Alto voltaje⚡[]

Sinopsis de la contraportada[]
“Alto Voltaje es una saga de Marcos Orowitz, publicada en agosto del 2025, compuesta por tres libros. Cada volumen reúne 20 historias sin filtros que muestran cómo el sistema elimina a las mentes brillantes que intentaron intervenir en la evolución de la conciencia colectiva. Historias viscerales que provocan escozor y malestar. La portada presenta a Nikola Tesla, símbolo de la verdad que ellos detestan. Pero no se trata solo de él: múltiples voces fueron silenciadas por desafiar las reglas y buscar despertar a personas como tú, ya sabes todo es un maldito negocio las grandes multinacionales harán lo imposible para que desaparezcas y los gobiernos van a complacerlos porque tienen ese poder y saben como cambiar las reglas del juego.”
- “Tres libros. Sesenta relatos. Un mundo que no quiere que despiertes.”
- “Historias reales, verosímiles, que cruzan la línea entre la verdad y la conspiración.”
- “Ediciones rechazadas por editoriales, esperando su lugar en las estanterías del mundo.”
A partir del mes de septiembre podrás conseguirla través de Futian Market (Yiwu International Trade City) China, todo sin impuesto, como siempre rompiendo la barrera americana y la censura sionista con la verdad.
Cortesía del texto: EDTV
Libro original Ingles: Traduce al español latinoamericano Rossana Oyanarte
Cuento 1: Alto voltaje
Paginas: Total 389
ISBN: Los libros electrónicos en China no necesitan ISBN a menos que sean impresos, este libro fue autorizado por el gobierno de china para ser comercializado dentro y fuera del país.
En China, lo importante para el gobierno no es tanto el ISBN, sino que el contenido digital esté aprobado por censura y distribuido en plataformas autorizadas (como JD Reading, Tencent Literature, iReader) otros libros del autor tienen ISBN americanas como por ejemplo 979-8-37091-793-6
Prologo:[]
La ciudad me conocía por el zumbido de las máquinas y el humo que subía entre los rascacielos. Yo, Nikola Tesla, llegué a este cuartito con la cabeza llena de ideas que parecían imposibles. No era cuestión de talento visible en una vitrina; era una corriente que pasaba por mis manos, una manera de ver el mundo en frecuencias y ritmos. Cada idea que se me ocurría sabía a peligro y a posibilidad, a una promesa de luz que podría encender ciudades enteras.
No voy a adornar la historia: inventé porque era esa necesidad de entender cómo funcionan las cosas. Si una lámpara puede alumbrar una habitación, ¿Qué podría hacer una idea cuando se le da el peso correcto? Ese fue mi motor: ver, probar, fallar, volver a intentar. Y sí, a veces fallé de forma estrepitosa. Pero el fallo no era un fin; era un dato más para ajustar la ecuación.
El sistema. Esa maquinaria de intereses, de dinero, de poder—llámalo como quieras—me observaba con curiosidad y, a veces, con hambre. Tomó mis patentes como si fueran fichas de un juego y, cuando vio que podían servirle para hacerse más grande, las convirtió en su combustible. No voy a negar que construí para el futuro, pero el sistema aprendió a usar mis inventos para su propio provecho y, al hacerlo, desdibujó un poco el origen de cada idea. Así funciona ese juego: te dan una mano, te muestran una puerta, y cuando entras, te olvidan un poco la cara.
Morir. Una palabra que suena a pausa, a silencio entre dos beats. Pasé por ahí, con menos ruido del que merecía mi nombre en las noticias. Fui pobre en reconocimiento, sí: recibí menos que lo que propuse para el mundo, menos que lo que mi cabeza vibra cuando imagino una ciudad iluminada por la energía que nadie ve. Pero la pobreza no fue solo la cuenta de banco: fue la marca que dejó la historia cuando no hay un “fin de mes” que acompañe la nómina de las ideas. Al final, lo que buscas cuando miras mi vida es simple: ¿Cuánto vale haber visto lo que nadie veía y haberlo intentado, una y otra vez?
Si hay mérito en todo esto, que sea el de no dejar de intentarlo. El mérito está en la constancia: seguir empujando cuando el medio quiere decirte que ya pasó. En que, a pesar de todo, cada patente, cada experimento, cada fracaso que se convirtió en aprendizaje, formó parte de una respuesta: que la ciudad entera se podría iluminar con cosas que no se ven a simple vista.
