Voy a contar hasta diez y tu vas a morirte

¡Ey, tú! Prepara tu corazón para un viaje aterrador en "Voy a contar hasta diez y tu vas a morirte". Esta novela de terror psicológico y paranormal, escrita en 2007 y ahora renovada para nuestra generación, te dejará sin aliento.
Emma es una joven inglesa que no encaja en los moldes de género tradicionales. La historia arranca en una mentira cruel que desembocará en un laberinto lleno de sombras y secretos.
En este escenario oscuro, Emma conoce a una joven campesina en la cocina del campamento. Lo que empieza como una atracción inocente se convierte en una pesadilla cuando una presencia maligna entra en juego, llevando a Emma hacia un destino peor que la muerte.
La verdadera prueba para Emma surge de la sombra que acecha en su interior y más allá. Atrapada en una red de horror, tendrá que enfrentarse a los terrores que se esconden en lo profundo del pueblo y de su propia alma.
Prepárate para un libro que no podrás soltar.
Breve Fragmento del libro
Pagina 1 Ser joven en estos tiempos no es nada fácil, ¿sabes? Y mucho menos ser un joven atrapado en el juego de la vida de alguien más. No quiero aburrirte con mis problemas, pero si estás aquí, es porque el título y la introducción de este libro te han intrigado. Aunque no lo creas, estoy listo para despejar esas dudas que rondan tu mente.
Sé que al decirte esto, puede que quieras cerrar el libro y huir como un cobarde, evitando adentrarte en la historia de alguien que, desde pequeño, se sintió diferente al resto de las niñas del jardín. ¿Verdad?
No importa, escucha bien lo que voy a contarte. Seré breve en mis descripciones para que no te aburras y termines abandonando esta historia para volver a sumergirte en TikTok. No soy tonta, sé que esa adicción virtual te ha causado problemas. No solo abandonaste el pequeño lazo que te unía a tu familia durante los diez minutos de la cena, sino que también cambió drásticamente tu percepción de la vida y todo lo que la rodea.
Esos programadores chinos sabían muy bien lo que hacían; son parte del sistema y de las nuevas tendencias que están destruyendo la inteligencia emocional de nuestra generación. Y, amigo o amiga, tú y yo estamos dentro de esa agenda. Pero como te dije antes, me importa un carajo lo que desees hacer con tu tiempo. Lo que sí me importa es que, después de leer aunque sea unas cuantas páginas de este libro, puedas decir al menos: "No me gustó" o simplemente: "¿De qué demonios estaba hablando esta chica?" Que algo en ti se mueva o te incomode al sumergirte en mi historia es importante para mí.
Quiero que abandones esta lectura solo si lo que acabo de decir te molestó o si sientes que no eres lo suficientemente valiente para abordar una historia de terror psicológico narrada por una centennial con todos los sentidos bien agudizados. Y subrayo esto por si acaso crees que no tengo la capacidad narrativa para envolverte en mis asuntos a tal grado que te sientas parte de esta historia. "Hazlo sin compromiso"... solo relájate un poco y escucha lo que tengo para ti.
Ese psicólogo al que mis padres me obligan a ir desde que tenía 10 años dice que no debo temerle a nada y que soy el resultado de mis sentimientos. Si me percibo como un chico, ¡pues así debe ser! En otras palabras, debo identificarme no solo internamente con ese género, sino también mostrarlo al mundo, a la sociedad, como un chico de dieciséis años.
En mi familia siempre suceden cosas inesperadas y asombrosas que no podrías apreciar en una familia convencional de esta ciudad, no sé en el resto del mundo, pero te aseguro que, en mi ciudad, ¡no! Y como lo sé, pues tendría que comenzar por la escuela y remontarme unos siete años atrás, cuando solo era una niña de 9 años.
Allí en ese establecimiento tuve mi primera experiencia sobrenatural, y aunque muchos fueron los testigos, nadie quiso respaldar mi versión debido a que esa institución era religiosa; acompañar mi relato era sentenciar sus próximos años escolares a un irremediable tormento de burlas y desprecio.
