En las páginas desteñidas de “Confieso que he matado”, Marcos Orowitz nos sumerge en un mundo donde los límites entre la cordura y la locura se desvanecen. Publicado originalmente en 2012 y meticulosamente remasterizado en 2024, este compendio de cuentos nos arrastra hacia las profundidades de la psique humana, donde los demonios acechan en las sombras y la crueldad se disfraza de normalidad.
El Maltrato Animal como Hilo Conductor
Los relatos de Orowitz se entrelazan alrededor de un tema central: el maltrato animal. A través de personajes complejos y oscuros, el autor nos muestra cómo la crueldad hacia los seres más vulnerables puede desencadenar consecuencias inimaginables. Desde callejones lúgubres hasta mansiones decadentes, cada historia revela una verdad incómoda: la maldad no conoce fronteras sociales ni económicas.
Justicia Divina y Venganza
En “Confieso que he matado”, la justicia divina se manifiesta de maneras inquietantes. Los abusadores de animales, aquellos que creían estar fuera del alcance de la ley, se ven atrapados en una red de consecuencias inesperadas. La venganza, tejida con hilos sobrenaturales, se convierte en un instrumento de equilibrio cósmico. ¿Quién decide quién merece vivir y quién merece morir?
Los Rincones Oscuros de la Sociedad
Orowitz nos lleva a los rincones más sombríos de la sociedad: los conglomerados menos pudientes, donde la desesperación y la deshumanización se entrelazan. Aquí, los personajes enfrentan dilemas morales y se ven atrapados en una telaraña de secretos y mentiras. La vida y la muerte se entrelazan en una danza macabra, y la línea entre víctima y verdugo se desdibuja.
En “Confieso que he matado”, Marcos Orowitz nos invita a explorar nuestra propia oscuridad interior. ¿Qué haríamos si estuviéramos atrapados en un ciclo de violencia y redención? ¿Cómo enfrentaríamos a nuestros propios demonios? Este libro, más allá de sus páginas, nos desafía a reflexionar sobre la fragilidad de la moralidad y la naturaleza humana.
Pequeño fragmento
pag82Como dije anteriormente cada vez que cruzaba el umbral de esa casa, sin importar la hora, me encontraba con una imagen triste y perturbadora. Allí, atado con cadenas y yaciendo en su propio abandono, estaba el perro. Su mirada, fija en la entrada de la propiedad, parecía implorar por liberación, por un respiro de su sufrimiento. Sin embargo, en este mundo, y especialmente en esta ciudad, las personas tienden a mirar hacia otro lado, quizás por miedo a verse envueltas en cuestiones ajenas, o simplemente para evitar añadir una carga más a su día a día.
Los vecinos murmuraban sobre el dueño de la casa, un individuo despreciable al que le gustaba el reguetón, un infeliz que solo aparecía los fines de semana para desatar orgías de música, drogas y alcohol. El lugar se convertía en un hervidero de excesos, y el perro, testigo silencioso de aquellos desvaríos, languidecía en su miseria.
Pero voy a decirles algo. En referencia a la asquerosa actitud de estos experimentos sociales que son tendencia en el mundo, en primer lugar, no podría bajo ningún concepto juzgar a una persona por el estilo de música que escucha, ni me atrevería a hacerlo por la vestimenta que usa. Eso, queridos lectores, ténganlo por hecho. Pero de ahí a permitir que uno de estos fenómenos de circo abuse de un ser vivo, eso no lo toleraría nunca.
No lo menciono porque sienta desprecio por estas clases tendenciosas que han ido apareciendo en este mundo a medida que involucionamos lentamente. Más allá de que no saben expresarse y necesitan ayuda de la tecnología para acompañar su escasa capacidad de raciocinio, utilizando el método más común que es el sentido común, no voy a entrar en detalles. Creo que saben de lo que estoy hablando; puedo sentirlo.
Entonces decidí indagar más. Los ancianos del barrio me contaron que el heredero de la casa era un individuo irascible y mafioso. Nadie se atrevía a enfrentarlo, porque se comportaba como un verdadero patán, de esos miserables que creen que por fumar un cigarrillo de marihuana o consumir una dosis de cocaína pueden comerse el mundo de un bocado. Intentan conseguir respeto haciéndose de una reputación mafiosa, mostrando en sus chats con cuántas mujeres se acostaron “esta vez” y buscando desesperadamente aprobación en las redes sociales. Sin embargo, lo único que consiguen es que las personas verdaderamente despiertas los consideren un pedazo de mierda sin cerebro.
Son pequeños capullos de mierda, destilando lo peor de la sociedad. Ni siquiera tienen un futuro honesto; la tecnología, los abusos y las tendencias los han llevado a un punto donde se prohíbe que estos pelmazos sean educados como lo fuimos nosotros, no con rigor, sino con valores, valores hacia todo lo que nos rodea, especialmente hacia la vida.
