Todas estas obras maestras fueron escritas cuando Orowitz tenía apenas diez y doce años.
“12 Primeras Novelas del Autor”: una fascinante colección de las primeras obras de Marcos Orowitz sin remasterizar, eso significa que fueron conservadas tal como fueron escritas en ese momento!
En esta cautivadora antología, profundizamos en el viaje literario formativo del autor Marcos Orowitz. Estas primeras doce obras, que van desde novelas escalofriantes y cuentos hasta poemas conmovedores, ofrecen una visión única de la mente de un talento prodigioso. ¿Qué hace que esta colección sea realmente extraordinaria? Todas estas obras maestras fueron escritas cuando Orowitz tenía apenas diez y doce años.
Exploremos algunas de las joyas de este tesoro literario:
“Mi nombre es Reynolds”: una escalofriante mezcla de horror, misterio y suspenso, esta novela corta de 1995 es el debut de Marcos Orowitz. Escrito en su forma original, sin remasterizar, encaja perfectamente en el tapiz más amplio de la antología de terror. Un espíritu o demonio relata todas sus aventuras en la tierra y cómo conoció al escritor Edgar Allan Poe, mostrando la imaginación precoz de un joven escritor.
“Un mundo lleno de sombras”: Transpórtate a un reino futurista con esta novela de ciencia ficción de 1995. La segunda creación de Orowitz, que tampoco fue tocada por la remasterización, invita a los lectores a explorar dimensiones oscuras más allá de la tecnología. .
“El Espejo Maldito”: Es el año 1995 y la tercera novela corta de Orowitz nos sumerge en un mundo detrás de un espejo que es descubierto por una familia y tiene un billete de ida a una realidad paralela.
“La habitación del abuelo”: En 1996, Orowitz escribió esta escalofriante historia de secretos ancestrales y asesinatos. La habitación contiene más que recuerdos: alberga espíritus de vidas que buscan venganza.
“Nadie vive alii arriba”: Es el año 1996 y la quinta novela corta de Orowitz nos lleva a la historia de un departamento en medio de la ciudad donde no está habitado desde 1950, pero detrás de esa premisa se esconde un gran secreto. Te esperan miedo, intriga y una búsqueda incesante de la verdad.
“Mi pérfido enemigo”: Sumérgete en las profundidades del horror psicológico con esta novela corta de 1996. La exploración de Orowitz de los demonios internos y las alianzas retorcidas te hará cuestionar la realidad porque, lo creas o no, tu conciencia es tu peor enemigo.
“Tengo una mentira que decirte”: En 1997, Orowitz elaboró un thriller psicológico que rompe la delgada línea entre la verdad y el engaño. Prepárate para una narrativa alucinante.
“No son ángeles ni demonios, son extraterrestres”: las teorías de la conspiración chocan en esta novela de 1997. La exploración de Orowitz de enigmas extraterrestres desafía nuestra percepción de la realidad.
“Cuatro años para robar”: Alejándose de la ficción, esta pieza de 1997 profundiza en el pensamiento político crítico argentino. Sin remasterizar y que invita a la reflexión, invita a los lectores a cuestionar la veracidad de los gobiernos en el poder.
“Para siempre”: la destreza poética de Orowitz brilla en esta colección de poemas de 1997. Emociones crudas y sin filtrar se derraman en las páginas, capturando momentos fugaces y sentimientos eternos.
“El soliloquio de la locura”: una historia escalofriante de 1997, esta historia de locura y oscuridad perdura mucho después de la última palabra. El dominio del suspenso de Orowitz queda patente, cuando una historia desata un caudal de verdades que se esconden en nuestro corazón.
“El club de los suicidas”: Ese mismo año, Orowitz escribió esta inquietante historia. Entre sus páginas, los secretos de un antiguo club donde los socios se renuevan constantemente. crudo, visceral y cautivador.
