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Gabriel García Márquez (1928-2014) se ha consolidado como uno de los escritores más destacados de la Literatura Latinoamericana y del Caribe en Ciencias de la Salud tras el éxito de Cien años de soledad (1967), tal como lo demuestra el diario Portafolio (marzo, 2017), al indicar: Las principales obras de ‘Gabo’ venden alrededor de mil millones de pesos en el país (…) Cien años de Soledad se posiciona como la obra del nobel más comprada en el país durante el 2016. En Bogotá vendió 4.734 unidades; en el norte del país, 968 y el sur del país, 818 unidades. Sumadas las ventas totales, la novela vendió 7.131 unidades. La obra habría vendido una suma cercana a los $349.419.000.

El diario también destaca los libros Doce cuentos peregrinos (1992) con 5.452 unidades vendidas en el 2016, generando una suma cercana a los 136 millones de pesos colombianos; El amor en los tiempos del cólera (1985) vendió 4.186 unidades y 205 millones de pesos; Crónica de una muerte anunciada (1981) 4.132 unidades; Relato de un náufrago (1970) 2.887 unidades; Del amor y otros demonios (1994) 2.801 libros; El coronel no tiene quien le escriba (1961) 2.043 unidades, y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) 1.700 unidades.

Con base en lo anterior, es inevitable que al hablar de García Márquez pensemos en un autor que desde La hojarasca (1955) hasta Vivir para contarla (2002) creó una plataforma editorial innovadora para la literatura colombiana; las ventas de sus novelas, cuentos, ensayos y crónicas son prueba de tal impacto. Por ejemplo, Wikipedia (2018) incluye a Cien años de soledad en su lista de los libros más vendidos en la historia con una cifra cercana a los 30 millones de ejemplares. Sin embargo, no se trata de examinar las glorias sino también las “derrotas”, como es el caso de El otoño del patriarca (1975). Este libro pocas veces figura en las listas de ventas y resulta difícil determinar cuál fue y es su recepción en Colombia.

El escenario de publicación de El otoño del patriarca contó con el efecto de arrastre editorial de su antecesora, pues se convirtió en la novela más esperada por los críticos después de 1967. Por eso, hablar de la recepción de la novela es un trabajo complejo que obliga a cuestionarse por qué el éxito no la acompañó con el pasar de los años como sí sucedió con otros títulos del Nobel*.

Para lograr nuestro objetivo será fundamental hacer un rastreo histórico de la producción del hijo de Aracataca, al tiempo que dialogar con diversas fuentes teóricas y biográficas que permitan contemplar todos los matices de una obra que rompe con las dinámicas editoriales tradicionales del siglo XX. Para empezar, queremos proponer tres puntos de partida: La hojarasca, Cien años de Soledad y El otoño del patriarca. En cada uno, profundizaremos cuál fueron los hechos que rodearon la publicación de cada obra y por qué marcaron una etapa distinta que ayuda a comprender el boom editorial creado por García Márquez.

La publicación de su primera novela, La hojarasca en 1955, no logró mayor fama y mucho menos regalías considerables para su autor. Al respecto, transcribimos una entrevista hecha por Germán Castro Caycedo, para Espectador:

"Mi segundo libro fue El Coronel no tiene quién le escriba. Se publicó en 1960. Tuve 500 pesos de derechos de autor. Luego publiqué otro y otro: había publicado cinco libros. De 1955 a 1965, en diez años, había recibido en derechos de autor, 500 pesos. ¡En diez años! Es decir, si tú divides por mes, saca la cuenta a cómo me sale el sueldo mensual en diez años. Quinientos pesos en diez años, ¿a cómo me sale el sueldo mensual? Publiqué Cien años de soledad. Entonces fue como la explosión de todos mis libros anteriores. Del que más se había vendido cuando yo publiqué Cien Años de soledad, era probablemente de La mala hora (1962): se habían vendido setecientos ejemplares. En toda la América de lengua española. ¡Setecientos ejemplares! Cuando el editor argentino me dijo que de Cien Años de soledad se iban a publicar ocho mil ejemplares, yo le escribí una carta diciéndole que fuera un poco más prudente, que estaba exagerando y podía clavarse. Lo publicó en mayo de 1967, calculando que de mayo a diciembre vendería los ocho mil ejemplares; los vendió en tres días, en la entrada del metro de Buenos Aires. Todavía fue el fenómeno. Entonces empecé a recibir derechos de autor poco a poco (1977)".

En consecuencia, el autor reconoce el valor económico y narrativo que tuvo Cien años de soledad, al tiempo que habla sobre El otoño y cómo, contrario a su antecesora, no gustó mucho al público. En la entrevista, García Márquez también reacciona a una encuesta realizada por estudiantes de Filosofía y Letras a compradores de El otoño. La encuesta afirmaba que el “74% de las personas que adquirieron la novela no pasaron de la página 40”. Al enterarse de los resultados, el escritor indicó que era igualmente valido preguntar cuántos habían leído Don Quijote de la Mancha (1615) de Miguel de Cervantes Saavedra, Gargantúa y Pantagruel (siglo XVI) de Francois Rabelais o Edipo Rey de Sófocles; sumado a lo anterior, agregó:

"Estamos en Colombia en un país donde el índice de analfabetismo es de 40 %, yo creo que las estadísticas son falsas, pues el índice es del 80 %. Entonces, me parece natural que una novela con las exigencias culturales de El Otoño del Patriarca ofrezca una dificultad mucho mayor que Cien años de soledad".