No sé si alguna vez escuchaste ese viejo refrán que dice: “los niños y los borrachos dicen la verdad.” Puedo asegurar que ¡sí! Pero también puedo asegurar que tanto los niños como los borrachos pueden ser crueles y viscerales como cualquier ser humano en esta tierra, y lamentablemente ese dilema no tiene un refrán que lo respalde.
En mi caso, puedo dar fe de que siendo niña tenía la capacidad para convencer o disgustar a un adulto en fracción de minutos. Y así fue, queridos amigos, siendo
Pagina 2 bendecida con esa cualidad, la utilizaba para mi conveniencia y de esa manera obtenía de mis semejantes o de las autoridades a mi alrededor, como mínimo, el beneficio de la duda razonable.
Todo comenzó una mañana dentro del vehículo de mi madre, yendo al instituto. Aquella mañana fui poseída por un sentimiento asqueroso, vil y miserable. A decir verdad, no quería asistir al instituto, mis compañeros de aula se habían burlado de mí cruelmente el día viernes antes de retornar a mi hogar. Lo que sucedió es que era una niña tímida y quizá la más callada de todas, y esa jornada hizo demasiado calor durante el día. No pude aguantar las ganas de orinar, y luego de haber escuchado al profesor negar el permiso a otro compañero para dirigirse al baño, me aguanté y no resistí mucho. Eso hizo que mi vejiga se olvidara del permiso previo y diera rienda suelta a su emoción de una manera grotesca. ¡Y digo grotesca! Porque la cantidad fue impactante.
Tanto así que todos comenzaron a reírse de una manera intolerable y condenatoria al percatarse de mi accidente. el profesor "sentenció": ¡A la dirección ahora mismo! "Estamos en el tercer grado de la escuela primaria, ¿acaso no se te ocurrió pedir permiso para ir al baño?... ¡a la dirección ahora mismo!" y le explicas a la hermana Sor Selena ¡qué demonios ocurrió contigo!
Levantarse de aquella silla fue una ardua tarea, pero llegar hasta la puerta de la dirección fue todo un reto. Lo digo porque cada vez que lo recuerdo, revivo cada uno de los sentimientos que fluctúan dentro de mí en aquel momento.
Por ejemplo, por primera vez deseé que la tierra me tragara por completo. Experimenté el verdadero significado de la palabra "vergüenza" y fue desde las entrañas. Ser expuesta de esa manera me golpeó duro, tan duro que, si hasta el momento no había desencadenado en un mar de lágrimas, fue porque, como dije anteriormente, siempre me percibí como un varón. Y los varones, según mi abuelo, no lloran ni demuestran sus sentimientos a menos que sea necesariamente en contra de su voluntad o esté en juego la vida.
Lo cierto es que todo este acontecimiento, engorroso y poco tolerante para quienes deberían haber mostrado "como mínimo" un poco de empatía, me desarmaron por completo. Eso quiere decir que de alguna forma intentaron despersonalizarme por completo... pero no lo lograron.
Me comporté como un hombrecito y, ¿saben qué dije? Pues dije que el profesor me causó temor y que su siniestra presencia autoritaria dentro de aquella aula "me apabulló por completo." Obvio no lo dije con esas palabras, usé algunas menos elaboradas, pero creo que entendieron el mensaje y su finalidad.
Entonces, comprendiendo que aquella acusación poco formal podría ser el artículo o acontecimiento perfecto para un posible litigio, y advirtiendo que mi padre era un abogado de esos que la mitad de la ciudad detesta o respeta, puede que se hayan sentido intimidados y simplemente temieron y obedecieron a las nuevas tendencias que apoyaban estas oleadas de nuevos sentimientos y géneros humanos y experimentos sociales, o como demonios quieras llamarlo. “Como sea,” el hecho es que aquella tarde regresé a casa con una gran mancha en mis pantalones, pero también con una gran victoria dentro de mí.