Pequeño fragmento:
De alguna manera llegué a este relato, y puede ser que lo haya hecho con el solo propósito de compartir la historia de una persona que decidió poner fin a su vida utilizando un viejo método que data de al menos unos 300 años. Prácticamente cuando las naciones de América nacían en su soberanía, “emergía también de las tinieblas de la noche” el club de los suicidas.
“Bienvenidos al club”, podías escuchar estas palabras agudas salir de la boca de un tipo que te recibía en la puerta de entrada. Era un personaje sombrío, alto y delgado, de piel clara y ojos negros profundos sin vida. Sostenía un cigarrillo apagado con su boca. A juzgar por la fachada y la estructura del edificio, parecía un club exclusivo de la alta sociedad con tintes de biblioteca. No había letrero alguno ni numeración de calle. El frente estaba hecho de ladrillos a la vista, libres de leyendas y pinturas en aerosol. La puerta, imponente y de madera maciza color roble, tenía un picaporte de bronce. No había flores ni adornos de jardín. En el piso, una cantidad considerable de filtros de cigarrillos estaba regada por toda la vereda. Yo subí lentamente la pequeña escalinata e ingresé sin presentar una tarjeta de invitación. Tampoco tuve que abonar una entrada. Por algún motivo que desconocía hasta ese momento, el sujeto que permanecía en la entrada me dejó ingresar.
La primera vez que entré a aquel lugar fue por curiosidad. No encontré este recinto en los medios publicitarios. Tampoco pertenecía a una logia ni a una secta. Fui recomendado por mi médico personal y gran amigo de mi padre de toda la vida, el doctor Williams. Él fue quien me proporcionó la dirección y me envió hasta ese lugar con el propósito de encontrar una salida a mi problema. Yo pensé que se trataba de un grupo de ayuda espiritual, donde animaban a las personas a resistir los embates de la vida por medio de la canalización de energía, o algo así. No estaba seguro de qué se trataba, pero tampoco tenía nada que perder, ya que había intentado todo y visitado todos los lugares que puedas imaginar.
Desde la religión hasta los más versátiles curanderos, aceché la pequeña isla española. ¡No señor! Mis visitas a aquellos lugares en busca de la poción mágica no tuvieron éxito. Algunos servidores de la sana doctrina del dogma oficial me acusaron de hereje, pero eso poco me importó. Yo no necesitaba sus lecciones de avatares y santos de vanguardia. Necesitaba ayuda y tiempo, un poco más de tiempo para concluir con algunas cosas que habían quedado sin resolver en mi vida y en la vida de quienes me rodeaban. Lo que me afectaba a mí también los afectaba a ellos, o viceversa. Nadie tiene asegurado un tiempo estipulado de vida en este mundo, pero hubiera sido bueno saberlo con un poco más de tiempo para no dejar nada librado al azar. Me hubiera gustado que ese mal fuera lento y progresivo; creo que hubiera presentado cierta resistencia al dolor. Sin embargo, fue rápido y preciso, sin tiempo para concluir o al menos intentar cerrar algunas etapas de mi vida que quedaron abiertas. Ahora, sin tiempo alguno, resultará difícil terminar esa tarea.
No me resultó difícil relacionarme con los miembros presentes en aquella reunión. Todos parecían conocerse y tenían algo en común: la muerte acechándolos, agazapada y esperando por cada uno de ellos a la salida de este recinto. No se trataba de un club exclusivamente para caballeros; noté la presencia de una gran cantidad de damas de todas las edades interactuando como en una feria, sin prejuicios. En aquel lugar, se respiraba cierta libertad que no sueles percibir en otros ambientes sociales. Aquí no era necesario comportarse con mesura para no dañar la susceptibilidad de las personalidades más distinguidas bajo el ojo crítico de la sociedad. Todos estaban conectados de una forma u otra, padecían del mismo flagelo: el dolor.
Algo que me llamó la atención fue la ausencia absoluta de un anfitrión, esa figura redundante y carismática que suele estar a cargo. ¡Nadie estaba a cargo! En esta comunidad, los miembros se actualizaban constantemente. Nadie llevaba un control de entrada y salida, y no existía registro alguno de estas actividades. Solo había una regla, que también era una salida, pero me reservo su descripción para el final de la anécdota.