De hecho, en el documental La escritura embrujada (1998), el autor admite que hasta 1967 ninguno de sus libros vendía más de mil ejemplares y cuando salió Cien años de soledad se dio cuenta que la novela empezó a constituir un grupo lector que le permitió alcanzar números exorbitantes (8000 mil ejemplares agotados a pocos días de estar en las librerías). Era claro, entonces, que García Márquez no sentía la misma devoción de los lectores, editores y críticos por su “obra maestra”. Y es que el éxito editorial de una novela no puede medirse únicamente por número de ventas, hay otros factores como lo manifiesta David Viñas al indicar que un best-seller debe cumplir tres objetivos:

El lector es sólo el que se deja seducir por la estrategia desplegada. Es el que compra (primer objetivo conseguido) y luego lee (objetivo secundario, pero importante también) el libro, y quizás después (éxito absoluto entonces) recomienda su lectura a otro (83).

Al principio El otoño logró el primer objetivo de ventas porque contaba con los créditos de ser escrita por el autor de los enredos familiares de los Buendía, pero esto no duró mucho tiempo, pues a medida que la crítica se endureció a la nueva propuesta narrativa del autor, el nivel de ventas fue decreciendo, según lo manifestado por el escritor en la ya citada entrevista. En cuanto al segundo y tercer objetivo tampoco se cumplen (como pone de manifiesto la encuesta), ya que pocos han concretado la lectura y, muchos menos, la han recomendado

¿A qué se debe tal situación? Una respuesta posible es que El otoño del patriarca es un fenómeno “anti-editorial”*. Estudiar esa faceta de la novela, poco observada en el ámbito académico, permitirá clarificar algunos aspectos de las dinámicas editoriales del siglo XX, no solo en el ámbito nacional sino también en el impacto sobre otros escritores latinoamericanos quienes, al querer transformar su estilo, siguieron la vía propuesta por Gabo y replicaron el mismo fenómeno en sus países de origen. Es decir, sus novelas vendieron en la primera edición, pero luego fueron en caída libre hasta que los públicos comprendieron que se estaban explorando otras maneras de narrar el mundo, en las cuales poco aparecía el estilo que los había acercado al escritor por primera vez. Gabo no solo convoca cambios en la narrativa, su viraje en las formas de escribir trastoca todos los estratos de la creación literaria que van del autor, hasta las estrategias de marketing, venta y premiación de un libro.

Para comprender a qué nos referimos con eso de fenómeno “anti-editorial”, partiremos del texto biográfico Una vida (2008) de Gerald Martin, para construir la relación del escritor con su agente literaria Carmen Balcells. Así mismo, examinaremos la forma como García Márquez buscó un camino literario que no lo obligara a escribir una segunda parte de los Buendía. Haremos un boceto sobre qué particularizó su obra antes de 1975 - Año Internacional de la Mujer, cuál era el apoyo que le daban los editores, qué cambios hubo en las editoriales colombianas con sus novelas y cómo la fama alcanzada en 1967 le permitió proponer una transformación del panorama editorial colombiano. Finalmente, miraremos cómo después de El otoño García Márquez se consagra en un escritor de talla mundial ad portas de ganar el Nobel en 1982 y en una especie de promotor editorial, al participar en la cristalización de la editorial Oveja Negra editorial.

2.     La hojarasca, noticia de un fracaso[]

Según la versión narrada por García Marqués en la primera parte de su autobiografía Vivir para contarla (2012), él comenzó a escribir La hojarasca en 1950, después de haber realizado un viaje con su madre a Aracataca y ver el nombre de Macondo en una hacienda:

En realidad, ese letrero pienso que seguramente lo vi muchas veces en mi niñez al pasar en el tren, pero lo había olvidado por completo cuando lo volví a ver en el año 50 y decidí adoptarlo para mi evocación literaria de Aracataca. Yo supe mucho más tarde que el macondo es un tipo de árbol en la costa y todavía ignoro de qué árbol se trata; no lo sabría designar. También me enteré mucho más tarde de que el macondo es o fue en la Costa un juego de azar, que se practica con dados”. (Vargas)

Es bien conocido que García Márquez empezó con el periodismo en Cartagena y, posteriormente, en Barranquilla con su columna “La Jirafa” en El Heraldo (Colombia). De estas incursiones periodísticas le quedaron buenos amigos e insumos para escribir su primera novela ─además del viaje con su mamá─, tal como lo relata él mismo en una carta, según cuenta Germán Vargas Cantillo, uno de sus amigos más cercanos:

En Barranquilla yo tenía que escribir mucho. En un día me tocaba escribir una jirafa y a veces un editorial, además de otra nota anónima. Esto me planteaba problemas a veces. Todo era encontrar el tema: una que tenía el tema, me sentaba a la máquina y ahí mismo, de un solo jalón, escribía mi jirafa. Esto lo recuerdo con nostalgia ahora que me cuesta tanto terminar una sola página en, a veces, varias semanas de trabajo intenso. Y después salía tan tranquilo a emborracharme por ahí. Es evidente que a veces sentía una terrible desesperación por encontrar un tema para mi jirafa, hasta acudir a la falta de tema como tema. Así me servía de cualquier cosa. Retomaba textos viejos, escritos en Cartagena y editados allí, usaba apuntes que tenía engavetados, y también fragmentos de los que había de ser un libro, fuera “La casa” o “La hojarasca”. (Vargas)

En este sentido, como lo recuerda García de Paredes en su análisis de La hojarasca, en un primer momento la novela recibió el nombre de La casa, pero cuando fue enviada a la Editorial Losada en Buenos Aires en 1951, ya llevada el nombre que conocemos en la actualidad. De esta editorial también se cuenta una anécdota un tanto particular. El crítico español Guillermo de Torre le devolvió el manuscrito con una carta donde le decía que no servía para escribir, que mejor se dedicara a otra cosa. Sin embargo, para 1955, cuando García Márquez vivía en Bogotá y trabajaba para El Espectador como redactor, apareció Samuel Lisman Baum con la idea de publicarle algo:

Cuando trabajaba en el periódico, llegó a mi oficina Samuel Lisman Baum, quien había editado un par de libros, y me dijo que si le podía dar los originales de una novela que, según le habían contado, yo tenía por ahí. Abrí la gaveta del escritorio y le di el joto como estaba. A las pocas semanas me llamaron de la Editorial Zipa y me dijeron que estaba listo el libro, pero que el editor se había perdido y yo tenía que pagarlo. De manera que me tocó ir con varios libreros a la Editorial Zipa, convencerlos de que compraran cinco o diez ejemplares cada uno, y así fui pagando la deuda. (Biblioteca Nacional)

Es así que la novela sale a la luz pública en 1955 y aunque fue reconocida por un pequeño grupo de lectores, es un fracaso editorial. Un dato curioso es que la portada de esta primera edición fue ilustrada por Cecilia Porras, cartagenera integrante del Grupo de Barranquilla. Asimismo, estuvo dedicada a Germán Vargas (dedicatoria que se eliminó en ediciones posteriores).

La segunda edición aparece a finales de los cincuenta en lo que se denominó El Primer Festival del Libro Colombiano. En esta edición se imprimen un total de doscientos cincuenta mil ejemplares, con nueve títulos más: Reminiscencias de Santafé y Bogotá, de Cordovez Moure; Sus mejores cuentos, de Tomás Carrasquilla; Cuatro años a bordo de mí mismo, de Eduardo Zalamea Borda; El cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón; Sus mejores prosas, de Hernando Téllez; El gran burundún burundá ha muerto, de Jorge Zalamea; El Caballero de El Dorado, de Germán Arciniegas; Los mejores cuentos colombianos, y Las mejores poesías colombianas. (Vargas). Por esta misma época García Márquez fue incluido en lo que Agustín Lara llamaría “la crema de la intelectualidad” (Vargas). A pesar de las pocas ventas, la novela obtuvo buenas críticas que en el año 1959 permitieron incluirla en la Biblioteca Básica Colombiana, publicada por la Organización Continental de Festivales del Libro, quien estaba buscando novelas representativas de cada país latinoamericano (Biblioteca Nacional)

Con base en lo anterior, se destacan dos hechos que ayudan a entender los inicios del proceso editorial de Gabo:

1. En la actualidad todos se disputan la posibilidad de editar sus libros, aunque al principio de su carrera tuvo que rebuscar editores que le dieran una oportunidad, incluso con la misma Cien Años de soledad, como veremos más adelante. Germán Vargas, por ejemplo, recuerda cómo con la publicación de La hojarasca, García Márquez pasó varios inconvenientes: “casi la totalidad de la edición fue retenida o embargada por un juez en juicio contra el editor, un uruguayo llamado Samuel Lisman Baum, por razones que nada tenían que ver con la novela” (Vargas).

2. El segundo hecho es el destacado por Jesús Ortiz Pérez del Molino, en su artículo La hojarasca, al hablar sobre la importancia de las pequeñas editoriales al momento de descubrir nuevos talentos; solo hasta cuando los autores alcanzan cierta fama, los grandes imperios comerciales deciden prestarles atención. En este sentido, vale la pena recordar un poco el proceso por el que pasó El Coronel no tiene quien le escriba, según las palabras de Germán Vargas:

O las enormes y casi insuperables dificultades que se presentaron para publicar “El coronel no tiene quién le escriba”, cuyos originales llevé de editorial en editorial de Bogotá para obtener en todas la misma respuesta, una vez revisados por sus llamados “lectores”: “Parece interesante, pero no podemos arriesgarnos. Si usted paga la edición, sí la haremos”. Finalmente se publicó la breve novela en uno de los números de la revista “Mito”, de Jorge Gaitán Durán, en 1958. Y tres años después, en 1961, apareció la primera edición en libro. La hizo el librero-editor antioqueño Alberto Aguirre. (Vargas)

Como dato final sobre los albores en la carrera de un escritor, la revista Dinero publicó un artículo sobre el lucrativo negocio de la compra y venta de libros antiguos en buen estado (sobre todo primeras ediciones). El artículo anota lo siguiente: “GARCIA MARQUEZ, Gabriel, La Hojarasca (Novela), Bogotá, Ediciones S.L.B., 1955, 137 págs., 3h. US$800” (Dinero). Hablamos de una cantidad exuberante que, seguramente, revisada con detalle en el 2018, aumentó de forma considerable y demuestra el trasegar editorial de un hombre que para 1955 poco se conocía y hoy, 63 años después, ha logrado un estatus insustituible en el panteón del canon literario colombiano.