Pero yo no podía quedarme de brazos cruzados. Ese montón de mierda causaba molestias en el barrio con su música, donde prácticamente el tipo que canta no existe porque lo que se escucha es un auto-tune. Pero como es tendencia ser un ignorante y un zombi en este país, tienes permitido hacerlo. Puedes estar tranquilo, la ley y los derechos de protección a la locura te protegerán.
Así que esperé al día viernes, observando desde la penumbra, dispuesto a confrontarlo. El momento llegó sin previo aviso. El tipo estaba dentro de la casa, rodeado de sus compinches, otros animalitos como él, que enardecían a los vecinos del barrio, imponiendo su mafia. La música retumbaba en las paredes, salpicando pequeños pedazos de ladrillos hacia la vereda. Entonces, como un buen ciudadano, Dotado de las capacidades básicas que te habilitan para entablar un diálogo con tus semejantes, toqué el timbre, pero nadie respondió. Entonces, de la nada, apareció un invitado, violento y desafiante, que rápidamente dijo: “¿A quién demonios buscas?”.
Intentando soportar el olor a “de todo” que traía consigo ese pedazo de zombi, le contesté: “Necesito hablar con el dueño de la casa”. El borracho se rió, tambaleándose, y sin decir ni una sola palabra, entró. El heredero de la propiedad emergió, arrogante y amenazante, como si hubiera salido de las páginas de una novela de Stephen King. Sin rodeos, le pregunté por el perro. Entonces, el infeliz levantó su mano y puso su dedo índice en mi pecho, mientras afirmaba que el animal era su propiedad y que, si quería que muriera de hambre, así sería.
Los vecinos observaban desde la distancia. Mi visión periférica captó sus miradas expectantes. Teniendo en cuenta que esto podía salirse de control, opté por retirarme, pero no podía quedarme de brazos cruzados. Pasé toda esa noche cavilando arduamente con mi imaginación, invitando a los demonios de mi corazón a unirse a esta meditación urbana, para así encontrar la respuesta a lo que debía hacer para ajusticiar al animal y liberar al barrio de estos mal nacidos.
pag83El sábado, cuando el tipo salió solo hacia el mini-market de la gasolinera, lo intercepté por detrás y saqué cuidadosamente un Taser de mi cintura, dándole un electroshock en el cuello que lo dejó inconsciente. Entonces, cuidadosamente coloqué sus brazos sobre mis hombros y prácticamente lo arrastré hasta mi casa, simulando que el infeliz era mi amigo y que solo estaba ebrio. Cuando llegué, no puedo negarlo, me dieron muchas ganas de romperle la cara, de hacerle cosas inimaginables. Por ejemplo, se me ocurrió anestesiarlo por completo y arrancarle los ojos, pero de inmediato desistí de esa proeza. ya que sabia que los ancianos algo sospecharían y con el tiempo escucharan la macabra noticia de que este pedazo de infeliz andaba ciego por las calles a causa de una venganza.
Entonces mejor se me ocurrió atarlo de pies y manos, y como un pedazo de basura lo arrojé al sótano, creo que ese hijo de puta se quebró una costilla o el cuello " algo así, porque no solo sentí uno de sus huesos chillar, sino que el bastardo pegó un alarido semejante a un niño, eso "no me importó un carajo" El perro merecía justicia, y yo estaba dispuesto a dársela, aunque eso significara adentrarme en las sombras de mi propia moralidad retorcida.
Ya al medio día descendí al sótano para verificar que no estuviera muerto, efectivamente el fenómeno de circo continuaba con vida, entonces, como no reaccionaba lo amarré por el cuello con la misma cadena que había amarrado al perro, la sujeté a una columna y lo dejé sólo.
A día siguiente luego de que los vecinos llevaron al perro a una casa de acogida y se encargaron de las cuestiones legales, donde interviene la policía, el municipio y los putos políticos, descendí nuevamente al sótano y lo encontré sentado en el piso resistiendo a una resaca magistral, porque al tener la boca con una cinta se vio obligado a tragar su propio vómito, entonces me miró y sus ojos se llenaron de terror y miedo, ese miedo que te llenan las tripas y el estomago de placer, porque a decir verdad, no tenia sentido flagelar su cuerpo " claro que no" esta basura merecía un escarmiento y que ese escarmiento, sirviera como recuerdo a sus amigos y conocidos, de que el que las hace las paga siempre.
En ese momento antes de cerrar la puerta del sótano lo miré detenidamente y le dije suavemente: "me alegro de que hayas desayunado nos vemos el viernes, trata de no morir por inanición y cerré la puerta"
“Confieso que he matado” fue publicada el 22de junio del 2024 por la editorial Vibras y está disponible en una variedad de formatos para satisfacer las preferencias de todos los lectores, incluyendo E-book, audio y papel de 390 paginas, La novela ha trascendido fronteras, con traducciones a 25 idiomas, lo que refleja su alcance global y permite a una audiencia internacional experimentar este viaje a través del terror psicológico, todo bajo la pluma del talentoso autor argentino Marcos Orowitz.”