, Ana llamó con fuerza.

—Antonio, ¡estamos aquí! —gritó, su voz resonando en el silencio de la noche.

Tras un momento que pareció eterno, la puerta se abrió lentamente. Antonio, un hombre de cabello canoso y ojos profundos, la miró con curiosidad, como si hubiera sentido la inquietud en su corazón antes de que tocara la puerta.

—Ah, jovencitas. ¿Qué las trae a esta hora? —preguntó, su tono grave y pausado, una cuota de sabiduría.

—Antonio, necesitamos hablar contigo. Ocurrió algo terrible esta noche. Vicente … —Ana no logró terminar la frase, las palabras se atragantaron en su garganta.

—¿Vicente? —interrumpió Antonio, con una expresión de preocupación que rápidamente se convirtió en seriedad—. ¿Qué ha pasado con él?

Ana rápidamente explicó lo sucedido, los gritos, la herida y la risa de Juan. A medida que relataba los eventos, se dio cuenta de que las palabras se deslizaban por su lengua como el veneno de una serpiente, y el miedo crecía en el rostro de Antonio.

—Lo que han presenciado es solo el comienzo —dijo Antonio, su voz grave como los truenos lejanos—. Juan se ha apoderado de más que la tierra. Ha realizado un pacto, un trato con fuerzas que no comprenden.

—¿Fuerzas? —preguntó Clara, la incredulidad irritando con furia su voz.

—Legendarias, ancestrales. Esos que desean justicia por las muchas vidas que han perdido debido a la codicia de unos pocos. Juan Valdez ha cruzado límites, y ahora, aquellos que han sido despojados de su dignidad clamarán venganza.

Ana intercambió miradas con Clara, sintiendo que el aire se volvía más denso en la habitación. La noche que había comenzado con la celebración de la cosecha se había transformado en una cacería, y todos los involucrados se encontraban atrapados en medio de un ciclo vicioso de ambición y represalias.

—Pero debemos actuar —dijo Clara, decidida—. Si Juan ha hecho un pacto, debemos descubrirlo y, si es posible, desentrañar ese poder oscuro antes de que consuma más vidas.

Antonio asintió, su mirada fija en el suelo. —Sin la verdad, es solo cuestión de tiempo antes de que la oscuridad los rebose. Para enfrentarlo, necesitarán fortalecer sus corazones y su espíritu.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Ana, sintiendo que cada palabra de Antonio actuaba como un aguijón que anunciaba una inminente tragedia.

—Primero, deben advertir a los demás. No todos están tan ciegos como parecen, pero el miedo paraliza. Luego… —Antonio hizo una pausa, como si la próxima verdad le doliera—. Hay un ritual que podría romper el pacto, una forma de liberar a aquellos que han sido atrapados por la influencia de Juan.

—¿Un ritual? —dijo Ana, con escepticismo floreciendo en su voz.

—Sí, pero necesitarán reunir a los trabajadores obreros y caficultores, a aquellos que han perdido. No será fácil. Ellos todavía creen en el culto a Juan.

Mientras la bruma de la noche se deslizaba oscura e insidiosa por el umbral de la casa de Antonio, Ana sintió la resolución comenzar a tomar forma en su interior. Sabía que el camino sería peligroso, pero el destino de terror que Juan había establecido en Popayán debía ser deshecho.

—Nos reuniremos con los demás —afirmó Ana, con una voz clara—. No podemos permitir que el miedo y la ambición lo controlen todo.

Mientras los caficultores se dispersaban para reunir a más personas, Ana y Clara se quedaron en la plaza, discutiendo los próximos pasos. La determinación en sus corazones era fuerte, pero no sabían que Juan Valdez ya estaba al tanto de sus planes.

Desde su hogar oscuro y tenebroso, Juan, dotado de habilidades sobrenaturales, lograba captar cada palabra de las conspiraciones de Clara y su grupo de campesinos en su contra. Una sonrisa maquiavélica y siniestra se dibujó en su rostro, reflejando el abismo de sus intenciones. No iba a permitir que un grupo de simples jornaleros asalariados desmoronara el imperio que él había construido con tanto esfuerzo y sacrificio. Un sacrificio que le había costado mucho más que el simple sudor de su frente, uno que había exigido el precio más alto: su propia humanidad.

Esa misma noche, mientras Ana y Clara se dirigían a la casa de Antonio para planificar el ritual, Juan se movió rápidamente. Con la ayuda de sus hombres más leales, interceptó a varios caficultores que se dirigían a la reunión. Los capturaron y los llevaron a un lugar apartado, donde la oscuridad era su aliada.

Ana y Clara llegaron a la casa de Antonio, pero algo no estaba bien. La puerta estaba entreabierta y el interior estaba en penumbras. Entraron con cautela, llamando a Antonio, pero no hubo respuesta. De repente, una figura emergió de las sombras: era Juan Valdez.

—¿Pensaron que podrían desafiarme tan fácilmente? —dijo Juan, su voz resonando con una frialdad que helaba la sangre—. No tienen idea de con quién están tratando.

Ana retrocedió, su corazón latiendo con fuerza. —Juan, esto no tiene que ser así. Podemos resolver esto sin violencia.

Juan sonrió de manera sarcástica —¿Resolverlo? Ya está resuelto. Yo soy el dueño de estas tierras, y nadie me quitará lo que es mío, acaso pensaste que eras una especie de Juana de arco, “Maldita indígena sin cultura”.

En ese momento, varios hombres de Juan aparecieron, arrastrando a los obreros capturados. Clara intentó correr hacia ellos, pero fue detenida por uno de los hombres de Juan, quien le aventó una patada en su pecho y con ese golpe la obligo a tragar tierra.

—Esto es lo que quieres para estos malditos campesinos mal agradecidos —dijo Juan, acercándose a Ana—. Si intentan detenerme, pagarán con sus vidas. No me importa cuántos rituales intenten, no hay poder en este mundo que pueda contra mí.

---Soy el puto amo de estas tierras — Soy Juan Valdez. ¿Lo comprendes?

Ana sintió una mezcla de miedo y rabia. Sabía que estaban en una situación desesperada, pero no podía rendirse. Miró a Clara, quien asintió con determinación.

—No te tenemos miedo, Juan —dijo Ana, su voz firme—. No importa lo que hagas, no nos rendiremos.

Juan volvió a sonreír, solo que esta vez ese gesto en su rostro que prometía más oscuridad. —Veremos entonces cuánto tiempo pueden mantener esa valentía. La noche es larga, y yo tengo todo el tiempo del mundo.

Voy a convertirlas en mis pequeñas putas, tengo un extenso Harem de mujerzuelas esperando por mí en algún lugar oculto de esta selva.

Con esas palabras, Juan y sus hombres, se retiraron lentamente silbando una melodía macabra y se desvanecieron en la oscuridad, dejando a Ana y Clara con una sensación de impotencia. Sabían que la lucha apenas comenzaba, y que necesitarían toda la fuerza y el coraje para enfrentar al verdadero monstruo que posesionaba a Juan Valdez...Si la introducción a esta novela fue de tu agrado puedes solicitar un ejemplar a partir del 26 de febrero del corriente año.

Capítulos de la obra

  1. Los orígenes oscuros
  2. Rituales de la tierra
  3. El ascenso de Juan Valdez
  4. Sombras en los cafetales
  5. El precio del éxito
  6. El misterioso encuentro
  7. La cosecha del terror
  8. Desenterrando secretos
  9. Todos comenzaron a morir
  10. El legado macabro

Juan Valdez la historia jamás narrada” fue publicada el 25 de febrero del 2025 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio de 245 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.”

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