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“El Mensaje” es un libro de cuentos de terror escrito por el autor Marcos Orowitz en el año 2013. Esta colección de relatos aborda la brujería y explora cómo los seres humanos buscan al maligno a través de diversos rituales y conjuros. Ya sea para obtener dinero y fama, llevar a cabo venganzas, ajustar cuentas, pedir una prorroga a la muerte o simplemente por envidia, una colección muy común entre los hijos de los hombres, esa pequeña fragilidad de no soportar la vida sin dinero, ni fama ni buena salud, es la que trae las narraciones más crueles, oscuras y reales del mercado literario en cuestiones de oscuridad, todas ellas están atrapadas en las páginas de este manuscrito de 259 páginas. Si eres amante del género del terror oscuro, este libro es una lectura obligada.
Relato numero 4 : En la puta iglesia
Luciana Martínez Brinks ❤️
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Pedro Sequeira bustos fue un acaudalado contador español en la comunidad de Galicia influyente en el crecimiento económico de la ciudad de Orense, reconocido por la ciudadanía como un ejemplo de la lucha y el esfuerzo humano, en la ciudad solían utilizar su historia de vida y progreso para fomentar en los más jóvenes el valor de la educación en las aulas y el poder del conocimiento en el tiempo aprovechado, era el ejemplo para seguir por aquellos muchachos y chicas que crecían en la ciudad de las burgas lindantes a los ríos Miño, Barbaña y Lonia.
No todos en esa ciudad de 110 mil habitantes tenían acceso a la vida privada de Pedro pues al ser una personalidad o figura pública se lo respetaba como tal, y gracias a esa categoría, gozaba de ciertos privilegios que se descontaban automáticamente de su prontuario civil un tanto…escandaloso.
Como personaje influyente de las nuevas generaciones, era miembro de los masones, activista potencial del Partido Popular (PP) y fiel devoto de la fe católica en la Iglesia da Santa Eufemia, donde lo podrías ver sentado en primera fila, todos los domingos solo o junto a los suyos desde hace por lo menos 5 décadas.
Por esa misma razón el día en que se celebró su despedida en esa iglesia todos los presentes, excepto su mujer y algunos ineptos contado con los dedos de una mano, conocían al viejo Pedro, sabían que le gustaban las putas y los tragos fuertes, las fiestas a escondidas y las borracheras.
Antes de que se celebrara aquella despedida, el párroco Alfredo se reunió con los hijos mayores de Pedro en privado y con cierto temor a que esa ceremonia fuera opacada por la oscura figura de alguna amante desdichada, pidió absoluta reserva y control en los ingresos a la sala que se desplegaba hasta el pulpito; lugar donde colocarían el cuerpo de su padre.
En el transcurso del día y a medida que la ceremonia se iba desarrollando, los hijos de Pedro se mezclaron con el abrazo fraterno de aquellos que conocían a su progenitor, entre ellos el alcalde, algunas personalidades del mundo del espectáculo del país que viajaron desde Madrid y la prensa, ese pequeño artilugio que incomodaba no solo al párroco y la familia del occiso sino también a aquellos que realmente sabían que el viejo pedro había dejado un gran tendal de emociones apretadas de forma cruel en el corazón de muchas mujeres. Entonces ese gran descuido hizo que los encargados de controlar el ingreso a la ceremonia se unieran al mundo del espectáculo y olvidaran su primera consigna.
Y de esa manera Gertrudis Martínez Ponce, fue como se introdujo sin presentar una carta de invitación caminó con pasos rechinantes y precisos sobre la quietud y el susurro de la gran multitud de personas congregadas en aquella misa a la muerte.
La atmosfera en aquel lugar apestaba a colonia de ricos y sahumerio de semana santa, creo que eso despertó en ella un sentimiento aun mas violento, se preguntaba en el silencio de su mente “hijos de puta” Ladrones, sin vergüenzas, basuras todos ustedes, porque de alguna manera conocían los pecados de este infame y sencillamente lo ocultaron “son cómplices de sus pecados” Debería enviarlos a todos al seno de la tierra a terminar esta fría fiesta en el corazón del mismísimo infierno.
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Gertrudis fue una de las primeras víctimas del horror que provocó Pedro en su época de galán influyente en la sociedad, ella lo conoció cuando este tenía unos veinte años y cuando recién comenzaba a vislumbrar ante él la gloria y un futuro prometedor.
Era un joven atractivo, educado y sencillo…decía ella, cuando lo conocí por primera vez no le alcanzaban las pesetas que tenía en sus bolsillos para pagar una cena en un restaurante en el centro de la ciudad, eso lo incomodaba, tener que sentarnos en el banco de una plaza, no era necesariamente lo que él quería, entonces para compensar esa falta de solvencia económica, se mostraba afectuoso, muy afectuoso, tanto que podía pasar horas acariciando mi cabello y besando mi cuello.
Con tanto besos y abrazos, Una podía olvidar su condición económica, su fragilidad y respeto ante una dama era asombroso.
“Oye, cuando nos casemos quiero que compremos una casa frente a la costa del rio”
Quiero pasar mis tardes y mis momentos libres contemplando tu rostro y el brillo de tus ojos verdes, “oh si, eso es lo que quiero junto a ti”
Pues se oía como todo un poeta, sabia encandilar con las palabras adecuadas para anestesiar esos momentos en el que las cosas parecía que se derrumbarían por diferentes circunstancias.
Circunstancias donde la figura de mi padre era el co- protagonista de esta historia de terror romántico.