“¡No es ansiedad, es incertidumbre e impaciencia!”, escuché estas palabras de parte de una señora mayor que se acercaba hacia mí lentamente. Mantenía una sonrisa leve en sus labios, y su mirada era agradable. Podía ver su alma a través de sus ojos; se veía una persona transparente. Ella me tomó de la mano y me dijo que la muerte era solo el principio de otra forma de vida. Yo me quedé pensando en aquello que escuchaba, buscando una respuesta lógica o al menos tratando de entender hacia dónde apuntaba esa conversación. ¿Era un diálogo o estaba decretando algún tipo de designio alternativo sobre mí? Me mantuve a su lado, escuchando atentamente su historia. Comenzó a relatar de forma profunda y con mucho ímpetu el motivo de las penurias que la trajeron hasta aquí. A medida que aquella anciana describía su dolor en palabras, comprendí que todos los miembros de aquel recinto se relacionaban entre sí con este único propósito: compartir sus vivencias, sus historias de vida y liberarse de una carga posible que los mantenía atados a esta existencia. Pensé que quizás era algún tipo de desintoxicación espiritual, pero me equivoqué. Aquello era un mecanismo de preparación para animarse y darse fuerza entre ellos para dar el siguiente paso: la muerte.
A lo largo de mi vida, he visto cómo el ser humano fue seducido y cautivado por religiones, sectas y grupos de ayuda espiritual. Intentaban desasociarlo de su verdadera esencia como criatura natural mediante rituales y ceremonias lúgubres. Prometían un paraíso, un lugar especial junto a una deidad que siempre se mostró indiferente a nuestro padecimiento sobre esta tierra y bajo este cuerpo totalmente vulnerable.
Pero todo aquello era parte del pasado y ya no significaba absolutamente nada para mí. Ahora estaba en otra etapa de mi vida, quizá la última, intentando asimilar los procesos de la muerte. Estos difuminan nuestro aspecto físico pero no logran llegar a nuestra conciencia. La muerte abandona este cuerpo que se pudre y se combina con la tierra, escapando de este mundo en el último suspiro. Se desvanece en la boca y es recogida por los sueños eternos, que flotan en el aire como orbes de energía, atravesando los Valles de las Sombras y de la Muerte, intentando llegar a la verdadera fuente.
Mi familia aguardaba por mí; siempre lo hacían. Si no me veían antes de la cena, el beeper comenzaba a convulsionar en mi bolsillo, vibrando y emitiendo un sonido sintético que trepaba por el tejido de mi saco y se introducía ligeramente en mis oídos. “¿Qué estarán haciendo mi mujer y mis hijos ahora?”, me preguntaba mientras extendía la mano en señal de saludo a un caballero que no dejaba de observarme. Tenía los ojos inyectados en sangre, y su voz era ronca. Se acercó hacia mí con cierta inestabilidad en sus pasos, estrechó su mano y lo acompañé con la mía, uniéndome con su esencia sin importar de quién se tratara. Todos estábamos, de una u otra forma, conectados, y yo no era la excepción.
“Me llegó la hora”, aquella frase resonó profundamente en mi pecho, casi como un estremecimiento continuo de muchas sensaciones indefinidas intentando salir de mi interior. Ya no pertenezco a este mundo; hoy es mi noche, continuó. Este es el final de todos los caminos que recorrí durante 40 largos años. Parte de mi familia espera por mí en algún otro lugar, y otra parte queda en el silencio y la incertidumbre de no saber realmente qué nos espera después de la muerte. Pero yo sé muy bien qué nos espera; siempre lo supe. Solo que estuve muy ocupado con mis proyectos y mis desarrollos sociales. No solo me olvidé de vivir, sino también de los que amaba. Ahora, la vida me pasa la factura de una cena que nunca degusté. Quizás vuelva nuevamente en esta época, quizás necesite un reseteo para arrancar de mi conciencia, que es eterna, todo el amor que sentí por mi querida mujer. Entonces, estrechó nuevamente mi mano y me dijo: “Mucho gusto, mi nombre es Tobías”, y desapareció entre la multitud.