Este libro no quiere venderte una biografía perfecta. Busca mostrar cómo, en un mundo que premia la conveniencia, alguien como yo privilegió la curiosidad y la práctica. Si al terminar estas páginas te queda la pregunta de por qué alguien seguiría persiguiendo una chispa cuando el sistema quiere apagarla, la respuesta es simple: porque la chispa no es solo luz; es una forma de entender el futuro, y yo me niego a dejar de mirar hacia allá.
ALTO VOLTAJE[]
Ese dolor en el brazo izquierdo no me ha dejado dormir. Es como un hierro candente metido bajo la piel. Sé lo que significa. Es el fin. Cada respiración es un ladrón que me roba un segundo, y el pecho me cruje como una máquina vieja a la que se le acabó el aceite. No sé qué demonios hay del otro lado. ¡No lo sé! Pero tampoco importa. Lo que sí sé —y maldita sea, lo sé demasiado bien— es lo que hay detrás de toda esta obra de teatro en la que me obligaron a actuar.
No fui protagonista. ¡Fui una marioneta, lo reconozco! — ¡No soy orgulloso, por esa razón casi pierdo mi identidad, quizá me faltó carácter!
Ese rasgo de personalidad los hubiera puesto en su maldito lugar…lo se.
Y ahora lo veo. Allí está, sentado en la oscuridad de esta habitación infecta: Edison. ¿Lo ves tú también? Ese imbécil todavía conserva la mirada prejuiciosa, como si la verdad tuviera dueño, como si la electricidad misma le hubiera jurado obediencia. Maldito viejo asqueroso. ¡No! No te rías de mí, Thomas, no ahora.
Recuerdo perfectamente aquel día en que entré por primera vez en tu oficina. Buscaba empleo, qué otra cosa podía hacer un extranjero hambriento, con un bolsillo lleno de sueños y nada más. Tú estabas allí, jugando a ser inventor, sudando por un motor que no funcionaba, intentando construir algo que el poder pudiera usar como correa sobre la humanidad. Necesitabas resultados, títulos, laureles, y sobre todo necesitabas que alguien hiciera el trabajo que tus manos torpes no podían.
¿Y qué hiciste, Edison? Me miraste como quien evalúa un caballo antes de comprarlo. Dijiste que resolver tus problemas de corriente continua valdría cincuenta mil dólares. Yo los creí. Trabajé como un condenado, con noches enteras tragando humo, grasa, chisporroteos de cobre. Y cuando lo logré, cuando tus máquinas dejaron de escupir chispas y empezaron a girar como el sistema quería, ¿Qué dijiste?
“Ah, Tesla, usted no entiende el humor americano.”
Eso fue tu respuesta. Tu “humor”.
¿Te parece gracioso, viejo bastardo? Aquí me tienes, con los pulmones rotos y los huesos como vidrio, y todavía puedo saborear la rabia de ese día. Mientras tú, con tu sonrisa grasienta, acumulabas medallas y contratos, yo aprendía la lección más sucia de todas: en este mundo no gana el que inventa, gana el que roba. Y tú robaste como nadie.
(Respiro. El aire entra a los tirones, como si cada bocanada fuera un clavo en los pulmones. Pero la rabia me mantiene en pie, aunque sea solo en mi cabeza).
¿Sabes qué, Edison? Lo que más me duele no es que me robaras. Es que yo mismo lo permití. Yo, Nikola Tesla, el soñador de la energía libre, el imbécil que creyó que podía domar la tormenta para ofrecérsela al mundo sin precio ni cadenas. Y tú, perro del sistema, te aseguraste de que nunca sucediera. Ellos necesitaban que la electricidad se cobrara, que fuera un grillete más. Y tú… tú fuiste su mascota obediente.
Mírame ahora. Estoy muriendo en esta celda disfrazada de hotel barato, vigilado por hombres del gobierno que esperan que mi corazón se detenga para desollar mis secretos. Pero no podrán arrancarme esto: el recuerdo de tu rostro el día que comprendiste que yo era más que un empleado. El día en que supiste que mi imaginación era un arma que ni tú ni tus amos podían controlar.