Sobre todo, cuando iniciaba sus charlas frontales y atrevidas con Pedro, lo miraba a los ojos y le decía en un tono oscuro “Usted lleva consigo una oscuridad que lo sigue de día y de noche” prosiguió…tenga mucho cuidado porque un día de estos será sorprendido por esa entidad y en ese momento usted dejará de fingir tanto carisma.
Gertrudis apretó los dientes al recordar aquellas palabras. El antiguo temor que había sentido hacía años ahora se transformaba en un fuego ardiente en su pecho. Había sido joven, inocente, y había creído en la imagen perfecta que Pedro había proyectado, pero el tiempo había desnudado sus verdaderas intenciones y le había dejado una herida profunda.
Mientras la ceremonia continuaba, descontando el murmullo de los rezos y los lamentos, su mente viajaba a un Café de Orense, donde había compartido risas y sueños con el joven que ahora yacía en un ataúd. Pedro, el galán ídolo de su generación, el que prometía amor eterno a cada mujer que se cruzaba en su camino, pero que en el fondo solo traía desdicha y lágrimas. Gertrudis había sido solo una de sus muchas conquistas, una pieza en su juego, y aunque había pasado mucho tiempo, el dolor de esa traición aún la recorría.
“Debo hacer esto”, se repitió como un mantra mientras la multitud se concentraba en los discursos elegantes de los amigos de Pedro. En los rostros de los asistentes no podía ver más que hipocresía. Todos sonreían y compartían anécdotas sobre sus éxitos, pero ella sabía la verdad. Sabía que muchos de ellos habían disfrutado de los favores de un hombre que nunca había tenido reparos en utilizar a quienes lo rodeaban.
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Al otro lado de la sala, Joan, el hijo mayor, sacudió la cabeza en un intento de comprender quién era esa mujer que había irrumpido en su dolorosa despedida. Con su atuendo austero y su velo oscureciendo su rostro, parecía un espectro. Su piel pálida y el temblor en sus manos eran señales evidentes de que la rabia y el dolor nadaban en su interior. Gerard, el hermano menor, se acercó a él, intrigado.
—¿La conoces? —le preguntó en voz baja, tratando de no interrumpir la solemnidad del momento.
—No tengo idea de quién es, pero me da mala espina —respondió Joan, frunciendo el ceño—. Mira cómo observa, parece que está disfrutando esto de una manera retorcida.
Gertrudis, sin embargo, solo repetía en su mente lo que había decidido hacer. Se las había arreglado para hacerse con un pequeño veneno, un antiguo remedio que había aprendido de su abuela en el pueblo. La venganza no era solo un deseo ardiente; era su manera de recuperar su dignidad, su forma de cerrar un capítulo lleno de abusos. Porque si Pedro pensaba que se iría de este mundo sin rendir cuentas, estaba muy equivocado.
Justo cuando el párroco Alfredo comenzó a hablar sobre la vida y contribuciones de Pedro, una parte de ella sintió un escalofrío. No me atreveré a hacerlo aquí, se dijo a sí misma. Esto debe ser un rito privado. Tenía que hallar el momento adecuado, algo que pasara desapercibido entre el ruido de las risas y las palmaditas en la espalda que hacían los amigos de Pedro, como si se tratara de una celebración.
Con un gesto suave, se giró hacia la congregación, fijando su mirada en Rosa, la esposa del fallecido, en el fondo de la iglesia. Qué irónico, pensó. Ella cree que está recuperando su vida ahora que él se ha ido. Pero no sabe que la vida de la que disfrutaba era una ilusión, un engaño construido sobre la miseria de otros.
Mientras el hombre en la tribuna hablaba de la trayectoria de Pedro, Gertrudis se movió lentamente, todavía mantenía su mirada oculta tras el velo. Con cada paso, su resolución se volvía más fuerte. Pero en ese instante, el espeso aire de ceremonia se vio perturbado por una estrepitosa risa que venía de la esquina. Una de las amigas de Rosa había comenzado a recordar anécdotas de los días de gloria de Pedro, y la atmósfera se transformó en un circo.
“¡Que viva el viejo!”, exclamó uno de los asistentes, y todos estallaron en risas y aplausos, convirtiendo aquel acto solemnemente triste en un espectáculo grotesco. En ese momento, Gertrudis vio su oportunidad.
Al final, los demonios de los hombres no se ocultan en el silencio de los muertos. Tendrán que enfrentarse a lo que han hecho, pensó mientras se deslizó por el pasillo hacia el aislado rincón donde yacía el ataúd. Gertrudis sacó el pequeño frasco de su bolso y, con manos temblorosas pero firmes, abrió la tapa.
—¡Te enviaré al infierno, Pedro! —susurró para sí misma mientras cuatro ojos indiscretos la observaban desde la distancia.
Antes de que los murmullos empezaran a crecer, sin que nadie pudiera advertirlo, dejando la existencia de su traición como un secreto por descubrir, Gertrudis dejó caer unas pocas gotas sobre el inerte cuerpo de Pedro.
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La ceremonia había comenzado como un ritual de despedida, pero pronto se transformaría en un desenlace que los asistentes nunca habrían imaginado. ¿Dónde estaban los perdones y la compasión cuando se trataba de un hombre que había hecho su vida de destruir las esperanzas de tantos? ¿Pueden los muertos seguir creciendo en poder, incluso en la muerte? claro que si! escucha bien...obtén el libro
Cuentos del libro
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“El mensaje” fue publicada el 30 de junio del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel de 259 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor Marcos Orowitz.”