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Me vale verga

Cortesía: Mauri99

Capitulo: 1 Raíces en la ciudad

Pagina: 2 y posteriores

Prologo

Entre la pútrida basura de la sociedad estadounidense, donde las sombras se cruzan con los destinos y la corrupción se filtra como el agua en las alcantarillas, surge una historia que desafía los límites de la valentía y la rebeldía. “Me vale verga” no es solo una novela de crimen y suspenso; es un grito de guerra desde las entrañas de la ciudad que nunca duerme, Nueva York.

Un joven de raíces latinas, nacido entre el bullicio y la diversidad neoyorquina, se convierte en el inesperado líder de una revolución. Su lucha no es solo contra el crimen, sino contra un sistema clasista que ha marginado a muchos como él.

Lo que comienza como una simple frase en las redes sociales, se transforma en un fenómeno viral, una ola imparable que barre con las normas y llega hasta las puertas del Capitolio. Es la historia de cómo una idea puede encender la chispa de la unión y el cambio.

“Me vale verga” es una obra sin censura, que muestra la cruda realidad de un país dividido y la fuerza que surge cuando las personas se unen para desafiar las reglas impuestas. Es una novela atrevida, sanguinaria y llena de acción, que refleja la vida misma.

Capítulo 1: Raíces en la ciudad

No hay nada en la calle que no me sea familiar. La basura apilada a los lados de la acera, los grafitis en las paredes normalmente de pandillas de negros y latinos salvadoreños, el ruido de las sirenas que parece no dormir. Todo eso forma parte del paisaje, como una especie de rutina que no se cuestiona, solo se acepta.

Mi madre me enseñó a que, en esta ciudad, uno aprende a leer las calles más que los libros. Desde niño, supe que aquí, si no te movías con cuidado, eras parte del poder de algo más grande que tú, algo que nunca pregunta qué quieres o qué no quieres. Solo reclama, devora, da vueltas y nada en la oscuridad del subsuelo y del concreto.

Me aprendí de memoria las calles que cruzaba todos los días, los rincones donde después los policías y los tipos con más tatuajes de lo que puedo contar estaban esperando para ver quién caía primero. La calle siempre te pone en su lugar, y si no tienes cuidado, te puede dejar marcado para siempre.

Yo camino con las manos en los bolsillos, no por miedo, sino por costumbre. La gente pasa rápido, mirándome de reojo, como si supieran que soy de los que no se callan cuando se trata de la mierda que nos están metiendo. La ciudad, en su caos, tiene una especie de núcleo, una forma de sentir que no te dice nada, solo te muestra lo que ya sabías: que aquí, ser invisible es la única forma de sobrevivir.

Llevo meses viendo cómo la gente empieza a hablar de algo diferente en las redes. No era solo ruido, aunque parecía para algunos. Para mí, cada mensaje, cada meme y cada tuit era una chispa que quería prender una llama más grande. Nadie me dijo que esto iba a salir del teléfono y pisar la calle, pero sabía que, si parecía solo una broma, solo seguiría siendo otra protesta silenciosa en un mundo que no escucha.

Mis amigos dicen que soy un loco, que esto no va a cambiar nada. Pero qué más da. La ciudad ya tiene suficiente de locos y de palabras vacías. Solo tengo que mantenerme en marcha, seguir hablando, seguir posteando, porque en esta ciudad, mantenerse en silencio significa desaparecer.

Por eso, en este momento, mientras el sol se empieza a esconder detrás de los edificios, sé que no puedo detenerme. La historia todavía no la escribí, y por ahora, solo soy uno más en una calle que nunca duerme.

La gran ciudad se llena de una especie de silencio que no es silencio. Es como si la oscuridad en los recovecos quisiera que todos escucháramos algo que todavía no podemos entender. Yo ando con la vista fija en el suelo, en la línea gris que marca la curva del borde del asfalto, buscando algo que no sé qué es. Tal vez una señal, una pista, o simplemente ese pensamiento que me sigue rondando: que todo esto, la vida que llevo, la vida que imagino está a punto de cambiar.

Nunca he sido de los que creen en milagros, pero aquí, en esta ciudad, uno aprende a que todo puede pasar en un instante, sin previo aviso. Como cuando la primavera vuelve a aparecer, aunque hayan pasado meses y el viento todavía traiga frío. Es una especie de esperanza sin sentido, que se cuela en los rincones más oscuros del día a día y te hace seguir andando, aunque no tengas claro por qué.