El recinto estaba lleno; casi no cabía un alfiler. Las personas continuaban intercambiando sus experiencias y relacionándose con mucha fluidez. Yo quería quedarme en aquel lugar, no quería volver a mi hogar. Sabía que cuando saliera por esa puerta, la angustia y la desazón estarían esperándome nuevamente. No era una buena idea. Quizás solo bastaba una llamada a mi esposa para anunciar que esa noche llegaría tarde, más tarde de lo habitual. El teléfono de la recepción no tenía señal, y eso no me alarmó para nada. En varias ocasiones, la incomodidad del maldito sonido del beeper en los alrededores de toda la ciudad solía abandonarme, impidiéndome recibir un mensaje del mundo. Las personas continuaban entrando y saliendo, y otras se desplazaban por las escaleras, mayormente por una que descendía un piso más abajo. Me levanté del taburete para distender mis piernas un poco y me dirigí hacia las escaleras. Sentí que alguien tomaba mi brazo izquierdo con fuerza. Siendo lo más sincero posible, intenté razonar todo esto, imaginando que solo se trataba de simples coincidencias y que de alguna forma yo estaba sugestionando cada acontecimiento fortuito en aquel lugar. Pero créanme si les digo que en aquella mano no fluía la suficiente temperatura para mantener en pie a un ser humano. Aun así, sintiéndome intimidado por aquella acción que impedía que me acercara a las escaleras, continué mi camino. Con la indiferencia que nos caracteriza a los más astutos cuando queremos causar en los demás una impresión de desinterés por falta de atención, de la nada y de ningún lugar, se pusieron delante de mí tres personas que me miraban fijamente a los ojos. No con sentimientos negativos ni con violencia; sus miradas eran semejantes a las de las personas portadoras de una tristeza intensa, penetrante y sin salida alguna, pero resignadas. Y lo sé porque lo he visto muchas veces frente al espejo cuando mantenía un soliloquio conmigo mismo, mi pérfido enemigo, Mi compañero, mi crítico, mi maestro y mi alumno. Desistí entonces, esperando expectante algún otro procedimiento por parte de estas personas que aguardaban allí, observándome como antes, nunca apartaron su mirada de mis ojos. Di algunos pasos hacia adelante, intentando romper el hielo que se había cristalizado entre nosotros. Indagué: “¿Está todo bien?” Se acercaron a mí, colocaron sus manos en mis hombros y al unísono me dijeron: “Todavía no es tu tiempo”. Me acompañaron hacia la puerta de entrada, donde me despidieron estrechándome la mano.
Les pregunté si había hecho algo que los molestara. No contestaron esa pregunta; solo dijeron que “esperaban verme mañana”, y la inmensa puerta se cerró tras ellos.
No fue necesario meter las manos en el saco para buscar el beeper. Sonidos de mensajes perdidos comenzaron a alertarme de que dentro de aquellas instalaciones había algún tipo de inhibidor. La tecnología cobró vida nuevamente, y se unieron a ella la angustia y la desazón que esperaban por mí, sentadas en la vereda del club social. El verdadero punto de inflexión de mi vida fue exactamente aquí, dentro de este recinto, con todas aquellas personas que padecían la misma incertidumbre ante la vida. Por esa razón, volví nuevamente, porque de manera extraordinaria desperté e intuí que, de una forma u otra, todos estábamos conectados. Necesitábamos descubrirnos antes de partir de este mundo, y no todos estábamos preparados para desprendernos de las cosas que verdaderamente amamos en esta vida.