3.     Cien años de soledad, el boceto de un nobel[]

Cada año se siembra una controversia sobre quién ganará el premio más importante de la literatura moderna y aunque para 1967 la especulación era aún mayor, debido a la difícil comunicación entre los países, era claro que un nombre dominaba las opiniones. Cien años de soledad desbordó las ventas de la editorial Argentina Sudamericana y consolidó la imagen de un autor que empezó a mover mares de lectores y generar unas estrategias de ventas nunca vistas en Latinoamérica. El por qué la novela logró fama inmediata al publicarse durante junio de 1967, es una pregunta que no tiene respuesta. El azar o más bien la difusión de voz a voz generada en los primeros lectores, puede ser la salida más fácil para explicar su rápido ascenso en los listados de best-seller

Una de las anécdotas que más resaltan de la novela, es que en 1965 García Márquez se dirigía con su familia a un paradisíaco paraje mexicano ─Acapulco, aunque la precisión es lo que menos destaca en este momento─. En ese recorrido, la idea llegó de súbito y Gabo obligó a su esposa Mercedes Barcha a regresar al D.F; al llegar se internó durante más de 6 meses en su habitación y con una máquina de escribir Olivetti dio vida a la inmortal vida de los Buendía. Por aquellos días no era mucho lo que poseían así que resulta sorprendente para Gabo que Mercedes haya sostenido la familia. Después de los 6 meses “la novela apenas sí llegaba a la mitad. Así que el escritor tomó su Opel blanco, comprado con el premio de ‘La mala hora’, se fue al Monte de Piedad y lo empeñó” (El País, Colombia), sin mayor reparo que culminar su novela; Mercedes hizo lo mismo, empeñó sus joyas, el televisor y la nevera, hasta que la vida en su hogar quedó soportada en lo estrictamente necesario. Con ese panorama la gloria no puede, entonces, adjudicarse únicamente al autor, sino a la mujer que lo hizo posible, ya sea por el sustento económico o por la creencia arraigada de que se estaba creando un nuevo paradigma editorial en las manos de su esposo.  

Al terminarse la novela, a principios de 1966, solo faltaba enviarla. Al respecto García Márquez cuenta:

Mercedes y yo fuimos la oficina de correos de México para enviar a Buenos Aires la versión terminada de Cien años de soledad, un paquete de 590 cuartillas escritas a máquina a doble espacio y en papel ordinario dirigidas a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Suramericana. El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: "Son 82 pesos". Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la realidad: "Sólo tenemos 53". Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto (El País, España)

Finalmente, sería tal la emoción de Francisco Porrua al leer ese “juego” de hojas, que no dudo en enviarles dinero para enviar el “pedazo” faltante. Lo demás, como dicen, es historia. El 5 de junio llegó a las librerías la primera edición, con el dibujo de un galeón en su portada y la venta no paró hasta que se agotaron los 8.000 ejemplares. ¿Cómo ocurrió tal éxito? Es difícil saberlo. La palabra más oportuna es serendipia; el único argumento con peso es la suerte no buscada, un golpe del destino que parece, agrandó, con cada hora, el mito de una novela fantástica. Para el 2017, al cumplir cincuenta años de publicarse muchos, por no decir todos, medios de información y noticias dedicaron artículos a la magna obra. La mayoría titularon o aludieron, bajo un cliché algo desgastado a: 50 años de Cien años de soledad. No obstante, destaco el artículo publicado en Semana, donde aparecen algunas ideas de por qué triunfo tanto aquel libro:  

Las historias de Macondo, de hecho, no son muy distintas a las que ocurren en algunos lugares de África o en regiones como el lejano Oriente, que durante varios siglos vivió en medio de una sociedad feudal. Por eso en muchos países, algunos inimaginables, hay personas que toman el libro como propio. Los ejemplos son numerosos: en China es una de las obras más influyentes de las últimas décadas, aunque durante 30 años solo circularon ediciones ilegales; en Irán fue una de las novelas más leídas por la generación de jóvenes que en 1979 desataron la Revolución islámica que derrocó a la monarquía del Shah Reza Pahlevi, y en Armenia (Eurasia) es uno de los preferidos por los jóvenes, según una encuesta realizada en 2013. Y esas son solo algunas historias, pues entre los idiomas a los que ha sido traducido el libro están algunos tan extraños como el hebreo, el tamil (una de las lenguas que se hablan en India), el malayo o el islandés.