De repente, la gente en la calle empieza a acelerar su paso. No hay motivo aparente, solo un cambio en el ritmo, como si algo estuviera a punto de explotar en algún lugar más allá de la vista. Yo me detengo unos segundos y observo. Nada especial, solo migajas de la rutina: un tipo con una bolsa de papas, un par de mujeres hablando en voz baja, un viejo que sigue fumando, como si el cigarro fuera su último remanso de paz y un grupo de negros semi desnudos degustando una pipa de crack detrás de un gran bote de basura.

La ciudad siempre está así. Parece que respira y exhala en oleadas suaves, pero si te quedas quieto, puedes sentir el leve temblor en el aire. La inquietud que se cuela por los poros, que no necesita palabras. Es solo esa sensación de que algo grande se acerca, y no puedo quitarme esa idea de la cabeza.

Saco unas monedas del bolsillo, las cuento rápidamente con el pulgar. Solo tengo lo suficiente para un café, pero hoy no quiero café. Quiero escuchar lo que la calle me diga, y, en realidad, sé que no me va a decir nada en concreto. Solo existo en ella, como un grafiti en un muro que todos ven pero nadie se detiene a mirar.

Escribir esto ahora, en medio de la mañana, parecen palabras pequeñas. Pero en esta ciudad, las palabras pequeñas acumuladas unas sobre otras construyen algo mucho más fuerte: una historia. La historia de todos los que, como yo, seguimos buscando un motivo para seguir en pie, aunque el peso de todo lo que pasa nos quieran hundir.

Y así, con el silencio y las calles gritándole en secreto, doy otro paso, más consciente de que no sé qué será lo próximo, pero listo para enfrentar esa incertidumbre cuando llegue; Cada noche, cuando la calle empieza a calmarse, mi familia se reúne en la vieja cocina, con el olor a cafe y a tortilla quemada. Mi mamá todavía le juega a la perfección a la cocinera, pero sus manos tiemblan un poco más desde que Trump empezó a meterse en todo, desde las calles hasta los papeles. Aquí, en Queens, somos “mojados”, “chicanos”, y nos conocemos todos los trucos para no meternos en problemas, aunque de vez en cuando, uno no puede evitar que la bronca salga en la lengua.

Mi papá, un tipo bajito y cada vez más encorvado, suele decir que este país nos tiene en la mira, que Trump y su gente quieren sacar la escoba y barrer con toda nuestra raza. No le gusta que le digan que somos inmigrantes ilegales, porque sabe que en realidad estamos en la cuerda floja, aguardando que llegue el golpe de suerte o la desgracia.

“Nos tienen en la mira, cabrón”, dice con un grito contenido que suena a que todavía hay ganas de pelear.

Mi primo el que se metió en líos en Queens, tiene 19 años. Se llamaba Antonio, pero en la calle le decían el “Gato”. Lo agarraron vendiendo marihuana y unas pastillas de fentanilo a unos chavos en la esquina. La policía dice que se le cayó la suerte, que ya no puede escaparse. La condena, quince años en la cárcel estatal de Nueva York, y a veces, en la cocina, aún puedo sentir esa bronca en el aire.

Mi madre lloró por días, con ese dolor que no se va. Ella que siempre dice que no le gusta que los hijos se metan en ‘lo malo’, pero qué iba a hacer, si la vida aquí no les deja otra opción más que buscarse una esquina y vender algo para comer.

Y qué decir de la novia de mi primo, la Ana. Cuando ella supo que le dieron quince años, se fue al baño y nunca volvió a salir. Dicen que abortó. Sus padres ni se enteraron en realidad hasta que la policía vino con la orden de Arresto. La pobre Ana. La tenían en la calle y la miras a los ojos y sabes que ya no podrá ni regresar a la escuela, ni tener una mamá que la consuele.

Todos en la familia andamos con cicatrices abiertas, como si la bronca nos la hubiéramos metido en la piel con cuchillo. La bronca de estar aquí, rezando en silencio porque, en cualquier momento, te pueden echar a patadas sin que te pregunten nada.

Mi hermana mayor ha dejado de soñar con irse a California o a algún lugar donde no te miren con esos ojos de querer expulsarte. Solo quiere terminar la escuela, aunque a veces yo la veo mirar el horizonte y pensar en otra cosa.