Pagina 3 En mi casa y junto a mi familia no hablé del tema, sabía que el instituto no sería capaz de telefonear a mis padres. Conocían perfectamente los antecedentes inhumanos de mi progenitor en casos de defensa a la peor escoria de la ciudad y también sabían a medias que mi madre formaba parte de las nuevas influencias del despertar humano, pues había participado en eventos y movilizaciones de respaldo al nuevo movimiento feminista en Londres y otras ciudades lindantes.
Entonces, aquella mañana en el auto junto a mi madre, decidí ponerle fin a aquella aventura escolar en ese instituto y decir adiós a todos aquellos engendros que el destino puso en mi camino para que me acompañasen en el desarrollo de mi ciclo escolar primario.
Aquella mañana fui poseída por un sentimiento asqueroso, vil y miserable que no solo sacó lo peor de mí y me alineó ligeramente con mi padre. A grandes rasgos, puedo decir a mi favor que cierta parte de mí rehusaba relatar ese intrínseco y despiadado relato. Pero en algún lugar oscuro de mi corazón albergaba una extraña sensación ligada a ese comportamiento que me producía adrenalina y placer. Y era tanto placer que se sentía casi como el vértigo que te genera cuando en una hamaca alcanzas los niveles más altos y luego desciendes a gran velocidad. Bueno, jeje, así es como lo sentía por aquellas épocas.
Entonces, en el silencio de aquel viaje, donde mi madre conducía ausente con su cabeza perdida en alguna otra cuestión que no fuera propiamente la necesidad de dialogar con su hija, dije: "creo que el profesor Winston me tocó."
Automáticamente, luego de pronunciar la última palabra combinada de aquella gran mentira, ella realizó una maniobra brusca en el volante del vehículo, desviándolo a la fuerza sobre una banquina, y se quedó observándome, haciendo gestos con sus ojos y labios para que continuara el diálogo. Pero como dije anteriormente, era un niño sagaz y astuto y no siempre decía la verdad, como lo asegura ese maldito refrán que se inventaron los viejos para acreditar el valor en la anécdota de un infante.
Entonces comencé a llorar. En ese momento recordé a mi abuelo y sus palabras sobre los hombres, a mi padre y sus mentiras e intenciones sobre los fraudes de sus clientes, a mis hermanos mayores fumando marihuana en el techo de la casa junto a sus amigos.
Recostados sobre las tejas y sobre todo en mi madre y su larga lista de amigas, y en ninguno de esos recuerdos me encontré junto a ellos. Eso me enfadó e hizo que ese llanto se tornara tan dramático que mi madre me abrazara. Oigan, estoy diciendo que esta señora no era una especialista en el arte del amor ni mucho menos, pero aquel abrazo fue sincero, sí que lo fue.
Luego de relatar sutilmente aquella obra de arte al engaño, observé detenidamente su rostro, sobre todo sus ojos. Para aquel entonces tenía cierta lectura acertada sobre las miradas y los movimientos oculares. No sé cómo demonios desarrollé aquella intuición, pero me resultaron favorables para cometer cada uno de mis actos de obtención de reconocimiento o, en su defecto, de atención.
Mi madre, exaltada y casi llorando, telefoneó a mi padre, quien se resistió a tomar esa llamada. Siempre lo hacía. Siendo una niña, sabía que podría ser por tres sencillas razones. Las dos primeras son a su favor y se debían a que seguramente estaba en algún
Pagina 4 tribunal apelando por sus clientes, imposibilitado de tomar el teléfono. La segunda es que se encontraba manejando, y eso es más que razonable. Pero la tercera se me ocurrió luego de escuchar algunas peleas entre mamá y él, y cabía la posibilidad de que se encontrara en la cama con su amante. Oh, sí, creo que esa es la más indicada. Mi padre era un cuarentón de muy buen porte y rostro, y eso gracias a la genética heredada de mis abuelos. Creo que de mi abuela heredó el rostro, el color de sus ojos y el de sus cabellos, y de mi abuelo, el cuerpo.