Algunos culpan al sistema materialista y sus factores nocivos sobre los sentimientos. Los embates de la vida modifican sus conductas y originan esa dependencia a las cosas materiales, superficiales y efímeras. Otros desean morir de una vez, sin ningún tipo de cuestionamiento. Comprenden que su tiempo en esta tierra terminó y que no hay nada, ni allí arriba ni aquí abajo, que los aferre lo suficiente como para continuar sufriendo hasta el fin de los latidos. Y luego estamos aquellos como yo, que teníamos esperanza y soñábamos con un milagro. Éramos creyentes, no necesariamente religiosos, pero sí creyentes en la vida, en los eventos que se suceden de la nada, en lo inesperado que se realiza mediante la fe.
No es que esté siendo cursi y melancólico porque estoy muriendo. Obedezco a juicios basados en el pensamiento y la razón, como cualquier otra persona que olvidó en su camino algunos detalles a causa de otros. Aprendí a convivir con eso, y evidentemente hoy estoy intentando revertir de alguna manera lo que en su momento me significó de gran importancia.
Cuando era un niño, en épocas en que en mi país se realizaban cortes programados en el suministro de luz para colaborar en el ahorro de energía, solíamos jugar con mi hermana mayor a un juego que consistía en viajar a nuestro futuro y ver en qué nos habíamos convertido. Yo siempre daba la misma descripción, y eso enojaba sobremanera a mi hermana. Me tildaba de mentiroso, haragán y poco imaginativo. Ella, en cambio, utilizaba diferentes realidades para imaginar su futuro, y estaba evidentemente en lo cierto. Yo, sin embargo, imaginaba siempre uno solo, con una sola alternativa de vida. Quizás desde el principio, mi subconsciente sabía perfectamente cuánto tiempo disponía en esta tierra. Quizás solo lo hacía porque mi imaginación era limitada y razonaba como un niño. No tenía grandes registros como cuando crecí. Tampoco estoy diciendo que soy una especie de polímata, pero se entiende que adquirimos con el tiempo muchas experiencias que nos invitan a evolucionar inevitablemente la conciencia. Para bien o para mal, todo dependerá de ti y de con qué te sientas identificado en esta vida. En mi caso, me consideraba una buena persona, y no es común oírlo. Nadie quiere andar por ahí que se sientan identificados con esta descripción.
Pero logré recuperarme a tiempo, y creo que no lo hubiera logrado si no hubiera contado con el apoyo de mi familia. “Como ahora”, donde en la recta final, se mantienen todos a mi lado. Ellos están menguando en sus deseos personales para priorizar los míos. Sí, de alguna forma, la muerte para mí era un deseo. Cuesta pensarlo y más cuesta creerlo, pero mi segunda visita al club hizo que mi posición ante la vida cambiara rotundamente, sin vueltas.
Descendí del metro que arribó en la ciudad a las 19:12. Volví a caminar por las mismas calles que recorrí la primera vez. Unos árboles de naranjo adornaban la vereda; no los había percibido la primera vez. El aroma de sus flores contrastaba con la escena de aquel tipo afuera, fumando y caminando de un lado a otro con su traje de velorio, poco actualizado para esta época. Esperaba a todos. Intenté quedarme afuera algunos minutos para observar minuciosamente la figura de este personaje. Me resultaba raro; sus ojos parecían no tener ningún tipo de emoción, más allá de ser oscuros y sin brillo. Uno percibe esa cualidad negativa en las personas; es de nuestra propia naturaleza, como una alerta que se enciende dentro de nuestro ser. Hizo algunos pasos hacia mí y me dijo: “Bienvenido al club”. Extendió su mano, y yo hice un ademán con la mía, creyendo que traía consigo un saludo de caballeros. Me equivoqué; me estaba ofreciendo un cigarrillo. Lo acepté y le dije: “¡Gracias, un clavo más para el ataúd!” Él no sonrió; solo acercó un cerillo encendido al cigarrillo en mi boca y se quedó pegado a la puerta, esperando a que terminara de fumar.
Algo que me llamó la atención en él fue la ausencia de colonia de perfume; tampoco olía a tabaco. Ningún aroma se desprendía de él. Dejando de lado esta cuestión paranormal que no comprendía, subí nuevamente por la pequeña escalinata. El tipo abrió la puerta, e ingresé. El recinto estaba repleto de almas encendidas como llamas; ese calor humano emanaba de esos cuerpos y pedía a gritos ¡libertad!, pero no la hallaban.