Edison, viejo carroñero… aún en mis delirios finales, no puedo dejar de soñar que bueno hubiera sido escupirte el rostro; Pero, aunque no lo creas detrás de la figura de este migrante ordinario, se esconde el caballero que jamás pudiste ser y con eso me refiero a todo, a todo eso que ellos agregaron a tu estúpida leyenda de genio narcisista, egocéntrico y marioneta del sistema.
Lo recuerdo como si me ardiera todavía en la piel: el día que me despediste. No hubo honores ni agradecimientos. Solo un portazo, un contrato roto en mi cara y la amarga certeza de que había vendido mis horas, mis sueños y mi dignidad por nada. Me fui con los bolsillos vacíos y una sensación que no quiero recordar jamás, acumulada en el pecho como una descarga eléctrica. Afuera nevaba. Nueva York no tiene compasión con los débiles. Yo me arrastré por esas calles, sintiendo que la ciudad me escupía igual que lo hacía Edison.
(Las lágrimas corren ahora, calientes, saladas. Sí, lloro. Y qué. Hasta los genios lloran cuando descubren que el mundo no los quiere. Me ahogo en el aire espeso de este cuarto, los pulmones chillan como cables chamuscados, y sé que cada lágrima es un reloj derritiéndose).
Respiro… y entonces la memoria me arranca de aquí, me arrastra más lejos, mucho más atrás, hasta mi infancia. Smiljan, Croacia, cuando aún éramos parte del Imperio austrohúngaro. El cielo allí parecía más grande, y los relámpagos no eran enemigos: eran dioses jugando a iluminar la aldea. Yo los miraba fascinado, con los ojos muy abiertos, mientras los otros niños corrían a esconderse.
Veo a mi madre, Georgina Đuka, sentada junto al fuego, sus manos incansables fabricando artilugios caseros. De ella heredé las invenciones, el ingenio para sacar algo de la nada. Mi padre, Milutin, sacerdote ortodoxo, recitando sermones en voz grave, empeñado en que yo siguiera sus pasos. ¡Qué ironía! Él quería que yo hablara con Dios, y yo solo quería hablar con la tormenta.
Y mis hermanos… sí, recuerdo a Dane, mi hermano mayor, el brillante, el admirado. Hasta que un día el caballo se lo llevó por delante y me lo arrebató. Tenía doce años yo, y vi la muerte por primera vez. Allí comenzó mi obsesión, ese zumbido en la cabeza que nunca me dejó: la certeza de que la vida es una máquina frágil, lista para apagarse con un chispazo.
Ah, pero también recuerdo la risa de mi madre cuando le mostraba algún invento infantil, hecho con maderas y alambres. “Nikola, tus dedos están poseídos”, me decía. No sabía cuánta razón tenía. Me sentía a salvo, rodeado por ellos, protegido, como si el mundo no pudiera tocarme jamás.
(Y es extraño: aun ahora, muriendo en esta cama, siento un instante de paz. Una emoción maravillosa, casi celestial. El calor de mi infancia. Pero como toda luz, dura poco).
Vuelvo al presente de golpe. El dolor en el brazo me retuerce, la tos me parte en dos. La sombra de Edison se ha desvanecido, pero el recuerdo de su burla sigue aquí. Afuera, el bullicio de las personas provenientes de las calles golpea en mi cabeza. No hay familia, no hay madre, no hay infancia que me salve de esto. Solo queda la habitación húmeda, el aire rancio, y mi cuerpo apagándose como una lámpara al final de su filamento.
El dolor no se va. Se clava en el brazo izquierdo como un hierro candente, y cada respiro me corta los pulmones como si tragara cuchillas. No hay fiebre ni alivio: solo este cuerpo que se descompone a pedazos. Y la cabeza… la cabeza me arrastra sin permiso, me empuja hacia atrás, a lugares que creí enterrados. No tengo elección. Estoy obligado a repasar cada derrota antes de que la oscuridad me trague. Y así regreso, contra mi voluntad, a mi juventud.
Después de la muerte de Dane, mi hermano mayor, ya nada fue lo mismo. Tenía doce años cuando vi cómo el caballo lo destrozaba. Fue la primera vez que entendí lo frágil que era la vida, y ese recuerdo nunca me soltó. Desde entonces las visiones comenzaron: luces que explotaban en mi cabeza, imágenes nítidas que aparecían en medio de la vigilia, como si el rayo me hubiera marcado por dentro. Mi familia me miraba con miedo, como si estuviera poseído. Quizás lo estaba.