Quiero decir que mi padre, en cuestiones de apariencia, era casi un diez, mientras que mi madre apenas conseguía un 3 o quizá un 4, y a duras penas.
Entonces, como mi padre no iba a atender aquella llamada y mi madre se había replanteado visitarlo y encontrarlo en la oficina con su secretaria, colocó nuevamente aquel vehículo en marcha y se dirigió a gran velocidad a su oficina en el centro de la ciudad, pasándose los semáforos en rojo. Imagínense, luego de mi anécdota pedófila y de su recreación de una supuesta infidelidad, esa mujer olvidó todo tipo de reglas ciudadanas que el sistema mantiene con sus habitantes y atravesó la ciudad como un piloto de Fórmula Uno.
Al llegar a aquel apartado de edificios y bullicio, estacionó su vehículo de forma desprolija, tanto que un vigilante apostado en aquella zona se acercó a ella para asegurarle que si dejaba ese vehículo más de diez minutos en esa zona, tendría que confeccionar una multa. Pero ella estaba ciega, de celos y de todo lo que puedas imaginarte. Así que subió por el ascensor hasta el décimo piso, sin siquiera anunciarse con la recepcionista, y cuando llegó al piso correcto, de una patada violenta abrió la puerta de par en par y encontró lo que tanto temía: una escena memorable, rompecorazones, atraviesa yugulares o como quieras describir a un acto deshonroso por parte de un marido a su esposa. Y creo que ese dolor que atravesó su corazón se potenció por mil dolores cuando divisó que su amante era su joven secretaria de 23 años.
Mi madre, con el corazón roto y la rabia a flor de piel, se quedó paralizada por un momento al ver a mi padre con su joven secretaria. Él, sorprendido y sin saber cómo reaccionar, intentó recomponerse rápidamente.
—¡Espera, espera! —dijo mi padre, levantando las manos en señal de rendición—. No es lo que parece.
Mi madre, con los ojos llenos de lágrimas y la voz temblorosa, respondió:
—¿No es lo que parece? ¡Te encontré en la cama con ella!
Mi padre, desesperado, comenzó a buscar excusas.
—Mira, esto... esto no habría pasado si no fuera porque tú siempre estás metida en los chismes con tus amigas. ¡Nunca tienes tiempo para mí! —dijo, tratando de desviar la culpa.
Mi madre, incrédula, lo miró fijamente.
—¿Estás diciendo que esto es mi culpa? —preguntó, su voz llena de dolor.
—Sí, sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo. —continuó mi padre—. Siempre estás ocupada con tus amigas, y cuando estamos juntos, apenas me prestas atención. Ya no te
Pagina 5 cuidas como antes, y cada día estás más... más gorda. No hay intensidad en nuestra relación, y yo... yo necesitaba algo más.
Mi madre, herida por sus palabras, sintió cómo la rabia se mezclaba con la tristeza.
—¿Así que ahora me culpas a mí por tus errores? —dijo, su voz firme—. No puedo creer que seas tan cobarde como para no asumir tu responsabilidad.
Mi padre, sin saber qué más decir, se quedó en silencio. La joven secretaria, incómoda, intentó cubrirse con las sábanas y desaparecer de la escena.
Mi madre, con una dignidad que nunca antes había mostrado, se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a mi padre y a su amante en un silencio incómodo. Antes de cerrar la puerta, se giró y dijo:
—Cuando termines de aparearte como un animal con esa niña, te estaremos esperando como siempre en nuestra casa junto a nuestros hijos. Y esta vez es un tema que no puedes dejar pasar. No se trata de ti y de mí, se trata de nuestra hija.
Sabía que su vida cambiaría para siempre, pero también sabía que no permitiría que nadie la culpara por los errores de otros…”Consigue el maldito libro”
“Voy a contar hasta diez y tu vas a morirte” fue publicada el 2 de Mayo del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel. La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor americano Marcos Orowitz.”