En esta ciudad, la vida se siente como una tormenta que nunca pasa, y aquí estamos, resistiendo con bronca y rabia, esperando que algo cambie, aunque todos sabemos que ese “algo” se recibe a golpes y a lágrimas.

Y mientras tanto, en la calle, los jóvenes como yo seguimos con la misma idea fija: aguantar, pelear si hay que pelear, y no dejar que nos dominen. Porque, cuando tienes que andar esquivando los golpes del sistema y de la calle, solo aprendes a no rendirte nunca.

A veces siento que la vida me aprieta más fuerte, que todo se vuelve más oscuro y pesado, tanto que . Los policías, los oficiales de migración, los tipos con las caras cortadas que parecen no dormir nunca, todos con la misma idea: que nosotros somos la pesadilla de este país. Como si los mexicanos, los que somos “mojados” y los que venimos con la idea de buscar una vida mejor, fuéramos un mal sueño que hay que acabar lo antes posible.

Y no es solo la paranoia, es la realidad. ¿No te das cuenta? Nos miran como si fuéramos mugre, como si no valiera nada, como si nuestra existencia fuera ilegal, una mancha en su mundo perfecto.

Me siento como un perro atrapado en un rincón, ladrando sin que nadie me escuche. La impotencia me come por dentro. La misma gente que me hace la vida imposible, que me mira con desdén y me señala con el dedo, son los que tienen el poder de quitarme todo en un segundo. La policía, la migra, los gringos con la cara dura, todos con la misma mirada de que uno no merece estar aquí, que mejor que nos vayan a expulsar a la chingada, que no somos más que una carga.

Me cago en esa pinche injusticia. Aquí estamos, luchando por un pedazo de tierra, por un poco de respeto, y solo conseguimos que nos juzguen sin saber nada. La mayoría ni siquiera nos conoce, solo nos juzga por el color de la piel, por el acento y por las sopas y las costumbres que traemos en los huesos.

Y en medio de toda esa bronca, a veces me pierdo en las redes sociales. Es la única forma de escapar, de que no me trague la realidad. Ahí, en la pantalla, todo parece diferente. Como si al teclear en esas chingaderas pudiera borrar el presente, olvidarme de la calle, de los problemas, de que en cualquier momento alguien puede venir y echarme a la calle sin más aviso.

Yo sé que no debería ser así, que solo es una mentira, pero en esos momentos, la mentira me da un respiro.

Un día, en una de esas fugas virtuales, conocí a un cabrón que se llama Sam. Es de Connecticut, un tipo que no aparentaba tanto, siempre con esa actitud calmada, con palabras que cortaban el silencio como un cuchillo. Porque ese wey, siempre sabía qué decir y cómo decirlo. No te hablaba con huevadas, no. Te lanzaba verdades que te dejaban pinche pensando: que este mundo no tiene salida, que todo es una cárcel de la que no puedes escapar, aunque te quieras romper la espalda en hacerlo.

Sam, ese cabrón, siempre retrataba el presente como una cárcel de la que no quieres salir. La misma prisión en la que tú, sin querer, te estás cayendo a pedazos, pero prefieres hacerte el fuerte, aunque por dentro se te rompa el alma. Y del futuro, ni hablar. Solo te lo describía como una calamidad que viene en camino, una desgracia inminente, un tormento que va a chingar todo si no te quedas sentado, calladito, viendo cómo se te esfuma la vida entre los dedos.

Me pasaba horas en esas salas de chat, hablando con ese tipo. Y en esos momentos, me sentía menos solo, aunque también más cabrón. Porque sabes que en realidad, este país y la vida misma no perdonan, y que, en cada esquina, en cada calle, en cada suspiro, también hay un puño esperando a que se rompa la esperanza, todos depe..."Si la introducción fue de tu agrado solicita un ejemplar"

Capítulos

  • Capítulo 1: Raíces en la ciudad 👈
  • Capítulo 2: Un llamado silenciado
  • Capítulo 3: La chispa digital
  • Capítulo 4: Gritos de resistencia
  • Capítulo 5: La unión clandestina
  • Capítulo 6: Escalada de confrontación
  • Capítulo 7: El punto de quiebre
  • Capítulo 8: Renacimiento de la causa
  • Capítulo 9: El llamado al acto
  • Capítulo 10: El despertar final

“Me vale verga” fue publicada el 26 de abril del 2024 y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel. La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.