En Graz, en la universidad, se suponía que debía convertirme en ingeniero. No lo logré. Caí en el juego, en las apuestas, en la necesidad absurda de sentir que controlaba algo, aunque lo perdiera todo. Perdí dinero, perdí estudios, perdí el respeto de mi padre. La decepción en sus ojos era más filosa que cualquier cuchillo. El sacerdote Milutin quería un hijo disciplinado; tuvo un parásito que abandonó las aulas y regresó con los bolsillos vacíos.
Pensé en quitarme la vida más de una vez. Sí, el gran Tesla, el “genio”, se arrastró hasta ese límite. No lo hice. No por valentía, sino porque el rayo dentro de mi cabeza no me dejó. Había algo que me empujaba a seguir respirando, aunque fuera a rastras, no podía doblegarme el dolor, la injusticia, la falta de empatía por parte de quienes temen romper la brecha, las estructuras, las narrativas, porque es más fácil vivir de rodillas, de esa manera no temes a las represalias, de esa manera continuas con vida y quizá, solo quizá por un instante, seas reconocido y coronado con el título de ciudadano ilustre.
En Budapest trabajé como un perro. No era un laboratorio glorioso, era un taller cualquiera, y yo apenas un obrero. Pasaba horas dibujando motores en la arena con un palo, como un niño que juega a ser dios en un basural. Nadie lo veía, nadie lo entendía. Era invisible.
Después vino París. Allí entré en las fábricas de Edison, con su ruido infernal, su olor a grasa y cobre quemado. No era un inventor. Era otro extranjero con hambre, usado como engranaje barato para mantener en pie la maquinaria del sistema. Cada día la misma lección: yo no era el protagonista. Era la sombra, el tipo que construía sueños para que otros se pusieran las medallas.
Ahora lo veo con claridad: jamás fui el héroe. Fui la corriente que nadie ve, el voltaje anónimo que sostiene a los ladrones de gloria. Ellos se llevaban los aplausos. Yo solo alimentaba las lámparas.
Pero sabes una cosa: no todo fue un trago amargo en mi vida. Yo era feliz a mi manera. No he tenido problemas con mi soledad; quizá hubiera sido bueno conectar con alguien más —de eso no cabe duda—, pero creo que deposité todas mis energías en un sueño que jamás veré realizado, al menos no de este lado.
Porque de este lado las cosas se ven y se perciben de otra manera: aquí no llegan los aplausos, los títulos ni los laureles de gloria.
Aquí todo parece igual a siempre: el mundo sigue girando, las personas continúan caminando sin encontrar un lugar fijo y el sistema sigue elaborando discursos para que las nuevas generaciones nunca dejen de producir; para que permanezcan activas, siendo el engranaje perfecto de una maquinaria de mentiras que continúa perpetuándose en manos de los poderosos, por siempre “solo se les permite soñar”. Hombres y mujeres de todas las épocas sin dejar una verdadera huella en este mundo gris… ¿y sabes por qué?
Porque si lo intentas, ellos estarán esperándote, detrás de esa puerta que se cierra para cada ciudadano que mantiene un sueño junto al deseo de hacerlo realidad.
Oye, estoy mareado y tengo sed; no debería navegar en mis recuerdos en este momento, cuando siento que todo se ha terminado, al menos para mí… Ya no quiero seguir recordando más. Quiero cruzar ese maldito umbral que veo en el horizonte: no sé qué demonios es, pero tiene semejanza a un rayo. Oh, sí, ¡la tiene!
Es demasiada luz, casi no puedo con ella…Si la introducción a este libro fue de tu agrado no dudes en solicitar la saga completa a Rossana Oyanarte
Historías Libro: 1[]
- Alto voltaje⚡
- Abraham Lincoln
- JFK
- Malcolm X
- Martin Luther King Jr.
- La historia de Stanley Meyer
- Efecto colateral WTC
- John E. Mack Un príncipe de nuestro desorden
- Phil Schneider
- Los testigos
- J.P. Morgan
- Wells Fargo Bank
- Cargill
- La lista de Epstein
- McDonald’s
- Eso no se dice 1
- Eso no se dice 2
- Eso no se dice 3
- Mossad
- Petroleo
“Alto voltaje” fue publicada el 22 de agosto del 2025 por la editorial Vibras virtual en una Edición limitada de 5000 E-books versión del autor. que consta de tres libros y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.
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