Fausto es una tragedia del escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe.
La obra más universal de la literatura alemana. Reinvención de una antigua leyenda sobre un hombre de ciencia, Fausto, que pacta con el diablo a cambio de su alma para gozar de los placeres de la vida. El genio de Goethe la sobreelevó dramática y filosóficamente añadiendo de su propio cuño el introductorio símil al principio del Libro de Job y el epílogo, en que presenta un cuadro alegórico de la asunción de Fausto redimido al Cielo como núcleo del misterio del eterno-femenino.
Dividida en dos libros, el primer Fausto añora un feliz instante en que por fin sacie su espíritu impetuoso; harto de la ciencia, se dedica al conocimiento sobrenatural fiando en la fuerza de los espíritus de los elementos y la naturaleza. Mefistófeles, padre de la mentira, habiendo propuesto a Dios el dilema de Job en la figura de Fausto -el someter a su hijo fiel a la perdición siendo que el mal envilece a quien es bueno desconociéndolo- se presenta ante el sabio, quien acepta el trato, cumplido una vez él experimente el feliz instante. Rejuvenecido por el brebaje de una bruja, se aburre en una taberna y luego se enamora terriblemente de la virtuosa Gretchen, con quien protagoniza una pasión auténtica y, sin embargo, inmoral a los ojos de la ley y de Dios. La tragedia sella el primer libro, con Fausto y Mefistófeles fugitivos.
El segundo Fausto inicia con su purificación en brazos de la mañana y de las potencias de la Naturaleza. Oficia después para el joven emperador, guiado por los artificios de Mefistófeles, un carnaval pintoresco, se hace de un trípode mágico que convoca a Helena de Troya y a Paris ante la petición de una puesta en escena única. Fausto se obsesiona con el espectro de Helena. Junto con Homúnculo -invención de Wagner, discípulo de Fausto enfervorecido por el poder de la ciencia y de la razón- y el diablo, viaja a la Hélade y desciende al Inframundo -acontecimiento en que no se profundiza-, para luego volver y construir su propia Arcadia donde, en unión a Helena, símbolo de la belleza absoluta, engendra a Euforión, el símbolo híbrido del clasicismo y el espíritu alemán.
Su Arcadia concluye con la muerte del icárico Euforión y el regreso de Helena al Inframundo; Fausto torna, instigado por Mefistófeles, a asegurar la victoria del joven emperador en un combate librado en ese momento, a partir de lo cual, como vasallo, adquiere sus tierras y le invade una nueva ambición. Transcurridas las décadas, y con Fausto centenario, ha edificado un dique que amplió fecundos terrenos. Enceguecido por la Inquietud, siente por fin el instante bello ante la perspectiva de una obra que sobrevivirá a los siglos y que beneficiará a quienes habiten esas comarcas, muriendo en seguida. Mefistófeles es detenido por los ángeles que protegen el alma de Fausto alegando que nunca se fatigó, que siempre se esforzó duramente, por lo cual Dios lo perdona.
Si el primer Fausto es personal, concreto e inteligible, el segundo Fausto -en su profusión de imágenes y significaciones, proteico, complejo- es el símbolo de la humanidad en su marcha incesante a través de los siglos.