Sentí la clara sensación de ser observado por todos, pero fue solo una sensación. Todos estaban en lo suyo: dialogando, algunos riendo y otros intentando compartir su historia con alguien más. Vi al joven muchacho con su torso apoyado contra una pared que separaba los ambientes. Era un joven de unos 22 años aproximadamente. Noté cierta ansiedad que manifestaba en el movimiento de sus manos; las juntaba y se rascaba, un acto constante y repetitivo. Me acerqué a él y me presenté. Nos estrechamos las manos, y enseguida sacó del bolsillo trasero de sus jeans una pequeña libreta que traía un lápiz consigo. Comprendí rápidamente que se trataba de un joven con discapacidad. Hice alguna gesticulación con la mano para evitar ponerlo en el trabajo de escribir en su libreta y para dialogar conmigo. Rápidamente escribió: “No hay problema, mi nombre es Martín”. Luego de esa interacción, conectamos, y comenzamos a dialogar. Yo de forma natural, ya que él podía leer perfectamente mis labios, y él por medio de sus escrituras.
No quisiera revelar cuáles fueron los motivos por los cuales este jovencito se encontraba en aquel lugar, pero su situación era semejante a la de todos los que estábamos en esa especie de club social. Aquella noche conocí a siete personas, y cada una manifestó su tristeza e incertidumbre ante la posibilidad de una muerte por eutanasia. Esta descripción me llamó la atención, pero decidí tomarlo con calma, ya que nadie jamás me advirtió sobre esa práctica no permitida en este país. No quería enterarme de forma sorpresiva de que en este recinto aplicaban este método. Sonaba a muerte inducida, y pese a ser un alma libre, cierta parte de mí la consideraba un acto de cobardía: huir de los designios de la vida y la naturaleza.
Cuando me desplacé hacia el siguiente ambiente, observé que tenían una especie de barra de bar atendida por cinco personas de mediana edad. Servían tragos, y también había una zona con gran concentración de personas en un reservado al aire libre donde estaba permitido fumar. En este sector, las personas estaban más animadas, como si de alguna forma olvidaran lo que estaban padeciendo. Pensé que era debido al alcohol, pero nadie parecía ebrio; solo eran más abiertos al expresarse y se relacionaban en grupos de cuatro, cinco o hasta diez personas. Luego estaban los que dialogaban sentados en los taburetes frente a la barra. Me pareció un ambiente más distendido, con más calma que el anterior.
Antes de llegar a la zona de fumadores, se abría un corredor hacia el lado derecho, y podías observar al fondo una entrada a otro ambiente sin puertas, solo una gran cortina victoriana de color borgoña. Ni siquiera era un bebedor social, así que intenté mezclarme con aquellos grupos que se encontraban conversando intensamente en pequeñas islas de pie en el medio de la sala. Me presenté con uno, me presenté con otro, continué con el siguiente y quedé escuchando muy atento los temas que se trataban entre sí. Ningún tema estaba relacionado con la temática de dolor, miedo o muerte. Ellos hablaban de su dinero en el banco, de sus labores, de sus deportes favoritos, de las hazañas realizadas años atrás, de sus infidelidades. Cuando me tocó el turno de hablar a mí, intenté hacer un pase rápido, formulando una pregunta sofisticada y larga con el motivo de recibir una respuesta igualmente extensa y evitar hablar de mi pasado y mi privacidad, que, comparado con todo lo que había escuchado, era totalmente lo opuesto. Nadie respondió a mi pregunta; todos quedaron observándome unos segundos, que parecieron los segundos más largos y embarazosos de la historia.
Alguien tocó mi hombro por detrás y me dijo: “Acompáñeme, por favor”.