La necesidad de poder leer una narración que recogía la realidad de muchos colombianos (la guerra, la migración rural al ambiente urbano, el avance industrial, etc.) y explicaba, en diversas formas, el estatismo cultural en que se encontraba el continente, fue pólvora suficiente para encender los ánimos de compra en miles de personas. Una obra tiene de universal la expresión humana que esconde. El panorama literario del continente explota con Cien años, porque es la génesis de cómo se conformaron nuestros pueblos en zonas remotas de cada país y, poco a poco, fueron creciendo a medida que llegaban noticias de Europa que nutrían nuestro espíritu de progreso. En cualquier forma, la novela parece que triunfó porque era lo que para 1967 todos querían leer, una explicación, cruel, al tiempo que mágica, del acontecer nacional. En otras palabras, una búsqueda por la identidad y más que todo por interpretar cuál sería el rumbo de los destinos latinoamericanos.  

4.      El otoño del patriarca[]


4.1 Otras apuestas similares del Boom y la recepción crítica de El otoño[]

A principios del siglo XX, el fenómeno político del dictador se dio en Europa y causó que varios escritores optaran por relatar los acontecimientos sociales y políticos que dieron origen a dos guerras mundiales. Hoy día, en Alemania, el estado de excepción ha sido abolido de la Constitución, justamente para no repetir el mesianismo de la época hitleriana. Caso muy diferente fue el de Latinoamérica, un continente en el que aún parece existir al interior de la cultura, un misterioso encantamiento hacia la figura del caudillo o mesías político. Es tal la fuerza que tomó ─y aún toma─ en el continente dicha figura, que numerosos y variados estudios críticos sobre el tema, en la época del Boom (la misma en la que García Márquez escribió El otoño), coinciden que “en el […] tema del dictador y la dictadura, la figura histórica y el sistema político engendrados por el monopolio del poder, [se asume] como eje de un conjunto narrativo identificable, internamente, coherente y poseedor de sus propias líneas de evolución” (Pacheco 19).

Pacheco recuerda, en su texto Narrativa de la dictadura y crítica latinoamericana (1987), que el asunto del dictador en la literatura latinoamericana no ha sido tratado únicamente por los escritores del siglo XX. Los primeros antecedentes vienen de los anti-rosistas rioplatenses (aunque hubo un vacío entre 1855 y 1925), cuando las tendencias literarias estaban concentradas en el realismo, el naturalismo y el modernismo. Dice que la modernidad en la novela del dictador inicia a partir de 1926 con la publicación de Tirano Banderas del español Ramón del Valle-Inclán (1866-1936), la cual se impone como modelo de este subgénero “al reunir características que también encontramos en El otoño de García Márquez tales como: separación cronológica; libertad del lenguaje y de las formas narrativas, y esfuerzo de compresión de la realidad compleja y multifacética” (Pacheco).

No se puede negar, sin embargo, que entre Amalia (1851) de José Mármol (1817-71) y El señor presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias (1899-1974), entre Yo el supremo (1976) de Augusto Roa Bastos (1917-2005) y El otoño del patriarca, existen grandes diferencias. En cada novela el dictador es una criatura que responde a la visión del mundo del escritor y que, según Pacheco, interesó a la crítica de la época por su posibilidad de construir un sistema literario nuevo y definitorio de la cultura latinoamericana. En este sentido, resulta claro que el asunto del dictador como personaje poderoso de una nación ha sido tan recurrente y estudiado que incluso existe una caracterización de éste como objetivo narrativo latinoamericano: hombre pobre que le quita el poder a otro dictador con ayuda de gobiernos extranjeros; intención de perpetuarse en el poder indefinidamente; temor a la muerte y a la traición; ejercicio desmedido de crueldad y despotismo contra subalternos inmediatos; eliminación de opositores; la soledad y la pérdida del poder por muerte natural o edad muy avanzada; esquemas que bien podrían arrojar un retrato genérico del sujeto del poder autocrático del sistema de gobierno que caracteriza a las naciones de nuestro continente. No obstante, estos arquetipos no calaron del todo bien para los críticos de El otoño, lo cual se convierte en nuestro punto de partida para argumentar que la novela es un fenómeno anti-editorial, justamente por tratarse de un libro que no cumplió con el gusto de la crítica.

El punto desde el cual se argumenta esta afirmación sale del propio autor, quien aseguró que cuando apareció Cien Años de Soledad “y hubo una avalancha de crítica (…) yo me precipitaba a estas críticas, a ver si les gustaba o no les gustaba.  Luego me fui dando cuenta de que a los críticos no les preocupaba mucho si el libro les gustaba o no les gustaba, sino que ya, en ese momento, estaban tratando de decir cuál era el libro que yo debía escribir después” (Castro Caicedo). Enseguida, el escritor revela su postura y da luces sobre cuál era su pensamiento editorial y si a partir de éste fue que dio forma anti-editorial a El otoño:

Los críticos son una especie de profesionales parasitarios que por determinación propia y sin que nadie los haya nombrado, se han constituido en intermediarios entre el escritor y el lector. Es decir, el escritor se toma el trabajo de tratar de comunicar sus experiencias, de mandarle su obra al lector y se encuentra que en el camino hay unos señores que no dejan que llegue directamente esa obra al lector sino que dicen, ‘un momento. Ustedes no están en condiciones de entender lo que este señor les quiere decir. Nosotros se lo vamos a explicar’. Y entonces entran en un problema de (des)explicación total (…) Entonces hay una cosa que me llamó mucho la atención de algunos críticos con relación a El Otoño del Patriarca: es que algún crítico decía que Cien Años de Soledad era una novela muy buena. Que el autor cuenta en ella sus experiencias, porque el autor recurre a sus recuerdos, a evocaciones de un mundo que conoce muy bien, en el cual ha vivido, en el cual ha estado sumergido toda su vida, y que en cambio en El Otoño del Patriarca está perdido, el libro no gusta, el libro se queda en mitad del camino. Es un libro frustrado, porque trata de un dictador y de un ambiente de dictadura del Caribe que el autor nunca ha vivido y nunca ha conocido, sino que tiene referencias de segunda mano. A mí esto me parece un punto ejemplar de lo burros que son los críticos (Castro Caicedo).

Finalmente, el propio Gabo da una clave de lectura “comprensible” a los lectores: (…) que la gran trampa en que pueden caer no sólo los críticos sino los lectores, es creer que El Otoño del Patriarca es la novela de un dictador. Si alguien tiene la curiosidad de leerlo con otra clave, es decir, en vez de pensar en un dictador, pensar en un escritor famoso, probablemente el libro resulte mucho más comprensible” (Castro Caicedo).

4.2 El fenómeno anti-editorial de García Márquez[]

La publicación de El otoño del patriarca fue un giro literario y editorial que vale la pena analizar, no solo por tratarse de una novela cuya dificultad de lectura supera las obras que la anteceden sino porque cambió la recepción literaria colombiana. El riesgo que toma García Márquez es una revolución de la forma, una con la cual envía un mensaje a otros escritores para que escriban sus libros como desean, sin esperar aprobación de los lectores o los editores. Lo que se defiende, entonces, es una autonomía y no una sujeción a los parámetros del mercado. Sin embargo, 45 años después de publicada la novela y después de que Gabo afirmarse: “la obra literaria debe estar al nivel cultural que el escritor considera que debe estar”, el libro sigue siendo incompresible para el público.

En mayo de 2015, el crítico Alfonso Carvajal, con motivo de los 40 años de publicación de la novela, publicó en El Tiempo un artículo donde aseguraba que se trataba de la obra con mayor riesgo formal y temático que hizo el escritor colombiano, dice que El otoño es “el libro soñado, el libro total, aunque ya en Cien años de soledad había creado un mundo exuberante y autónomo, que resumía la historia de América Latina; aquí se lanzó a romper la tradición y las estructuras moderadas y a sustentar este arrollador relato solo en el lenguaje” (Carvajal, 2015).

Leída a la luz de nuestro tiempo, separados del momento en que se publicó, podemos afirmar que El otoño más que acomodarse a un canon de producción, donde resulta fácil conseguir la admiración del público cuando se sabe lo que este desea, es una apuesta por manipular el lenguaje, es no dejarse vender frente a las posibles retribuciones de crear otro éxito como Cien años, es perseguir otros horizontes que poco gustaban a los grandes editores; en otras palabras, El otoño se decanta por experimentar con algo que poco se hace, aún en el presente, transformar la sintaxis de la lengua y luego darle un tono poético que, por supuesto, no siempre logra fama o siquiera ser comprendido.

4.3: La crítica negativa[]

En cada ejemplar de la primera edición de El otoño del patriarca, Plaza y Janés adjuntó en todas las portadas: “La tan esperada novela del autor de CIEN AÑOS DE SOLEDAD” (este último título fue impreso en letras mayúsculas). Es claro que las palabras querían presagiar un segundo “golpe” editorial de García Márquez, pero tal ilusión profética se diluyó con el paso del tiempo y la sombra de Cien años, destinada a darle una popularidad inabarcable, duró menos de lo pensado pues la tan esperada novela había sido una decepción total al no continuar con otra saga al estilo de los Buendía.

Bien lo dice Michael Palencia Roth en su libro La línea, el círculo y las metamorfosis del mito (1983); en el verano de 1975, amigos y conocidos le preguntaban por algunos apartes de la novela del dictador de Gabo que no entendían. Al respecto, Roth dirá: “sentimientos éstos legítimos del lector común y corriente. Sin embargo sorprende que la crítica reaccionada de manera semejante, sorprendida y algo confundida por una obra totalmente diferente a la anterior”. La anterior anécdota demuestra que un autor crea sistemas de lectura y pone en juego un capital social (su renombre y valor como autor), cada que escribe. Para el caso de Gabo, las cosas no resultan diferentes, pues los lectores no apreciaron su mayor logro (cambiar las formas de la novela latinoamericana), pero sí continuaron siguiendo su trayectoria, no por el impacto de El otoño en ellos, sino porque era tal la envergadura de Cien años, que nada puedo tumbar al caribeño del Olimpo (su lugar parecía y continúa intocable). Lo que tratamos de decir, entonces, es que El otoño buscaba ─o más bien, consiguió por azar─ modificar las formas de leer novelas, pero ese fenómeno anti-editorial quedó eclipsado por su antecesora. Puede decirse incluso, como lo evidenció Roth, que la novela no estaba pensada para un lector “común y corriente”; más bien para un estudioso. Al decir esto no pretendemos dividir o crear barreras de lectura, al contrario, creemos que leer El otoño (claro está, con esfuerzo y paciencia) es alcanzar prácticas de lectura (sistemas o, incluso, campos para retomar una teoría tan densa como la de Bourdieu) que lejos de confiar en el mero nombre de un autor, doten de juicio al lector para que comprenda y descubra todos los vericuetos que resultan de leer un libro tan complejo.

Michael Palencia incluye en su estudio sobre Cien años y El otoño una breve historia de la recepción de la novela del patriarca. De hecho, inicia destacando que el mismo fenómeno editorial sucedió con otras obras insignes de la literatura como Finnegans Wake de James Joyce, novela tan distinta a Ulyses. Pero de esto poco sabían o recordaban los escritores en el siglo XX, como el poeta Mario Benedetti, quien no ahorró comentarios despectivos contra la forma poética de El otoño, en su ensayo El recurso del supremo patriarca. Jaime Mejía Duque también hizo lo suyo en El otoño del patriarca o la crisis de la desmesura; lo mismo que Ernesto Völkening en El patriarca no tiene quien lo mate. Sin embargo, la voz que más resalta es la de Rubén Gamboa publicada en Handbook of Latin American Studies (1976) y que acoge de gran manera la visión general de muchas de las actitudes típicas que hubo y hay frente a la novela:

García Márquez borda un nuevo modo narrativo: prosa opaca, sofocante, cuyos interminables periodos solo sirven para hacernos rememorar, con nostalgia, las virtudes del punto. Entre tanto, la realidad de la novela –últimos años de la vida de un narrador– se nos escabulle en los vericuetos de una soporífera verborragia . 

Tal vez en lo que coinciden las críticas negativas y positivas (siendo pocas en aquella época) es que la novela no está hecha para leer sino para re-leer, aunque tal circunstancia no garantice un entendimiento justo. Ha sido así como la crítica ha caído en afirmaciones erróneas, al afirmar que el nombre del patriarca es Patricio Aragonés o Zacarías, efectos que darían indicios de que un best-seller es aquel libro que se lee de una sentada y no requiere múltiples lecturas para develar su sentido. A pesar de las contundentes percepciones que hemos apuntado, la más fuerte es la del peruano Mario Vargas Llosa, quien aún no ha cambiado su visión negativa sobre la novela. De hecho, en una entrevista concedida a la Universidad Complutense de Madrid en 2017, dice:

A mí no me gustó la novela. Me pareció que la novela era una caricatura de García Márquez, parece imitándose a sí mismo. El personaje no me parece nada creíble. Creo que a diferencia de los personajes de Cien años de soledad, que al mismo tiempo que son desenfrenados, que están como más allá de lo posible son siempre verosímiles y tiene siempre la novela la capacidad de hacerlos verosímiles dentro de su exageración, dentro de su inflación anecdótica. En cambio, el personaje del dictador me parece muy caricaturado, como una caricatura de él y la prosa no le funcionó. Él intentó un tipo de lenguaje muy distinto al que había utilizado y no le salió. A mí me parece de todas las novelas que él escribió, la más floja .

Lo paradójico del comentario es que Vargas Llosa fue un amigo cercano a Gabo, hasta que sus posturas políticas sembraron la disputa y los separó. En este sentido, puede creerse que el escritor está expresando más una opinión que lejos de ser fiel a la comprensión de la novela, expresa su desazón por la relación que sostuvo con el colombiano.

5.  El otoño y el ‘Gabo’ editor, la consumación del fenómeno anti-editorial[]

Gerard Martin, autor de Gabriel García Márquez: una vida (2009), primera biografía tolerada (más no autorizada) del nobel, usa algunos fragmentos de sus conversaciones con “Gabo” durante los 18 años que tardó la investigación y cita frases de los amigos más cercanos al escritor entre 1958 y 1975, lapso en el que escribió y reescribió El otoño para escapar al encasillamiento en que había caído tras el éxito conseguido con Cien años de soledad. No son escasas las entrevistas en las que el colombiano afirma que su intención era la antítesis de la historia de Macondo y los Buendía.

Abrumado por sus relaciones con la prensa, se dio a la tarea de hallar una estética ‘Dijo – a Monsalve- tener un profundo sentido de responsabilidad hacia sus lectores y que El otoño del patriarca había estado prácticamente listo para su publicación cuando se editó Cien Años de soledad, pero que ahora le daba la impresión de que tendría que reescribirlo de principio a fin no con el propósito de hacerlo semejante a su gran éxito en ventas sino precisamente para que fuera diferente.