Caminé detrás suyo, dejando atrás esa escena vergonzosa donde me comporté de forma imprudente. Mientras seguía a aquella señorita, observé que dejamos a un lado la puerta de salida, donde pensé que terminaría despidiéndose de mí. Subimos una escalera apartada del hall de entrada y cerca de una gran cocina, desembocando en una oficina que exhibía un rótulo en su puerta con la leyenda “Admisión”. La joven tocó dos veces la puerta anunciando nuestra presencia, y desde adentro se escuchó: “Adelante, por favor”. Hizo un gesto con su mano, mostrando mucho respeto, y abrió la puerta, invitándome a ingresar. Era una oficina común, poco antigua, sin tecnología a la vista. Había una máquina de escribir E. Remington and Sons, una gaveta con diferentes compartimentos numerados, un armario de metal gris y algunas hojas o carpetas sobre el escritorio en el que se encontraba sentado este personaje que se presentó como Eduard Lafont, un pequeño administrador de medio tiempo y también socio del club desde hace algunos meses. Hizo una breve reseña del club, detallando que fue fundado en Inglaterra en el año 1717. "Trayéndola consigo a América, se estableció específicamente al norte del mapa. Este es uno de los clubes más antiguos que ha sobrevivido y tiene la mayor cantidad registrada de socios en todo el mundo. Todo me llamó la atención porque jamás había escuchado de este club; ni siquiera tenía un nombre como referencia. El doctor Williams nunca mencionó un nombre cuando me recomendó este lugar; solo hizo mucho énfasis en la necesidad de acceder a sus noches de rutina social. Nunca oí nada de esta gente, ni siquiera en los canales más conspirativos de creek o tube, donde aparecen todas estas logias y sectas enmascaradas que terminan siendo una porquería, porque siempre aparece un ex integrante que los denuncia públicamente, señalando todo un entramado oscuro, raro y hasta a veces estúpido.
Además, el muchacho me planteó que el puesto de administrador que ocupaba era tan nuevo como sus días de socio. Cuando quise comenzar a indagar en estos temas antes de aceptar una membresía, el joven parecía estar preparado para responder de antemano cualquier consulta relacionada con todo, y sin vueltas ni rodeos, contestó todas mis dudas sin filtros. Eso me gustó; el tipo fue frontal, y si a mi parecer no fue lo que esperaba, es solo una apreciación personal mía.
Salí del club como miembro activo; ya tenía una membresía y había firmado por ella tras recibir toda la información que necesitaba. Los días siguientes aproveché junto a mi familia, como puede hacerlo cualquier ciudadano que inicia un viaje a otras tierras despidiéndose de sus seres queridos. La semana siguiente, cuando llegué al club, ya no me sentí sospechoso ni un desconocido; me sentí diferente. Fui directamente a la barra de tragos y pedí la especialidad de la casa, ese trago que me recomendó su administrador, acompañado del número de socio que podía verse en la tarjeta de membresía. Luego pasé por los diferentes sectores saludando a aquellos que había conocido y salí del club rápidamente. Cuando salí a la calle, me sobrevino un mareo raro. Pensé que el avance de los síntomas de mi enfermedad terminal estaba empezando a manifestarse de forma agresiva en mi cuerpo. Saludé al tipo raro de la puerta, quien se quedó observándome atentamente y me deseó ‘Buen viaje’. Subí al metro y no sabía qué clase de sensación era la que se estaba produciendo dentro de mí; era rara. Imaginé descomponerme en medio de la formación, pero resistí bastante bien. Quizá porque me sentía gravemente sugestionado y eso se mezclaba con todo lo que se estaba desarrollando dentro y fuera de mí…"Consigue el libro"
“Esta obra consta de doce (12) manuscritos en folios perfectamente ordenados. Fueron escritos por el autor con lápiz de carbón y papel, y datan del 13 de septiembre de 1994 hasta el 4 de febrero de 1997. Únicamente se realizó una revisión ortográfica.”
“Antología de terror” fue publicado el 21 de mayo de 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluido libro electrónico, audio y papel, 489 páginas. La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite que una audiencia internacional experimente este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor argentino Marcos Orowitz.