Una de las estrategias implementadas por ‘Gabo’ para consumar su hazaña fue realizar ejercicios de escritura constantes que le permitieran descubrir una nueva forma de contar historias. Esta etapa la llamaremos “reinvención” desde el punto de vista narrativo y editorial, pues él temía encasillarse como el creador de los Buendía. Para “salir de ese problema” tuvo que viajar a Barcelona (1967) donde gobernaba el generalísimo Francisco Franco (1892-1975). Allí conoce a su agente literaria Carmen Balcells y le manifiesta a la presa que está aburrido de hablar de Cien años de soledad. Incluso llegó a decir que la novela era “superficial” “y que en buena medida su éxito se lo debía a una serie de trucos de escritor”.

En cuanto a su trabajo, ya no había necesidad de abrir nuevos horizontes, lanzar iniciativas o preocuparse por las opciones más ventajosas, de ahora en adelante el mundo vendría a él por mediación de Carmen (…) En realidad, durante la escritura de El otoño distó mucho de permanecer encerrado en casa como lo había hecho en el caso de Cien años (…) al cabo de un tiempo empezó a visitar la oficina de Carmen con el pretexto de dejar las últimas páginas de la novela (…) Carmen empezó a recibir sustancialmente tramos de la novela en fechas tan tempranas como el primero de abril de 1969, y siguió recibiéndolas hasta agosto de 1974 con instrucciones estrictas de ‘No se debe leer’.              

A pesar de que Martin asegura que Carmen actuó no solo como su agente literaria sino como casi su hermana y confidente, llama la atención el aparte en el que el biógrafo inglés afirma que, en una conversación telefónica, García Márquez le pregunta “¿Me quieres, Carmen?”, a lo que ella dijo: “No puedo responderte a eso. Eres el 36,2 por ciento de nuestros ingresos”. A nuestro entender esta escena justificaría una de las causas por las cuales el escritor nunca permitió que ella leyera los originales de la novela hasta que estuvo totalmente terminada, pues dicha situación le mostraba que por encima de todo el objetivo seguían siendo las ventas y el uso de su nombre como un número, una cifra.

Esta posición contestaría de García Márquez ante el sistema editorial toma un tinte aún más activo en 1977, debido a la amistad que sostiene con José Vicente Kataraín, con quien se involucra en la decisión de trasladar la editorial Oveja Negra de Medellín a Bogotá. Este cambio produjo dos efectos: la entrada del escritor como socio de la editorial, por un corto periodo de ocho meses; y (como consecuencia de esta entrada) el giro que dio la editorial al pasar de publicar textos de ciencias sociales (de corte marxista) a literatura. Una de las grandes premisas que permitió que Oveja Negra pudiera mantener un capital económico mientras se abría paso en el mundo editorial, fue que publicaron las distintas novelas de García Márquez a muy bajo costo, lo cual las hizo asequibles a más lectores que no tenían los medios para comprar las costosas ediciones de la época; asimismo asume la producción de estas obras para editoriales extranjeras. El lema de la editorial fue: Vamos a hacer lo contrario: tirar bastante y vender barato (Gullavan 6).

     6.  El otoño: la metamorfosis editorial (conclusión)[]

¿Cómo superar su propia leyenda? A partir de este interrogante, Javier Fernández profundiza cómo García Márquez, un autor latinoamericano que para 1967 ya había logrado el reconocimiento “universal” y el apoyo de la crítica, pretende o espera superar la cúspide que representaba la historia inmortal de la familia Buendía. Después de Cien años alrededor de García Márquez se consolidó una difusión muy particular; las editoriales esperaban algo más. No obstante, para un autor para quien la escritura resultaba ser un proceso pausado, repleto de problemas y dificultades incluso para terminar una sola página, la idea de publicar algo más enigmático o familiar, por no encontrar mejor apelativo, representaba no solo un llamado a continuar con cierto estilo de escritura (denominado a finales de los 60 garciamarquiano), sino también una posibilidad de renovarlo.

El otoño representa no solo una nueva obra sino un momento de ruptura, pues permitió ver si era posible mantener aquella figura mítica del escritor. Con El otoño no solo está en juego el futuro de un escritor, sino también la recepción de su obra y las dinámicas culturales que se tejen alrededor de ella.  En 1975 García Márquez asumió formas narrativas arriesgadas para con la crítica y los sistemas de lectura posibles; su apuesta fue por una reconstrucción del imaginario lector y no la constatación de un estilo.  En definitiva, El otoño no presupone publicar algo al azar, es el resultado de una década de trabajo que pone a prueba la figura divinizada del autor, a quien poco le importaba ganar la confianza del mundo editorial, como sí gestar una metamorfosis del ecosistema cultural colombiano durante la segunda mitad del siglo XX.

  • No se han encontrado cifras concluyentes sobre el número de ventas que tuvo la novela en 1975 o la opinión que los editores tenían de ella; en este sentido, presentamos algunas conjeturas, a partir de los datos obtenidos de otras obras de García Márquez
  • Con el término no queremos referirnos a las ventas alcanzadas sino a un trasfondo más profundo sobre cómo se percibe la novela, qué consecuencias tuvo para las editoriales publicarlas y cómo los sistemas de lectura empiezan a modificarse porque nadie estaba preparado para recibir una obra como El otoño en que nada se parece el mítico Macondo.


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